Escatología, necrofilia y antropofagia: el cuerpo muerto de una nación

El peso simbólico de esta nación imaginada en la conciencia ha generado una narratividad febril, anclada en una secularidad histórica y proto-nacionalista. Cuba nació como un imaginario, como un modelo de paraíso

Bogaciones18/07/2025 Antonio Correa Iglesias
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I

En «Para una arqueología del silencio: la ontología de la víctima»[1] había desarrollado algunos argumentos en torno a la idea de la antropofagia, sobre todo, cuando pensaba en términos de cómo la voluntad y la capacidad que los sistemas totalitarios ejercen una violencia no siempre declarada. Es decir, una violencia que se ejerce ya no solo desde el poder político, sino desde la destrucción de los cuerpos. 

Estas nociones me llevaron a conformar el concepto de «antropofagia totalitaria» para explicar como a partir de ella se establece una violencia arquetípica tanto en el plano físico como moral. Recordemos que «el control de la sociedad sobre los individuos no se operó simplemente a través de la conciencia o de la ideología, sino que se ejerció en el cuerpo, y con el cuerpo» (Foucault, 2017:377). De ahí que lo que he llamado «violencia ontológica» me permite analizar analizarla desde el «entendimiento» de la deshumanización moral y física. El sujeto cuando desaparecer de la memoria del otro muere ontológicamente. «[…] cuando ya no quedan testigos, no puede haber testimonio. […] Están prohibidos el dolor y el recuerdo […]» (Arendt, 2014:548)

Comprender esto, supone comprender también por qué la historia de la nación cubana está llena de ausencias. El discurso totalitario ha vaciado, como bien diría Rafael Rojas, el estante de libros, que es también una manera de vaciarlo de sujetos para alimentar la desmemoria.

Louis A. Pérez Jr. en «To Die in Cuba: Suicide and Society»[2] ha puesto en perspectiva el fenómeno del suicido en una sociedad donde esta práctica ha adquirido connotaciones existenciales, sentimentales pero también -y como sucede en los regímenes totalitarios- un modo de ejecutar una agenda política. Sin embargo, Pérez Jr. pasa por el alto el hecho de que morir en Cuba es también experimentar una muerte dilatada, una vida consumida por un sacrificio inútil, una niñez plagada de carencias y cenas simbólicas atestadas de vacío. La vida escamoteada por la muerte travestida.  Éxtasis y lujuria, pero también olvido, silencio, marginación, miedo y humillación han hecho del cinismo un modo de vida social expresado muchas veces desde una impunidad no ha sido otras cosas que un modo de sofisticación del poder político.

Por eso escatología, necrofilia y antropofagia han terminado siendo formas categoriales para pensar el cuerpo muerto de la nación cubana. 

OBRA JULIO LORENTE - ''Incredulidad" (2024) óleo:lienzo, 60 X 50 CMEl éxodo como thelos

Mark Grei en «The Age of the Crisis of Man: Thought and Fiction in America, 1933–1973»[3] explica como el impactado en el pensamiento social y filosófico en los Estados Unidos está ocurriendo, no en la filosofía, la historiografía o la sociología, sino en la literatura de ficción. Aunque un estudio de esta magnitud sigue pendiente para el caso cubano, me anticipo a afirmar que al menos desde la literatura y desde los campos de las artes visuales, muchos creadores cubanos están haciendo más que muchos historiadores y sociólogos sindicalizados.

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Como nunca la noción de una historia como espejismo ontológico va cobrando forma en la conciencia de cierta intelectualidad cubana. Imaginar la nación ha sido -históricamente- un recuso febril. Desde los criollos patricios, los barbudos de verde-olivo resguardando bajo el sobaco su adoración al marxismo, los revolucionarios inflamados que entre izquierda, derecha e izquierda engolan su voz, hipostasiando memorias, los intelectuales progresistas, los opositores orgullosos de ingenuidad, sin memoria histórica y con vocación de diálogo, los inadaptados sociales tanto adentro como afuera, los ambiguos, seres oblicuos y oportunistas, entre tantos otros, todos y cada uno de ellos se han aferrado a un proyecto de nación imaginada. Identidad deformada por el apócrifo discurso nacionalista que, como buen autócrata, no sabe que va desnudo.

¿Cómo pensar el cuerpo de la nación cubana desde nociones fundamentales como escatología, necrofilia y antropofagia?

El peso simbólico de esta nación imaginada en la conciencia ha generado una narratividad febril, anclada en una secularidad histórica y proto-nacionalista. Cuba nació como un imaginario, como un modelo de paraíso. Hoy más que nunca se hace indispensable ensayar en las zonas periféricas, en esos nichos, en esos reductos de misticismo que han prevalecido y establecido una idea falsa de nación, una idea falsa de país, una idea errada de pueblo, una noción raquítica del destino. Ensayar esas zonas limítrofes solo es posible si nos sumergimos en el marabusal escatológico que ha sido la estructura invertebrada de esta nación que desemboca en eso que Lino Novas Calvo llamó “cuerpo liquido” y que hoy, más que un cuerpo, es una ampolla fétida.

II

Julio Lorente ha comenzado a exhumar los restos simbólicos de una nación, de un territorio a la deriva, de una nación que intentó nacer, pero que naufragó, una “nación” que ha sobrevivido, que es en todo caso una manera de mal vivir y que hoy más que nunca regresa a la deriva, envilecida.

OBRA JULIO LORENTE - ''El hijo de la Historia" (2024) óleo:lienzo, diámetro 60 CM  Capitalismo del antivalor o mercadotecnia de la decadencia cultural

La obra de Julio Lorente ha centrado su indagación visual en el cuerpo iconográfico de la nación, es decir, en aquello que nos constituye desde una ideología política y que termina conformando una idea de nación como artificio. El sujeto nacional ha terminado siendo un sujeto patológico mostrando en lo que nos hemos convertido. Julio Lorente traza un isomorfismo en torno a la crisis de representación simbólica y política que ha envilecido a la nación cubana en los últimos sesenta años y de la cual, un sujeto ha tomado su fisonomía.

La muerte, la idolatría, el carácter atávico de los sentimientos, el olor a formol, la desmemoria, la momificación, la atemporalidad, la carne, la isla de carne, la carne podrida, el héroe en negativo, la solemnidad habitada por moscas, la desacralización de los símbolos, la sangre, lo post-mortem, la rabia, la ingravidez, el mesianismo, el negro, el vacío, la sensación de «como el pasado se parece al futuro» son algunas de las pistas para comprender la obra de Julio Lorente. Son recursos siniestros, por eso el cuerpo atrofiado, ampollado, victimizado por la violencia, el cuerpo desgastado, desahuciado, carente de identidad, el cuerpo sodomizado, muerto, revivido, mutilado en la carne, el cuerpo que no vive sino sobreviven en su siniestra deformidad, anticipan la muerte en vida, una muerte que destierra el anhelo del descanso eterno.

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Julio Lorente no se andan con paños tibios, llama a las cosas por su nombre y evade cualquier hipérbole. Tanto los sujetos de la iconográfica ideología, así como las víctimas y los victimarios, todos lucen sus uniformes militares, sus grados, sus instrumentos de tortura, sus técnicas de estrangulamiento. No hay en ellos una sublimación del conflicto, una búsqueda eufemística para aminorar la corrosiva represión, en todo caso, la represión, sin rubor, nos muestra su rostro.

Si en “De cómo el pasado se parece al futuro” [2009], Fidel Castro y José Martí se miran uno frente al otro abrigado por un silencio perturbador, un silencio que pone en perspectiva dos ideas diacrónicas de nación, en “Antropofagia Martí” abraza un pedazo de carne que termina simulando al Sagrado Corazón para más tarde ensayar en torno al cuerpo necrosado, un cuerpo como «vitalidad taxidemica», una imagen del Apóstol que no es otra cosa que la adoración siniestra a la muerte «religio mortis». 

Screenshot 2025-07-13 at 11.28.37 AMwokismo o la fiesta de los corderos

Julio Lorente recupera un recurso del pop-art y como Raul Martinez, serializa en “Sombra cíclica” la patética imagen de un Martí, que momificado, termina siendo un recurso recurrente en el imaginario de aquellos que, como él, también están muertos. 

Los sujetos del totalitarismo —aunque no todos lo reconozcan, sobre todo cuando se trata de antologías— ocupan un lugar especial en la búsqueda visual de Julio Lorente. Poco importa si la imagen que se refracta viene del espejo de Dorian Grey o del espejo de Grimhilde; los espejos no mienten, por eso en “Magic Mirror” [2022] el cristal se quiebra ante la fuerza terrible de Fidel Castro.  

En Julio Lorente hay una profunda inversión simbólica como recurso poético, una inversión que no es otra cosa que un positivo resentimiento generacional como cotejara Ernesto Hernández Busto. La diferencia —con los otros— radica en el cuidadoso reconocimiento de quienes han sido sus referentes, sus pautas genealógicas en un país que ha lobotomizado el imaginario social y político y ha impulsado desde la cultura una filosofía del tuerto en un reino de los ciegos. 

La revisión histórica de una proyección política que desde el poder se hace del arte, ha tenido en la obra de Julio Lorente un espacio fundamental de significación, de ahí la fascinación que siente por la obra de Piotr Belov de la cual recupera recursos estilísticos, o la pintura testimonial y apocalíptica de Romero Ressendi, o la obra de Tomás Esson; a lo que habría que añadir su transgresión analítica a áreas como la sociología política, la antropología, y el pensamiento filosófico que terminan canalizándose en ensayos, reseñas, artículos para revistas y libros. 

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Y lo mejor de todo es que lo hace desde un cuidadoso, detallado, delicado y rotundo manejo de la pintura. A través de esta, Julio Lorente logra destilar la morfología del dolor, el sentido de la asfixia, el coro estridente de quien fustiga, el otro visto a través de los ojos de sí mismo, la sangre en las manos, los sujetos degollados, las heridas, las víctimas. La pintura es el vehículo para dar cuenta de una voluntad antropofágica. Una voluntad que ha hecho del sistema una normatividad de orden totalitario. Una voluntad que destruye los cuerpos, sin ellos no hay testimonio, sin ellos no hay memoria. 

Screenshot 2023-07-15 at 9.49.18 PM11-J, el anhelado y aún frustrado despertar de los cubanos

Las obras más recientes de Julio Lorente «Incredulidad» [óleo/lienzo 20 x 24 pulgadas 2024] pone en perspectivas esta argumentación. En toda su producción visual hay una lectura política no solo porque abiertamente lo es, sino porque no pretende otra cosa, además, no hay pudor por escamotear este sentimiento y está bien que así sea. Es como cuando leemos “Conversación en la Catedral”, el conflicto político opera la dinámica de cada uno de los personajes y, sobre todo, el tiempo en los que estos interactúan. Por eso en la década del setenta, había que forrar, seguramente con algunas páginas de alguna revista soviética el libro para poder leerlo en público. O cuando leemos «Soldados de Salamina» de Javier Cercas donde el conflicto político del «guerracivilismo» es una fijeza en el ADN político y en la cultura española.

Hemos de convenir que Cuba es una presencia, un fardo, la piedra que incansablemente carga y recoge Sísifo una y otra vez. Uno termina abandonando la isla, pero esta, empecinada, nos acompaña incluso a los rincones más insólitos. Hemos de convenir también que la poesía ha sido un signo de identidad de lo cubano, un rasgo de distinción. Sin embargo, Julio Lorente introduce -con la noción de herida- una nueva distinción representacional en torno a Cuba. La herida, la llaga sangrante, que ha comenzado a aparecer en su última serie de obras, rememora el pasaje traumal de un cuerpo transado por un dolor inexplicable.

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Es interesante cotejar como Julio Lorente se vale de toda una iconografía clásica y teologal, para re-semantizar el dolor asociado a la herida que es Cuba. Porque la isla termina siendo eso, un dolor, una herida abierta que drena su sangre no solo en el rostro de una virgen. 

Si en obras anteriores la herida -que en su morfología terminaba reproduciendo la geografía de la Isla de Cuba- solo era el vestigio de una laceración, en «Incredulidad» [óleo/lienzo 20 x 24 pulgadas 2024] Julio Lorente nos acerca a la llaga, nos pide que escrutemos sus texturas, sus viscosidades. Solo así, -como en las llagas de Cristo- sabremos calibrar la profundidad de esta lesión que, en un cuerpo vivo, sigue promoviendo el misterio de su pasión y su lenta muerte. «Incredulidad» es una obra contundente, y lo es porque desde otro tipo de pintura, desbanca toda acción povera, toda acción residual entendida como antropología o sociología que termina compulsando los resortes del activismo.

Julio Lorente es un creador visual, pero, sobre todo, es el pretexto a través de los cuales se puede dilucidar cómo, escatología, necrofilia y antropofagia no siempre son nociones «claras» en la ya de por sí poco imparcial y ubicua cultura cubana de dentro y fuera de la isla. Insinuar otra cosa, es condimentar aún más la falacia sobre la cual se ha erigido una narratividad histórica, ideológica y cultural. Finalmente, una antología real del totalitarismo debería partir de un criterio más inclusivo, con el solo propósito de no reproducir los mecanismos que una vez, nos hicieron huir de nuestro país.  

IMG_7926Revolución cubana: nacer sin historia y vivir sin país

[1] https://hypermediamagazine.com/literatura/ensayo/silencio-victima-ensayo-totalitarismo/ 
[2] Pérez, L. A. (2005). To die in Cuba: Suicide and society. UNC Press Books.
[3] Greif, M. (2015). The age of the crisis of man. In The Age of the Crisis of Man. Princeton University Press.

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