
Es en la persona de Alexander Solzhenitsyn donde se concreta la imagen arquetípica del disidente contemporáneo, el hombre que da voz al horror silente, el hombre que articula el relato de los que yacen en fosas comunes
La paradoja radica también en el hecho de las izquierdas terminaron colonizando la cultura, y las derechas las economías. La modernidad es el espectáculo que acogió a la prosperidad y el desaliento en una nueva ecuación dialéctica: empresarios vs intelectuales
Bogaciones21/12/2024 Julio LorenteEl término capitalismo como un sistema político, económico, cultural pero sobre todo simbólico, ha sido uno de los más vilipendiados de la historia reciente. Desde que Werner Sombart popularizó el concepto con el libro El capitalismo moderno (1) –en la línea argumental de Marx– el capitalismo ha devenido un comodín teórico para criticar cualquier fenómeno económico o político en las antípodas de las izquierdas.
Resumiendo y sin ánimos de historiar, bastaría decir que el capitalismo como tecnología mental, como recurso económico-cultural desprovisto de ideologías y actuante en los intercambios y sinergias de producción de bienes y servicios que tuvieron en el ahorro y la propiedad la piedra angular de la futura prosperidad, ha permitido vivir los momentos de mayor plenitud material en la historia contemporánea. Sin embargo, la dialéctica marxista, avocada históricamente a los contrarios y al tercero excluido, enfatizó el conflicto más que la resolución del mismo, patentando una imagen donde la desigualdad fue trastocada en subproducto ideológico-discursivo.
El proletariado se alzaba y adjudicaba el medio básico para volcar la frustración de los ideólogos. Ahora, las condiciones tecnológicas que la historia occidental desde el siglo XIX en adelante fueron proporcionales a la expansión que el capitalismo facilitó como sistema. Por solo mencionar un ejemplo, la máquina de vapor impulsó a la historia hacia un progreso donde una dosis de barbarie implícita quedaba en manos del poder político.
La cultura como espacio de confirmación simbólica de una identidad tuvo en la modernidad una tensión producto de un cambo de paradigma. La paradoja que Daniel Bell ha definido como ‘’las contradicciones culturales del capitalismo’’ (2) supone un paralelismo entre un sistema que va permitiendo ciclos productivos con abundancias y excedentes, mientras iba creando cálculos económicos dedicados a multiplicar la producción para crear, finalmente, una racionalidad fundante.
La cultura entonces termina como reducto de afirmación de un ethos que resultó en un desgano cobijado en el yo como un escape nihilista de la realidad. De todo esto resulta una interesante bifurcación histórica procedente de las condiciones materiales procedentes de la estructura socioeconómica capitalista. La paradoja radica también en el hecho las izquierdas terminaron colonizando la cultura y las derechas las economía.
La modernidad es el espectáculo que acogió a la prosperidad y el desaliento en una nueva ecuación dialéctica: empresarios vs intelectuales. El propio Werner Sombart lo definió como el enfrentamiento entre ‘’mercaderes y héroes’’, que según el autor socialista, terminan los ‘’héroes’’ capitalizando en su praxis bélica y sacrificial; sublimación voluntarista.
Finalmente, la parcelación del mundo sin un fundamento ético estructurante ha hecho que unos busquen maximizar sus rentas sin más y otros hacer del campo de las ideas un espacio de exclusividad para encubrir, precisamente, la imposibilidad de generar rentas; paradoja que explica la dialéctica -empresarios vs intelectuales- antes expresada. Lo cierto es que el capitalismo hizo añicos la configuración de un mundo ordenado en clases en conflicto; mientras el obrero terminó haciendo la ‘’revolución’’ sentado en McDonald’s y el comunismo un souvenir nostálgico para los que no sufrieron sus rigores. El mundo resultante de la abundancia material ha quedado en las antípodas de lo que soñaron aquellos hombres frugales. El sueño en que la economía como una forma de ahorro e inversión con resultados a largo plazo, ha dado paso a un mundo donde la abundancia ha hecho de la cultura un espacio que funge como la hermenéutica del absurdo.
Maurcio Cattelan [Padua, 1960] lleva tiempo siendo un lince que sabe usar la polémica sensacionalista a su favor. El artista italiano es autor de obras que hay que admitir son potentes, basta pensar en la ‘’La Nona Ora’’, escultura hiperrealista que muestra al Papa Juan Pablo II derribado por un meteorito. Pero mas allá de obras puntuales Mauricio Cattelan, como artista, es la vívida imagen del espacio de vacíos exultantes que adopta el mundo contemporáneo alrededor de sus producciones imaginales. La tensión que el arte experimentaba con el público, en cómo la obra era capaz de recoger en sí misma y mediante una tradición técnica los conflictos de su tiempo, queda sustituida por una vana polémica que trastoca calidad artística por el hecho mediático. Cuando la modernidad agota su capacidad para articularse en el antagonismo como recurso para atacar el status quo, entonces el resultado y de esta tensión conceptual es un principio operativo de la cultura donde la nulidad del mensaje termina conformando un ethos cultural.
‘’Comedian’’ [2019, 2024] es una banana pegada a la pared por un pedazo de cinta adhesiva. Este gesto cotizado como ‘’arte’’ es otro risible acto que Cattelan echa andar por los corrompidos espacios del mercado del arte. Su estatus de obra mediática está precisamente en la pulsión que hemos desarrollado en el cuerpo de este texto; es decir, un vacío ontológico que ha calado en las instituciones humanas de la contemporaneidad. Que una banana pegada en una pared acceda al reconocimiento de hecho artístico y con esto a su hermenéutica, representa la hiperrealidad del simulacro del significado, es decir, mostrar orgullosamente la derrota de la belleza que nace del hastío mercantil de un capitalismo espectral.
El capitalismo como environment económico-cultural partió de valores estrictos respecto a la creación de riqueza y productividad, pero todo valor, como advierte Max Scheler, genera un dis-valor (3). La inscripción o posibilidad de ampliar los espacios de la sociedad en un sistema de consumo posible, desacralizó la norma burguesa de la cultura como mercancía grupal, la cultura se hizo elástica permitiendo un espacio de recreación simbólica sin fronteras cognoscitivas. Del urinario de Duchamp a la banana de Cattelan media tan solo la desintegración de la tradición mediante la mercantilización sin límites de la experiencia humana. Los principios unificadores que alguna vez animaron a nuestra cultura son asumidos por una sintaxis dislocada y especulativa. El arte ya no da razón de esa lucha del hombre por trascender, sino que es la viva ilustración de una inteligencia inmune a la belleza que contiene el ejercicio de sobrevivir como agotamiento.
El problema no es Cattelan, ni tan siquiera la célebre banana, sino la incapacidad de reconocer el valor del otro, es ahí donde siempre renace alguna peligrosa dialéctica. Ni al empresario le interesado el fundamento del quehacer artístico como sensibilidad, ni al intelectual o artista le ha interesado reconocer el valor del que multiplica rentas luchado contra el fracaso empresarial en potencia. Es ahí donde el capitalismo en su inmunidad tecnológica permite una mercadotecnia insolente en el lugar artístico generando un antivalor especulativo que predomina en las valoraciones del objeto artístico. Quizás sería más cínicamente sincero aplicar la fórmula wharoliana de en lugar de colgar la obra de arte, colgar el dinero que nos ha costado. Solo así podríamos decir, sin rubor snob, que el rey va desnudo.
1 Sombart, W. (2014). Il capitalismo moderno. Ledizioni.
2 Bell, D. (1977). Las contradicciones culturales del capitalismo. Alianza Editorial.
3 Scheler, M. (2007). Ética. Caparros Editores.
Es en la persona de Alexander Solzhenitsyn donde se concreta la imagen arquetípica del disidente contemporáneo, el hombre que da voz al horror silente, el hombre que articula el relato de los que yacen en fosas comunes
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