Chile y el funeral de Sebastián Piñera

El ambiente que ha rodeado la despedida del expresidente Piñera, muestra que puede ser realidad algo que se necesitaba con urgencia, cual lo es una tregua de elites, ya que la confrontación al interior de la clase política había generado una polarización que imposibilitaba el consenso y que dificultaba el diálogo democrático

14 de febrero de 2024 Ricardo Israel
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Me cuento entre quienes se han impresionado por todo lo que rodeó la muerte del expresidente Sebastián Piñera. Era volver a presenciar al Chile de los criticados “30 años”, el del último funeral de estado, el del expresidente Patricio Aylwin (2016), aunque esta vez fue en un nivel superior en sus efectos políticos. La amistad cívica que parecía existir entre los dirigentes, los medios de comunicación hablando con respeto, las ceremonias republicanas, y la gran cantidad de gente en las calles, expresando dolor, incluyendo quienes viajaron largas distancias para homenajear, chilenos de a pie, agradecidos.

Las sorpresas partieron por el propio presidente Boric. Hubo autocritica y una serie de gestos que no parecían ser parte de su repertorio. Al despedirlo, en su discurso el mandatario reconoció que “como oposición durante su gobierno, las querellas y recriminaciones fueron más allá de lo justo y razonable” …” ocupar el sillón de O’Higgins me ha permitido comprender y aquilatar mejor a Sebastián Piñera”. Faltó eso sí algo importante, un rechazo explícito a la violencia y a los violentistas.

En todo caso, con las responsabilidades de gobierno el mundo parece distinto, también, aumenta la madurez. Coincidía con lo expresado por la expresidenta Michelle Bachelet que (Piñera) “fue un actor político que tuvo que enfrentar enemistades e incluso amenazas inaceptables”, o el expresidente Eduardo Frei que (Piñera) “posibilitó múltiples acuerdos, que fueron fundamentales para sacar adelante la transición”. Solo faltó el expresidente Ricardo Lagos, quien por edad se retiró hace poco de la vida pública y que se comunicó con la viuda Cecilia Morel.

Parecía el regreso a la democracia de los acuerdos de la que Piñera fue parte como político dos veces electo, el Chile que hasta este funeral se consideraba desaparecido, el de los grandes acuerdos que permitieron reducción de la pobreza, desarrollo económico y progreso social, internacionalmente reconocidos como de los mejores de su historia.

Creo también que por primera vez apareció como realidad que el país se habría curado del “octubrismo”, esa inesperada violencia que apareció el 18 de octubre de 2019, superando tanto a Carabineros como al gobierno. Fue un antes y un después, el centro político prácticamente desapareció, y la búsqueda del consenso fue reemplazado por la confrontación. Gabriel Boric sucedió a Piñera como el presidente más joven de la historia republicana del país. Sus promesas ofrecieron cambio profundo y su instrumento fue la crítica descarnada a la democracia de la transición más que a la dictadura previa, esencialmente argumentando que nada bueno se había hecho. 

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Fue también intelectualmente duro para quienes hablaban equivocadamente de la “excepcionalidad” de Chile en relación con otros países de América Latina y para quienes pensaban que las instituciones eran fuertes y que siempre funcionaban, y no que la realidad era más modesta pero comprobable, que lo que realmente separaba al país de otros, era la capacidad para canalizar el conflicto, transformándolo en acuerdos.

Pocos meses antes me había trasladado a vivir en Estados Unidos, y en lo personal debo reconocer que no conocía tan bien a mi país como pensaba, ya que ese nivel de destrucción fue acompañado por una aceptación casi masiva de la violencia que se transformó en parte del paisaje cotidiano. No era la violencia de la dictadura, sino una callejera, la de la turba.

Incluso la violencia recibió apoyo en muchos medios de comunicación. Hasta hoy no ha habido autocrítica, no hablo solo del aplauso de periodistas, ya que estos quizás solo hacían uso de su libertad de expresión, sino, sobre todo de propietarios, ejecutivos y directorios de esas empresas, ejemplo, la TV.

Piñera no utilizó todas las facultades legales que tenía, y a pesar de ello fue acusado de violación de derechos humanos, en un país muy sensibilizado al respecto después de más de tres mil víctimas, muertos y desaparecidos entre 1973 y 1990. Hasta el día de hoy, no existe información suficiente para saber qué fue lo que ocurrió esos días, por qué no actuaron las fuerzas armadas o quizás no se les ordenó, y que llevó a que una nueva constitución fuera ofrecida como salida por Piñera. Se necesita saber todo lo que pasó y ojalá quienes están en conocimiento lo hagan, ya que también es parte del legado.

Solo sabemos el resultado, que Chile al igual que otras veces en su historia, encontró lo que falló en 1973, es decir, una salida política para encauzar lo que pudo haber sido un camino a ciegas hacia el precipicio.

En octubre y noviembre hubo días muy difíciles, donde estuvo en peligro la propia democracia y no solo el sistema económico y social. Se encontró una salida política que le presentó al país dos propuestas de nueva Constitución, ambas rechazadas en los respectivos referéndums, una que quiso cambiar (casi) todo y otra que no quiso cambiar (casi) nada. Fue un giro no de 180 grados, sino de 360 grados, ya que el país regresó al punto de partida exacto.

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Es en ese sentido que el ambiente que ha rodeado la despedida del expresidente Piñera, muestra que puede ser realidad algo que se necesitaba con urgencia, cual lo es una tregua de elites, ya que la confrontación al interior de la clase política había generado una polarización que imposibilitaba el consenso y que dificultaba el diálogo democrático .

Sin embargo, todo lo que acompañó al entierro de Sebastián Piñera hizo recordar lo que ocurrió a partir de la derrota en el plebiscito del general Pinochet en 1988, donde se pudo encontrar una ruta común, cuando al país lo separaban divisiones aún más profundas que en el día de hoy. No se firmó ni se negoció, pero surgió un acuerdo en torno a dos puntos que hicieron posible algunos de los mejores años de Chile: la democracia en lo político y el mercado en lo económico, que eso y nada más que eso fue la transición chilena, un gran acuerdo sobre dos puntos, solo dos objetivos.

Es por ello, que creo que se puede abrir una nueva e inesperada, hasta sorpresiva oportunidad para un Pacto por Chile en la forma de un Gran Acuerdo Nacional, abierto para quienes deseen suscribirlo y participar, que idealmente dure 25 a 30 años, durante varios gobiernos, a ser seguido uno detrás del otro. Inédito si tiene éxito, ya que no se ha logrado en la región.

En estos días ha aparecido la posibilidad de retomar la senda que, hasta el 18 de octubre de 2019, parecía que era el camino para progresar. Al parecer, Chile aprendió la lección, y quizás ahora, las fuerzas políticas pueden mostrar el tipo de sentido común exhibido por la ciudadanía en dos referéndums.

El aprendizaje puede haber sido costoso, pero por lo demostrado en estos días, puede haberse logrado una ganancia neta, en la valoración de la democracia como búsqueda de acuerdos, abriendo camino a un Pacto por Chile, que busque abordar dos puntos y nada más que dos, la democracia de calidad a través de las mejores políticas públicas, ya que hay ahora en Chile como también en el mundo, mucha evidencia sobre lo que funciona bien como también sobre lo que no ha funcionado nunca, toda vez que hay caminos que nos acercan al esquivo desarrollo y otros que nos alejan de este.

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Por cierto, en democracia también se requiere que en el electorado predomine la razón por sobre la emoción, y los hechos sobre la narrativa, o si no, de otra manera, los países pueden entrar, tal como ocurrió en Chile estos últimos años, en una verdadera lotería electoral donde los ganadores de una elección pasan a ser los derrotados de la siguiente.

A los profesionales de la política se les pide que actúen con seriedad y prudencia para que exista estabilidad, de ahí la importancia de acuerdos básicos sobre el seguimiento de caminos de éxito probado en la generación de los recursos que permitan financiar derechos colectivos, con la gradualidad que los haga sustentables a través del crecimiento económico y de la productividad, con la exigencia creciente de una mayor igualdad.

Por su parte, para la democracia de calidad no basta con decir que las instituciones funcionan, sino que deben hacerlo de buena forma, solucionando problemas de vez de crearlos, y con un sistema electoral que permita la consolidación de alternativas sólidas, en vez del actual sistema que premia el fraccionamiento en muchos partidos, herencia del trabajo de la llamada Comisión Engel, que simplemente no dio el resultado esperado. Hoy, se necesita menor cantidad de partidos, pero con gobernabilidad.

También se requiere un compromiso para la reforma del Estado, maquinaria anticuada y anquilosada, cuyo aggiornamento es clave para mirar al siglo XXI y no seguir pagados a los fantasmas de la Unidad Popular o de Pinochet,

En el Chile de hoy hay temor a diversas inseguridades, desde el miedo a la delincuencia a no tener acceso a la salud o una baja pensión al jubilar, todas razones concretas que explican por si solas la necesidad de un gran Pacto. 

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En otras palabras, a través de la Democracia de los Acuerdos se puede consolidar mejor el crecimiento económico, la estabilidad política, la inserción internacional y la reducción de la pobreza, para lo cual es imperativo que los deberes figuren tanto como los derechos, que se respete la ley y el rechazo a toda forma de impunidad, camino que para ser duradero requiere de dialogo y de respeto en vez de confrontación y crispación.

A diferencia del pasado, se necesita total trasparencia, no solo en que siempre se sepa que se ha acordado, sino también que esto sea plebiscitado. A nivel de principios, tanto ética y meritocracia como amor por Chile.

Para mí, el mejor ejemplo del cambio que al parecer está experimentando Chile, es lo que ocurrió con algunos afiebrados que salieron a aplaudir la muerte de Pinera, acudiendo a los lugares donde trascurrió parte de la violencia octubrista. Lo más llamativo no fue que hubiesen salido, sino su fracaso, ya que debieron disolverse por falta de convocatoria. Pero, cuidado. Sin duda hay un nuevo aire, pero hay que observar cómo se ha restado el Partido Comunista, por lo que se requiere prudencia, ya que Chile cambió de opinión con enorme velocidad estos últimos años, y el octubrismo violento todavía tiene partidarios, aunque en menos cantidad.

En todo caso, siento que está cayendo un velo, uno tupido, pero que permite volver a visualizar la senda extraviada. Parte de ello, fue la actitud de Boric y sus abundantes gestos republicanos, ya que las dificultades de gobernar al país le han obligado o motivado a cambiar de opinión y a quemar lo adorado y a adorar lo quemado, las llamadas volteretas, ahora en la persona de Piñera.

¿Falta? Si. No es el único, pero hay un tema donde no cambia ni cede, otra muestra de la persistencia de la judeofobia como la fobia más antigua de la humanidad, se trata de su actitud no solo hacia Israel como la versión más reciente y moderna de este flagelo, sino hacia todo un grupo de chilenos, muy minoritario, de no más de unos 15.000 a 22.000 personas (no todos activos como judíos), pero que todavía no reciben un gesto de Boric de que son merecedores del mismo respeto y dignidad que los otros chilenos.

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Ricardo Israel es abogado, politólogo, académico y comentarista internacional chileno de origen judío. Fue decano de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Autónoma de Chile. Fundador del International Center for the Quality of Democracy. Presidió el Comité de Investigación sobre Fuerzas Armadas y Sociedad de la International Political Science Association (IPSA). Ex candidato presidencial por el Partido Regionalista de los Independientes (PRI) en las elecciones chilenas del 2013. 

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