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Desde este 23 de septiembre, en la galería de Copper Bridge Foundation de Miami, el pintor cubano Felipe Alarcón Echenique expone piezas que dialogan con la memoria, los gritos y susurros de una Habana neocubista con sello propio
Autores23/09/2025Más que un artista cubano residente en España, Felipe Alarcón Echenique es un habanero nato, un casablanqueño que desde niño, sentado a los pies del Cristo de La Habana, aprendió a observar, analizar y dibujar la ciudad –y su isla– desde un arduo privilegio visual, único, que todavía le acompaña a pesar de todo lo que implica el Atlántico de por medio.
La perspectiva de este creador inquieto y oficioso, como fragmentos de un vitral profundo y en perenne movimiento, se funde con las raíces y laberintos de su crianza, con su formación como artista integral, fragmentado, neocubista –en buena medida neobarroco, tal como Severo Sarduy–, y con lo que realmente significa crear desde la diáspora sin renegar de su condición. A Alarcón Echenique siquiera, en tiempos de la Colonia, se le hubiera confundido con un español de ultramar (aunque un poco de ese espíritu también aflora en él). Nunca ha dejado de sentirse atado al espíritu herido de su barrio, su ciudad, su archipiélago tantas veces pintado, pintarrajeado e incomprendido. En sus piezas de temas cubanos, e incluso en otras de lejanos tópicos, Alarcón Echenique suele buscar su país. Y a veces cree encontrarlo. O al menos navega en esa ilusión.
Su proyecto o conjunto de series titulado Gritos y susurros de La Habana es una suerte de postal de La Habana, y a la vez una antipostal de la historia de estos días, cada vez más difíciles de catalogar y terriblemente inciertos. Es un abanico, un compendio de piezas (por el momento sólo en cartulina, pero a la que el artista sumará algunos lienzos) que al espectador le abren puertas y ventanas de La Habana más allá de su apariencia física, para guiarlo –no como una vista guiada, sino como un diáfano diálogo fragmentado y atemporal– por diversas capas de historia, memoria y sentimientos (gritos y susurros), edificaciones, mitos, personajes, símbolos eternos de la fundación de la ciudad en ciernes, esquinas, ausencias que definen inevitablemente a la ciudad real, La Habana que ya no existe, paisajes interiores, fuertes sentimientos que ahora pueblan y continúan despoblando una orbe desatendida y desentendida.
En Alarcón Echenique, como en La Habana, viven el cubano de intramuros y el de extramuros. En ese dinamismo contradictorio, presente en otros artistas de la diáspora, yacen las columnas de algunas de sus piezas. Lo mismo desde las bases que desde los frisos y capiteles, el pintor explora la memoria de La Habana con imágenes que celebran, ironizan e incluso denuncian, construyendo –a veces sin buscarlo– un diálogo visual entre la postal y la antipostal.
Este martes 23 de septiembre, en la galería de Copper Bridge Foundation (North Miami) se presentan, por segunda vez, las primeras piezas de este proyecto en construcción. No es casual que su primera exhibición fuera también en Miami (núcleo de la diáspora cubana), en junio de este año, en la galería de Artefactus Cultural Project, bajo el título Ciudad de las Columnas, gracias al abrazo de Carlos Artega, directivo de dicha organización sin fines de lucro, y la producción de Eloisa Sobrino. La exposición estuvo acompañada de un excelente catálogo realizado por el español Ximo Sánchez, director de CDQVA Art Magazine, curador de esta segunda muestra en Copper Bridge. Otra confirmación del interés que puede generar en Miami un proyecto de tal naturaleza.
Alarcón Echenique es consciente de que “las columnas de La Habana (la Habana Vieja, Centro Habana, El Cerro y otros municipios) son más que un elemento arquitectónico: son huellas visibles de un tiempo detenido que intenta sobrevivir en medio del caos. En ellas, conviven la grandeza de lo que fue, el desgaste de la ruina y el anhelo de un retorno a la modernidad de la que fue despojada de manera vertical: de arriba hacia abajo, del cielo a las alcantarillas. Cada columna sostiene no solo balcones y portales, sino también la memoria de generaciones, el tránsito de cuerpos, la sombra del descanso, la espera y el encuentro”, advierte el pintor en Columnas de La Habana: tiempo, ruina y anhelos verticales, un texto donde sintetiza su serie La ciudad de las columnas.
Al ver las piezas, es evidente que la columna le interesa “como metáfora de la permanencia y lo inacabado: lo sólido que resiste y lo frágil que se desmorona. Es un símbolo vertical que articula la vida cotidiana de la ciudad y, a la vez, se convierte en palimpsesto de estilos, épocas y emociones. La Habana es una ciudad que se escribe en capas: barroco y eclecticismo, neoclásico y modernidad truncada; todos sobreviven en la verticalidad de esas columnas que son a la vez ruinas y esperanza”, explica en su declaración.
Como un espíritu similar a sus series La jungla afrocubana y Guernika: la bestia indomable, muestra paisajes urbanos fragmentados, personajes suspendidos y escenarios donde la belleza y la ruina coexisten entrelazados, sin posibilidad de fugas ni mucho menos olvidos. Colores audaces, formas oníricas y composiciones dinámicas, revelan una memoria que resiste sin desbordarse, ofreciendo al espectador la experiencia de un ritmo detenido que invita a leer lo que permanece en silencio.
Se trata de un creador, no en balde, distinguido por la combinación de elementos neocubistas figurativos con una sensibilidad profundamente contemporánea. Sus invenciones transforman la postal tradicional en una antipostal crítica y poética, donde lo festivo se contiene y lo visible convive con lo sugerido. Cada cuadro es un eco del pasado habanero, una narrativa de resiliencia y tensión que nos recuerda que la ciudad y su cultura laten incluso en la contención.
En conjunto, propone una experiencia sensorial y reflexiva, donde la memoria, la resistencia y la estética se entrelazan en un ritmo visual que es a la vez vibrante y silencioso, invitando al espectador a percibir la fuerza de una conga que, aunque contenida, nunca deja de existir. Utiliza un enfoque y un abordaje de palimpsesto visual, en el que las capas de significados y significantes se superponen para generar una narrativa de memoria, resistencia y no pocas nostalgias. Sabe que el paisaje pictórico de La Habana es todavía un proyecto y un anhelo incompleto. Y puede que por eso se lance a este ejercicio de memoria visual y emocional, como un mapa abarrotado en el que conviven los gritos escuchados y los no escuchados, así como los susurros nacidos del temor, la prudencia más grotesca y la duda sobre si alguna vez los gritos de la isla serán atendidos.
En palabras del propio Alarcón Echenique: “Me sumergí en las capas de mito y símbolo hasta descubrir, no un origen puro, sino un palimpsesto donde coexisten la ruina y la esperanza herida” (El Nuevo Conservador, ENC, 2025). El trasfondo de esta declaración sintetiza una de las marcas internas de la serie, una especie de tensión implícita, pero que no deja de ser importante: La Habana como un espacio de confrontación entre el pasado y el presente, entre lo construido hace siglos atrás con la ilusión de sobrevivir y el temor real de hoy encontrarse a punto de desaparecer, entre lo que se puede decir y lo que permanece oculto, entre la libertad y la censura, entre la historia oficial y las memorias y vivencias cotidianas populares.
Con la ciudad de las columnas, según sus propias palabras, busca “reinterpretar esa realidad a través de un lenguaje fragmentado, cercano al neocubismo, donde la imagen se descompone para revelar las tensiones entre pasado y presente, entre lo que permanece y lo que se derrumba”.
Cada obra de Alarcón Echenique es, desde lo visual, una no ficción de la interacción entre espacio y emoción: fachadas legendarias hoy deterioradas; almas de piedra que siguen hablando; la mítica Giraldilla; La Habana barrica, neobarroca y real maravillosa de Alejo Carpentier (La ciudad de las columnas) hoy trastocada en columnas desplomadas y fachadas corroídas; El Capitolio como un “punto de encuentro y partidas” (así lo nombra desde el título de una de sus piezas) durante tantas décadas de éxodos y tensos retornos, fugas y abrazos empapados de lágrimas; catedrales fragmentadas; los hijos de la Caridad del Cobre (patrona de la nación) en plazas silenciosas y personajes suspendidos en sutiles gestos congelados, en larguísima espera, susurros e incertidumbre.
Un conjunto de piezas que contribuye a construir un lenguaje visual cuya sutileza está en capturar tanto lo que aparentemente puede discernir cualquier turista en La Habana como los gritos de ahogados resistencia y hasta los gritos de protesta, directamente representados en una de sus piezas más impactantes, El grito del pueblo, de la serie Los hijos de la patria, que también puede verse a partir de este martes 23 de septiembre en Copper Bridge Foundation. Desde la esquina en la que fue ubicada, El grito del pueblo es capaz de impactar toda la sala gracias a la confluencia del poder de su grito y a los susurros que durante décadas no solo han definido la experiencia habanera, sino también la de su creador, incluso más allá de las fronteras geográficas.
En esta pieza Alarcón Echenique aborda, de manera explícita, la relación entre grito y respuesta: “La Habana ha recibido y, muchas veces, desviado los gritos. También hay gritos que jamás fueron lanzados por miedo a la indiferencia o al castigo. La memoria de la ciudad está marcada por estos silencios” (ENC, 2025). Esta reflexión recuerda que la historia de Cuba, especialmente en los últimos sesenta años, ha estado atravesada por la represión sistemática, la emigración y la incertidumbre, y que muchas voces quedaron sin eco, ignoradas o manipuladas.
Un elemento central que atraviesa toda la serie es el silencio semántico, concepto que permite comprender cómo lo que no se dice también comunica, siempre que el espectador no solo vea la piel de figuras, sino que las observe consciente de la ciudad y realidad a la que pertenecen. De ahí que el silencio semántico no representa ausencia de significado (muy al contrario), sino presencia de un sentido cargado: un grito no lanzado o un susurro contenido transmite información sobre el control social, la censura y la experiencia del exilio.
El componente histórico de la serie es fundamental. Este grito representa las manifestaciones públicas de libertad, justicia y memoria, mientras que los susurros reflejan el temor a la reacción del régimen, de sus cómplices y del mundo exterior. Esta dualidad permite al espectador comprender que el silencio no siempre es pasividad, sino un acto de supervivencia o de prudencia estratégica. Así, Alarcón Echenique expresa y traduce en imágenes las emociones colectivas de generaciones que han vivido bajo la presión de un poder que regula lo que se puede expresar. Cada obra es un latido retenido, una conga contenida que vibra con energía popular y colorida, pero se modula bajo el peso de la historia, la censura y la autocensura del espectador.
Además, el artista no limita su mirada a la represión directa. También incluye el miedo a que el grito, lanzado desde fuera de la isla, no sea escuchado, una preocupación contemporánea que refleja la experiencia del exilio cubano y su relación con la diáspora. Como él mismo afirma: “Existe el temor de que la voz que nace en la isla, aunque se proyecte hacia el mundo, sea ignorada o devuelta de espaldas. Esta duda forma parte de la memoria histórica y emocional de la Habana”.
La Habana es, tal como la obra de Alarcón Echenique, un palimpsesto de tensiones sociales y políticas profundas, agravadas en los últimos 60 años, que incluyen crisis económicas, migraciones masivas y represión política sistemática. Los silencios y los gritos reflejan esa compleja historia colectiva, no le son ajenos a este pintor, reconocido por su dominio del neocubismo figurativo, que ha logrado crear un lenguaje visual propio, donde la geometría, la composición y el color dialogan con la narrativa histórica y social. La Habana que presenta no es una ciudad congelada en el tiempo; es un organismo vivo, que respira con la memoria de sus habitantes y con la tensión entre lo que se dice y lo que se calla.
La integración de elementos tradicionales y universales, diversos y —otra vez, fragmentados, como es la diáspora— en la obra de Alarcón Echenique: subraya cómo la identidad habanera sufre una fragmentación dolorosa en una multitud de capas que sobrepasan los márgenes geográficos. En definitiva, Gritos y susurros de la Habana, más que un proyecto pictórico, es una cartografía emocional e incluso histórica. Cada obra registra lo visible y lo invisible, lo escuchado y lo ignorado, la valentía y el temor, convirtiéndose en un puente entre la memoria individual y colectiva. La exposición no solo celebra la obra de Alarcón Echenique, sino que también convoca al espectador a escuchar los ecos de la Habana, esos gritos y susurros que, durante décadas, han moldeado la ciudad y su historia.
Más allá de La Habana perdida de Carpentier, el pintor se ha empeñado en ver –y en no pocos casos, imaginar– la ciudad desde sus lastimadas y persistentes columnas. Es su manera de resistir, como “un cuerpo abierto al tiempo” ante los embates del tiempo y los huracanes que en las últimas 6 décadas han hecho implosionar la ciudad, la isla, sus generaciones. No hay pesimismo en sus ojos. Siente La Habana como “ciudad que nunca se termina de construir ni de destruir, siempre en tránsito hacia su propia modernidad abandonada, que necesita y que sueña recobrar de manera vertical: de los solares y las ruinas al cielo que, a pesar de todo, aún persiste en la memoria y los anhelos”, escribe esperanzado Alarcón Echenique en su texto sobre la serie.
En la nueva muestra que se inaugura este martes 23 de septiembre en Copper Bridge Foundation (373 NE 125 St. #1, North Miami), además de celebrar la creación pictórica y trasladar el contexto histórico y cultural de La Habana a un público internacional, podemos acceder a otro espacio de reflexión y diálogo sobre la memoria y la identidad cubana más allá de la isla. Otra oportunidad para acercarse (incluso, penetrar) a una Habana viva y atemporal con sello propio. Una exposición donde cada pieza funciona como testimonio-nostalgia-anhelo-visual que, además de hacer brotar hermosos paisajes neocubistas, posee el poder cautivador de indagar y generar reflexiones sobre la ciudad, sus habitantes y la compleja interacción entre olvido y memoria, silencio y expresión. Paisajes humanos de un artista que ha bebido de la experiencia dual de quienes sobreviven en la isla y siguen atados a su Habana en la diáspora, voces a veces ignoradas o no consideradas internacionalmente como las auténticas voces cubanas –y habaneras– que son. Y Felipe Alarcón Echenique es una de ellas. La ciudad de las columnas lo confirma.
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