Evo sabe que, para estar en la mira de los cubanos, rusos, chinos e iranies, necesita tener poder de decisión sobre el territorio boliviano. Por ende, mientras el economista esté sentado en la silla presidencial, el cocalero ve truncada su carrera frente a Nicolás Maduro
¿Universitarios estadounidenses se convertirán en guerrilleros de Hamás u otros grupos terroristas?
Así como hace algunos años, repentinamente, Europa se encontró con parte de su juventud viajando a Siria para integrarse al Estado Islámico, ¿será que Estados Unidos pronto encontrará a un grupo de universitarios combatiendo por Hamás u otros grupos similares? Y que no se diga que es imposible que un proceso de radicalización similar ocurra en algún campus universitario de élite
Autores20 de octubre de 2023 Ricardo IsraelComo consecuencia del enfrentamiento entre Hamás e Israel se ha hecho aún mas visible -para todos los que quieran verlo- un problema generado desde hace tiempo en las universidades de élite de Estados Unidos. No en todas, pero sí en un número significativo y creciente.
No es el único país, de hecho, ocurre en muchos, pero la sorpresa no es solo que tenga lugar en Estados Unidos, por su importancia y el efecto demostración que tiene para el mundo, sino también porque no es un problema que afecte solo a los estudiantes o que tenga características generacionales, y porque muestra y desnuda la responsabilidad y hasta complicidad de sus autoridades y administradores.
Así como hace algunos años, repentinamente, Europa se encontró con parte de su juventud viajando a Siria para integrarse al Estado Islámico, ¿será que Estados Unidos pronto encontrará a un grupo de universitarios combatiendo por Hamás u otros grupos similares? Y que no se diga que es imposible que un proceso de radicalización similar ocurra en algún campus universitario de élite.
A muchos no les va a llamar la atención, dado que una situación parecida existe en forma generalizada en la prensa mundial, incluyendo algunos de los medios más conocidos, donde la actitud hacia Israel es muy sesgada. Pero a mí me sorprende descubrir o confirmar que esto ha llegado a lugares que deberían tener la verdad y el conocimiento como objetivo, es decir, a las universidades, y a colleges igualmente relevantes.
Se puede entender la preocupación y la solidaridad de tanta gente con el sufrimiento de la gente que vive en Gaza. Pero ¿por qué ignorar (y hasta aplaudir) lo que Hamás hizo en Israel el pasado 7 de octubre, o la dictadura total que ha impuesto, desde su golpe de Estado del 2007, en contra de la Autoridad Palestina?
Mas aún, ¿por qué sus autoridades toleran lo anterior y demuestran no entender el derecho de Israel a defenderse?
Surge en universidades como Cornell, Columbia, Pennsylvania, New York, California, Stanford y otras, destacándose la de Harvard, por su insuficiente preocupación hacia profesores y alumnos afectados en su judaísmo por una agresividad interna, y también por la falta de respuesta a consultas hechas por otros académicos, dentro y fuera de Estados Unidos.
No sé si ello es relativismo moral, grave en toda universidad y doblemente inesperado en una institución de ese nivel. Pero sin duda tiene una cuota de hipocresía y doble estándar, ya que sería inimaginable que esa actitud la tuvieran hacia ISIS o hacia Osama bin Laden y Al Qaeda.
La verdad es que la crisis ética comenzó hace algún tiempo con la aparición de verdades oficiales, con la aceptación de cierta corrupción académica en investigación, con una rebaja de exigencias para alumnos y profesores, con la aparición de dinero fácil, en la forma de donaciones para asegurar el ingreso de familiares del donante, en las grandes cantidades provenientes de lugares tan distintos como China o el Golfo Pérsico (o Arábigo), en la aplicación de medidas disciplinarias a quienes no se regían por la corrección política.
No solo generó hipocresía al interior de las instituciones, sino una pérdida de influencia hacia las sociedades a las que se deben. No solo la baja de los estándares, sino también el antiguo intelectual público quedó convertido en un funcionario que se integraba a la producción de papers para su carrera académica. Esto condujo a una pérdida de relevancia, ya que los grandes temas dejaron de pasar por ellos, es decir, las grandes ideas ya no se generan siempre en la universidad, sino que muchos inventos y temas que revolucionan a la sociedad y el mundo surgen de otras personas, fuera de la institución universitaria.
Influye, por cierto, el cambio en la producción científica y tecnológica, donde no pocas invenciones se hacen en grandes consorcios empresariales y con fuerte influencia de los estados, de tal forma que, a diferencia de siglos anteriores, donde podíamos mencionar a un inventor con nombre y fecha, hoy ya no siempre es posible, dada esta nueva característica, por ejemplo, el caso de la internet.
Sin embargo, el tema no se detiene allí y no solo aplica a las ciencias exactas o naturales, sino que va mucho más allá, ya que hay un clima de deterioro de la tolerancia y la diversidad, no solo en el color de piel o en el origen socio- económico, sino también en el plano de ideas, ya que han sido inundadas por cancelaciones de aquellos que tienen opiniones que disgustan a algunos o muchos, y que antes se consideraban propias del fascismo, pero que hoy son aplicadas por personas que se llaman a sí mismas “antifascistas”.
A mi juicio, el problema de fondo está relacionado con el abandono de las humanidades y la cultura general. Ello ha llevado a una sobreproducción de títulos y posgrados, no siempre necesarios, de difícil empleabilidad, y que genera -todos conocemos a este tipo de personas- egresados que acumulan diplomas, pero que carecen de una mínima cultura general y conocimiento de la historia.
Ha sido un error fatal, consecuencia quizás de la época que se ha vivido o de consideraciones económicas. Fue un gran error y muchas universidades hoy generan solo capacitaciones, pero con alumnos que no saben jerarquizar la información que reciben y que no le encuentran sentido a la vida que les ha tocado vivir. Como consecuencia, tampoco siempre salen de sus aulas buenos ciudadanos, solo personas individualistas, preparadas para competir. Y, por lo tanto, sin verdadera educación cívica.
A veces, también se sienten con una superioridad moral hacia quienes no son parte de esa élite, por cierto, un pedestal ético que nadie les ha otorgado. Es una enseñanza donde se pervierte el sentido de la educación, de la formación de personas críticas, para contentarse con el adoctrinamiento, con profesores que, más que guías, son activistas de una posición política o ideológica, donde los alumnos saben que van a ser evaluados por su posición a favor o en contra, y por lo tanto no se atreven a decir lo que realmente piensan o han estudiado, sino lo que el docente quiere oír, para así para poder ser aprobados. Esto es consecuencia de un proceso que se inicia en el siglo pasado, ya que fue en el siglo XX donde la universidad pasó a cumplir el rol de acreditador oficial de las profesiones para la sociedad, rol que no había tenido antes en su más que milenaria historia.
La verdad es que la universidad es una institución que, en su objetivo del conocimiento y la verdad, su esencia ha cambiado muy poco desde la aparición de la primera, en 1088 en Bolonia. La novedad es que ahora enfrenta la pérdida de su sentido intrínseco, de su razón, por la actitud complaciente de sus autoridades y administradores, es decir, una derrota de proporciones históricas al afectar sus principios fundacionales.
Una razón adicional por la que Estados Unidos debiera preocuparse, es que el sistema universitario que generan estas universidades de élite, es uno de los rankings donde conserva todavía una clara ventaja sobre el resto del mundo, sobre todo en el rango de la 1 a la 10, lo que cambia a medida que uno se va hacia los cientos, donde el ascenso del sistema chino impresiona por su rapidez.
Pero el tema de fondo es ético: negar el sentido y objetivo de la universidad, no hacia afuera, sino hacia adentro. Hoy Harvard es una de las más prestigiosas del mundo, pero, así como una universidad se demora en adquirir su prestigio, en los tiempos que vivimos se puede perderlo con mayor velocidad. De hecho, la memoria es larga y no se olvida que alguna vez hubo racismo en sus aulas, que en los años 20 del siglo pasado les dio legitimidad a las ideas eugenistas y en la siguiente década hubo nazismo entre sus profesores y alumnos. ¿Pasará ahora?
Hoy, quienes se sienten inseguros son los alumnos judíos, y por ningún otro motivo que defender a Israel. Esa es la pérdida de sentido de la misión de la universidad que han permitido sus autoridades. Una universidad que se niega a sí misma pierde su razón de ser, sea una de bajo prestigio o aquellas más rutilantes. Es la enfermedad que se padece cuando a quienes las dirigen les falla el compás que aporta la ética, ya que se trata de una ética de principios y no de valores, debido a que estos últimos son cambiantes, lo que no ocurre con los principios, que son pocos y estables, por lo que nos dan el camino por donde transitar con seguridad en la vida.
Las consecuencias de esta falta de compás ético se trasladan a sus alumnos, que al parecer no se han dado cuenta que las acciones y opiniones tienen consecuencias. Son jóvenes y están en proceso de formación, pero también son mayores de edad, de acuerdo con la ley. Y como quieren que sus decisiones no les afecten, desean que no se conozca su participación en impedir que otros hablen en sus recintos. En lo tocante a Hamas, no quieren que se conozcan los nombres de quienes han pedido que se niegue toda libertad de expresión a quienes defienden a Israel entre alumnos, o se expulse a los profesores. A eso me refiero por las fallas éticas de quienes allí están estudiando, indudable expresión de lo que ocurre entre sus mayores, y reflejado en esta cobardía de no querer afectar su empleabilidad.
Intelectuales israelíes, encabezados por David Grossman, criticaron el silencio de la izquierda internacional ante el ataque terrorista de Hamás, que es el origen de la actual crisis, perjudicando tanto a judíos como a palestinos. No solo lo hacen en lo político, sino que también critican la indiferencia de algunos sectores académicos.
Es cierto que el conflicto árabe-israelí es complicado, pero no lo es la horrorosa cadena de violaciones de derechos humanos, incluyendo quema de niños pequeños, decapitaciones, ejecuciones, y llevarse rehenes el 7 de octubre. Eso, simplemente, no es complicado. No lo es.
Perfectamente se puede criticar al gobierno de Israel, y probablemente, poco de lo que se puede decir no se lo dicen en Israel a Netanyahu, judíos y árabes, en la calle y en la Knesset (parlamento) donde los representantes de origen árabe son habitualmente el tercer o cuarto bloque más numeroso, lo que desmiente por sí solo la falsa acusación de “apartheid”. Y aún más, ¿cómo puede haber apartheid, si desde el retiro de Israel el 2005, en Gaza no hay un solo judío o israelí, salvo, por cierto, los rehenes? Y si una universidad es un lugar de conocimiento, ¿cómo negar que nunca ha existido un Estado independiente allí, que no sea uno judío?
Por cierto, rechazar el derecho a la existencia de Israel, bajo ningún argumento es “libertad de expresión”.
Ya sabíamos de esta intolerancia y doble estándar en ONG's de Derechos Humanos, en la ONU y en la prensa, pero ahora ha llegado a las universidades de élite. El proceso ya se había iniciado, se incubó y se enraizó.
No debiera ser novedad esta alianza entre progresismo e islamismo político en nombre de sus respectivas agendas. Sorprende, en el caso de feministas y LGBTQ, por la suerte que les esperaría con movimientos como Hamás. Pero es una realidad, como lo es esta reaparición del antisemitismo y la judeofobia, el más antiguo y persistente de los odios de los seres humanos.
Tampoco nos debiera sorprender, toda vez que Oriana Fallaci nos anticipó lo que hoy está ocurriendo en libros como “La rabia y el orgullo” y “La fuerza de la razón”. Europa no la quiso escuchar y prefirió juzgarla por “racismo”. Hoy se acosa en España a Pilar Rahola, quien nos recuerda que “Hamás es Stalin, es Hitler, es el Dáesh, es el mal. Y es un mal que nos amenaza a todos. La ceguera de los que banalizan o los aplauden nos dejará ciegos a todos. ¿A cuanta más gente habría tenido que masacrar, para que una vida judía valiera la pena?” El solo hecho de hacer esta pregunta, es para mí merecedora de admiración y respeto.
No deja de llamarme la atención lo que ocurre en estas universidades, donde se pide la desaparición de Israel en el mismo instante que se tolera la exhibición de proclamas que pide la aparición de un nuevo estado “del río (Jordán) al mar”. Y uno se pregunta si aceptarían que se quemaran iglesias o que neonazis no fueran condenados si cometen un asesinato. La respuesta por supuesto es que no, y en buena hora. Pero entonces, ¿por qué, con toda tranquilidad se acepta el apoyo a Hamas, aun después de las matanzas del 7 de octubre?
El hecho que, en su gran mayoría, las víctimas sean judías, no debiera ser un motivo. Por lo demás, muchos no entienden que el tema de los Hamás de este mundo no es solo contra los judíos, ya que en verdad es en contra de todos los que no piensen o sean igual a ellos. Es decir, todos los que consideran infieles, lista que es larga. Solo se inicia con los judíos, recordando el poema del pastor luterano Martin Niemoller y que popularizara Bertolt Brecht con la frase “Primero se llevaron a los judíos”, donde se habla de la indiferencia, ya que cuando los nazis vienen por esa persona, entonces es demasiado tarde.
En el fondo esas universidades han permitido la discriminación en palabra y hecho, un clima inhóspito para los alumnos judíos y la deshumanización de Israel. Es decir, similar a afirmar que el respeto a la diversidad no los alcanza a ellos como tampoco a las ideas del sionismo, su movimiento de liberación nacional. La situación exige muchas reacciones, por cierto, partiendo por los propios judíos.
Las universidades de elite son instituciones que cuentan con judíos entre sus profesores, investigadores y autoridades, siendo parte importante de sus numerosos Premios Nobel. La reacción ha sido más bien individual que colectiva, por lo que no se siente con la fuerza que debería, como tampoco se advierte la difusión que debieran tener para que tengan impacto.
Los judíos se cuentan también entre los benefactores de estas instituciones, que en la mejor tradición estadounidense reciben donaciones, ya sea por filantropía o rebaja de impuestos. Cumplirían así una función valiosa al ser escuchados por los administradores, por el simple motivo que poderoso caballero es "don dinero", como dijera Francisco de Quevedo en el siglo de oro español.
Israel tiene también una política de Hasbará (que se traduce del hebreo como esclarecimiento o explicación), que en general es una estrategia de comunicación que no da los resultados esperados, como se prueba en la cobertura que recibe el país, donde habitualmente se le condena. Sin embargo, no debiera dejar de protestar por lo que está ocurriendo en algunas de las mejores universidades de Estados Unidos, que está formando a parte de la clase dirigente de las próximas décadas, incluyendo la economía y la política.
Entiendo que el problema existe en muchos países. Sin ir más lejos, la judeofobia estuvo fuertemente presente en mi despido de la Universidad de Chile, motivo por la cual llevé al Estado chileno ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Aunque perdí la demanda, conseguí lo más importante: que la denuncia fuera acogida y, por lo tanto, la oportunidad de probar lo que había denunciado, y, por las razones que sea, nunca conseguí ningún respaldo o solidaridad de la comunidad judía chilena o de su Comité Representativo.
Sin embargo, me he impactado con lo que he encontrado en Estados Unidos. De hecho, en mi vida académica, hice docencia en Texas-Austin, Pittsburgh y en Wheaton College, estuve muchas veces de visita en otras universidades o asistiendo a congresos, y nunca supe o percibí algo remotamente similar a lo que hoy está ocurriendo.
Mi conclusión es que hay algo de la historia de miles de años, la del prejuicio y la ignorancia, aunque se trate de universidades de élite en Estados Unidos. El ropaje actual puede ser millennial, o de la generación Y o Z, con una cubierta de izquierda o progresista. Pero no es novedad y llega a sustituir la actitud que hacia los judíos tuvieron en el pasado la derecha extrema o el estalinismo.
Me desilusiona, pero no me sorprende del todo. Sí me molesta, incluso por una razón personal, ya que al sobrevivir a un coronavirus muy agresivo el 2020, me prometí a mí mismo varias cosas, siendo una de ellas no tener ninguna paciencia con la judeofobia, incluyendo a esos que dicen haber nacido judíos, pero que por razones políticas o religiosas se odian a sí mismos, exhibiéndose en marchas públicas que, digan lo que digan, buscan la desaparición del Estado de Israel. Pero, ¿lo serán realmente? ¿Se sentirán como tales?
Ricardo Israel es abogado, politólogo, académico y comentarista internacional chileno de origen judío. Fue decano de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Autónoma de Chile. Fundador del International Center for the Quality of Democracy. Presidió el Comité de Investigación sobre Fuerzas Armadas y Sociedad de la International Political Science Association (IPSA). Ex candidato presidencial por el Partido Regionalista de los Independientes (PRI) en las elecciones chilenas del 2013. Puede seguirlo en @israelzipper. ​
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