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La denuncia sobre la exhibición en Cuba de películas “derrotistas, confusas e inmorales” inició una sonada polémica dentro de la intelectualidad comunista durante los años 60.
CubaLibre26/12/2025
Luis Leonel Leon
En las décadas de 1960 y 1970 no faltaron, también entre los actores y actrices, los apapipios que sirvieron incondicionalmente al castrismo, no solo en detrimento de sus colegas, sino de la sociedad en general, al contribuir a que fuese más cerrada, intolerante y represiva.
Los casos más extremos fueron Carlos Monctezuma, el actor cómico devenido en agente del G2 infiltrado en un grupo anticastrista, o el de Ana Lasalle, una actriz que más que como la talentosa actriz que fue, es recordada como chivata y perseguidora, tijera en mano, de melenudos desviados ideológicamente.
Pero hubo también sarampionosos que con sus señalamientos extremistas, sirviendo como revisores de una supuesta corrección ideológica y moral, aportaron combustible a la hoguera de las censuras y las prohibiciones. Fue ese el caso de Severino Puente, aquel actor que luego de ser anunciador de maltas en la TV, popularizó en la década de 1950 el personaje del Niño de Pijirigua, muchos años después al pirata Jano Momo y que finalmente – ¡quién lo diría con esa devoción y celo pro-castrista que una vez mostró! – emigró y se fue a vivir a New York.
Severino Puente, a inicios de diciembre de 1963 envió una carta a la sección Aclaraciones del periódico Hoy, órgano del Partido Unido de la Revolución Socialista (PURS), donde se quejaba de que se exhibieran en Cuba películas “derrotistas, confusas e inmorales”, como La dulce vida, Accatone, Alias Gardelito y El ángel exterminador. Por culpa de aquella carta estuvimos a punto de que fueran prohibidas en Cuba no solo las películas norteamericanas, como ya ocurría, sino también gran parte de lo mejor que se hacía en el cine mundial en aquella época, y nos limitaran a ver solo películas soviéticas, de los países comunistas de Europa Oriental o los dramas bélicos chinos al estilo de aquel donde un despavorido soldado norteamericano exclamaba “huyamos como ratas que viene el glorioso Ejército Rojo”.
La queja de Severino Puente fue entusiastamente acogida y respondida el 12 de diciembre de 1963 por Blas Roca, el veterano dirigente comunista que además de presidir el PURS dirigía el periódico Hoy. Roca, a pesar de admitir que no había visto aquellas películas, abogó para que no se exhibieran en Cuba y sentenció que no podían ser “los Accatones ni los Gardelitos los modelos para nuestra juventud”.
La moralina y los pruritos ideológicos con tufo estalinista de Blas Roca se dispararon por la vida disoluta que mostraba la película de Federico Fellini La dulce vida, el proxeneta de Accatone de su compatriota Pier Paolo Pasolini y el ratero tanguista de la película Alias Gardelito del argentino Lautaro Murúa. Y no solo eso: también le preocupaba y disgustaba el individualismo de los personajes de Michel Angelo Antonioni en El grito, y que muchos no pudieran entender qué quería decir Luis Buñuel en El ángel exterminador.
Aquello motivó una inusual y encendida polémica entre Blas Roca y el director del ICAIC, Alfredo Guevara, a la que se sumaron Segundo Cazalis, en el periódico Revolución, del lado de Guevara, y Vicentina Antuña, la estalinista directora del Consejo Nacional de Cultura, quien de parte de Roca, esgrimió la resolución del Primer Congreso de Educación y Cultura que se había efectuado en 1961.
En sus respuestas a Blas Roca, Alfredo Guevara, que por su vieja amistad con Fidel Castro se sentía autorizado a mantener posturas críticas respecto a las llamadas “políticas culturales de la revolución”, mostró su repugnancia por “el marxismo de los miedos para animales domésticos”, acusó a Roca de “temor al pensamiento” y de sentir “un desprecio acaso profundo por los intelectuales”, se pronunció en contra de “los arquetipos abstractos del realismo socialista que podían competir en irrealidad y falsedad con los personajes de Corín Tellado”, y advirtió que “el arte no es propaganda y ni en nombre de la revolución resulta licito el escamoteo de sus significaciones”.
La polémica, que se fue haciendo cada vez más encendida y llena de recriminaciones y traspiés, duró quince días, hasta que Fidel Castro pidió que parara. El 27 de diciembre de 1963 apareció en Hoy la última carta de Blas Roca a Alfredo Guevara. La respuesta de Guevara no se hizo pública y permaneció guardada hasta 2006, cuando apareció recogida por Graziela Pogolotti en el libro “Polémicas culturales de los 60”.
De aquella querella entre comunistas lo único positivo fue que Blas Roca no se saliera con la suya de privarnos del “decadente y deformante cine burgués” y que pudiéramos, si no del cine de Hollywood –eso no sería posible hasta 1972 cuando empezaron a llegar pésimas copias en blanco y negro de películas como La jauría humana, La leyenda del indomable y El padrino– disfrutar de las películas de Antonioni, Fellini, Trufaut, Godard, Visconti, Lelouch y Pasolini (a pesar del resquemor de los comisarios castristas por las idas y venidas del Partido Comunista Italiano del controvertido director y escritor).
A la luz de los años transcurridos puede parecer ridícula y aburrida aquella reyerta por mostrar quien era más comunista y apegado a las ordenanzas de Fidel Castro. Pero no queda más remedio que darle la razón al experimentado director de programas de televisión Yin Pedraza Ginori cuando escribió en su blog respecto a aquella controversia:
“Es ilustrativo contemplar que no existe hoy en día, en la primera línea de mando, personalidades de la talla intelectual de Blas Roca y Alfredo Guevara, con cuyos planteamientos se podía estar de acuerdo o no, pero revelaban un nivel de conocimiento y agudeza y una capacidad de exponer sus razonamientos que ni por asomo vemos en los mediocres dirigentes actuales”.
Publicado originalmente en Cubanet.


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