
El 28 de febrero del 2008, Evo Morales, en acuerdo con Tuto Quiroga y Samuel Doria Medina, los opositores con mayor presencia en el congreso, promulga la Ley 3837, permitiendo que la República de Bolivia sea reemplazada por el Estado Plurinacional
Escribir solo puede ser un ejercicio de libertad no siempre cotejado por aquellos que se agrupan en el coro de las plañideras. A fin de cuentas, el exilio -no sólo el exilio de los escritores- es un acomodo doloroso que va ganando la conciencia y el cuerpo del desterrado
Autores29/07/2025 Antonio Correa Iglesias«Son pocos los países que pueden darse el lujo, hoy en día, de albergar a un novelista. Es algo así como tener a un dinosaurio en una perrera; ni la pobre bestia puede sobrevivir allí, ni la perrera puede tampoco brindarle asilo»
Reinaldo Arenas
Necesidad de libertad
A Wendy Guerra la he leído con vocación. Tratando de descifrar un enigma escurridizo al que ni acechándolo se puede cotejar, he releído alguno de sus libros, sobre todo, “Domingo de revolución”. Desde “Todos se van”, en el que el propio nombre de la “novela” anticipa una indagación “antropológica”, lo autofágico sustituye a este algoritmo para generar la escritura de un diario apócrifo o no, licuando la densidad ontológica de un conflicto multigeneracional.
Sin embargo, desde “Todos se van” hasta “El mercenario que coleccionaba obras de arte” se logra percibir una voluntad por explorar las ficciones políticas, así como los traumas seminales que han imantado una realidad que se desmorona meticulosamente en el orden físico y también en la memoria. Incluso un texto como “El mercenario que coleccionaba obras de arte”, no solo des-territorializa y externaliza un conflicto, sino que pone en perspectiva la comprensión de una izquierda que “muere” -en la figura de Gabriel García Márquez- para renacer, rancia, progresista y woke. Esta saga de textos captura la sintomatología de las decepciones, el aurea fétida de las esperanzas, la frustración, pero, sobre todo, el miedo sibilante que ha reprimido a generaciones de cubanos que han crecido dentro de un régimen totalitario. No sé si son libros de culto, pero sin duda son libros indispensables para comprender lo que he llamado “el diagrama ontológico de la memoria nacional”.
Con “La costurera de Chanel” [2025] Wendy Guerra hace a un lado los conflictos, situaciones, y vicisitudes que había logrado escarbar en un territorio enquistado por la desesperanza. “La costurera de Chanel” es un libro que toma distancia con respecto a una producción anterior. Ambientada, y delineada en sus personajes, y sensaciones, “La costurera de Chanel” adolece de la hondura -no se si “metafísica”- de sus trabajos anteriores. Y aunque esboza muy perimetralmente conflictos de orden políticos, quedan reducidos a enunciados carentes de una proposición en el sentido lógico del discurso[1].
Desconozco las razones que han provocado esta sinuosa disgregación, sobre todo, porque los textos anteriores, escritos desde Cuba -dentro de esa misma Cuba en la que Cleo, su heterónimo de “Domingo de revolución” quiere escapar y una vez que escapa le impiden regresar-, enrostra los conflictos generacionales, pero, sobre todo, el drama ontológico que significa vivir, sobrevivir y finalmente morir en Cuba. Sé que Wendy Guerra se fue de Cuba, lo que no sé es si ha terminado siendo una escritora de la diáspora, una inmigrante a media jornada, una escritora exiliada o sencillamente es una persona que vive fuera de la isla. Son cuatro estados, cuatro esquinas, cuatro antípodas y como antípodas, irreconciliables.
Cuba, pero sobre todo la Habana resulta una reminiscencia, una fugacidad en el cuerpo de esta novela. Es la hipérbole de una Habana cinematográfica, como la de Sergio en “Memorias del Subdesarrollo”, una escenografía, una ciudad de cartón sin águila imperial, pero también sin la paloma que iba a mandar Picasso, pues es muy cómodo eso de ser millonario y comunista en París.
Y aunque “La costurera de Chanel” está siendo acogida con beneplácito por la crítica y los lectores, no deja de ser, al menos para mí, una sinuosa disgregación. Y lo es porque más que la trama, lo que verdaderamente me interesa es el rizoma que va construyendo un autor. Y aunque Wendy Guerra ha intentado dejar de ser un poco cubana en esta novela, -al menos eso dijo en la Librería Alberti- no la juzgo. Cuba, para bien y para mal es un lastre, un corsé, el mismo que Gabrielle Chanel y Simone Leblanc, queman para liberarse de todo condicionamiento.
Lo relevante no es dejar de ser cubano para pretender ser universal; lo relevante parece ser como cierta literatura cubana que parte de la ruina como ontología, como reducto de una memoria destrozada por el totalitarismo, termina, como Habermas apunta, “estetizando el drama”; es decir, el propio desgaste histórico que la provoca genera una tautología irresoluble traducida en desgaste conceptual, un gesto como desmemoria de unos sujetos hacedores de souvenirs.
De la insalubre Habana al romántico y cinematográfico París, no sólo hay un tránsito topológico / escritural, sino un desencanto que no puede exhibir su vacío ontológico sin, precisamente, estetizarlo. Este tránsito queda atrapado en una proliferación de medios que, al ser meramente descriptivos y frívolos, anuncian la ausencia de fines. Y ese es el ethos de la modernidad en la literatura que se pretende áspera en su origen; terminan puliendo sus abruptas superficies para negarlo todo, y lo hacen sin rubor.
Lo que ocurre es que los exilios de los escritores, -una vez más, no sé si Wendy Guerra es una escritora exiliada- son procesos de profundo desgarramiento. Recordemos que el corpus narrativo y poético de eso que ha sido llamado literatura cubana es un fenómeno generado desde los exilios de sus escritores. Desde José María Heredia hasta Abilio Esteves, Karla Suarez, Amir Valle entre otros, no han cambiado mucho las cosas, otros son los tiranos, lo único que cambian son sus nombres, no su naturaleza.
“Comprender de dónde venimos puede parecer poco importante, pero es lo único que nos ayuda a saber a dónde vamos. Miré la casa, repasé cada libro y cada cuadro colgado sobre las paredes. Todo guardaba un significado.
Comprendí que la estructura interior de La Habana es la erosión. El palacio de mis abuelos se encuentra en ruinas, necesita una reconstrucción capital. Si no luchas contra la erosión que arrebata las columnas y el óxido que revienta los soportales, si no pones freno al mar, lo pierdes todo», dijo Teresa contagiándonos con la ilusión de su viaje a ese lugar exótico y perdido en el mapa que estaba por recuperar”[2].
Cuando la memoria de un país está atestada de vacíos, de exilios, cuando la erosión, el óxido, las ruinas que no solo son una prueba de la incidencia del mar en los cuerpos, sino también de las nefastas consecuencias de un régimen político, mirar a otro lado, sobre todo cuando se tiene una voz, es hacerle el juego a quienes han hecho del olvido una normatividad.
Reinaldo Arenas, quien terminó siendo un inadaptado aquí y allá, encontró en el suicido la verdadera libertad. Escribir –decía Arenas– es un acto de irreverencia, tanto en lo ético como en lo estilístico. Escribir solo puede ser un ejercicio de libertad no siempre cotejado por aquellos que se agrupan en el coro de las plañideras. A fin de cuentas, el exilio -no sólo el exilio de los escritores- es un acomodo doloroso que va ganando la conciencia y el cuerpo del desterrado.
«Escapar de una prisión -aun cuando a esa prisión se le llame “Patria”- es siempre un triunfo.»[3]
“La costurera de Chanel” termina siendo -al menos para mi- una novela cinematográfica, el pasaje de una serie que vemos, disfrutamos y terminamos bostezando. Y lo digo con mucho respeto porque Wendy nos tenía acostumbrado a cotos de mayor realeza. Cuando una ciudad está llena de calles que se llaman Angustia, Amargura, Soledad, Animas, Perseverancia, Inquisidor, Lealtad, Trocadero, poco podemos hacer en Arcachon o París, son parajes de los que no tenemos memoria.
Cuando los sujetos ágrafos, la desmemoria a largo y corto plazo, la inmediatez, el ser cauteloso, la voluntad de rehuir a los posicionamientos, el deber ser políticamente correcto, cuando la ligereza colma una vida donde todo es desechable, el escritor de ficciones creo que tiene ante sí un reto, y si ese escritor es cubano creo que mucho más. Mark Greif en “The Age of the Crisis of Man: Thought and Fiction in America, 1933–1973”[4] argumentaba como la literatura de ficción había impactado en el pensamiento social y filosófico en los Estados Unidos de América. Ojalá “La costurera de Chanel” [2025] sea solo una sinuosa disgregación y no termine convirtiéndose en un recurso febril y evasivo del escritor de ficciones donde la prevalencia de lo gestual, la desmemoria termine convirtiendo a los sujetos en traficantes de souvenirs.
NOTAS:
[1] Véase páginas 293, 294, 301 en referencia a la elaboración del perfume de Chanel No 5. Ernest Beaux, el creador de Chanel No 5 fue también, junto con Aguste Michel quien en Moscú recibió la encomienda de crear una nueva fragancia para conmemorar el tercer centenario de la dinastía Románov. Cuando los bolcheviques masacraron al zar Nicolás II y su familia en Ekaterimburgo, en julio de 1918, por orden del Soviet Regional de los Urales, el pelotón de fusilamiento estaba bajo el mando de Yakov Yurovsky, y la orden fue dada por el gobierno bolchevique, liderado por Lenin; fue en ese momento que Ernest Beaux regresó a Francia, donde conocería a Coco Chanel, mientras que Aguste Michel permanecería en Rusia para convirtiéndose en uno de los artífices de la industria del perfume soviética. Chanel No 5 y Moscú Rojo fueron la punta de lanza de dos modelos culturales en la guerra fría, como lo fue también el expresionismo abstracto de Jackson Pollock y el Realismo Socialista. Para más detalles véase Schlögel, K. (2024). El aroma de los imperios: Chanel Nº 5 y Moscú Rojo. Acantilado. Lo mismo ocurre con la mención del comandante militar alemán Otto von Stülpnagel uno de los responsables de la ocupación de Francia por los fascistas durante la Segunda Guerra Mundial, quien termina suicidándose en prisión en 1948 después de ser arrestado por las fuerzas aliadas. Y lo mismo ocurre con Hans Günther von Dincklage espía y comerciante alemán con quien Gabrielle Chanel tiene un romance. Con la liberación de París en 1944, Coco Chanel y Hans Günther von Dincklage se refugiaron en Lausana, Suiza. Para más detalles véase: The Exchange: Coco Chanel and the Nazi Party | The New Yorker
[2] Guerra, W. (2025). La costurera de Chanel. Lumen. Pp. 269, 270
[3] Arenas, R. (1986). Necesidad de libertad. Ediciones Universal p.163.
[4] Greif, M. (2015). The age of the crisis of man: Thought and fiction in America, 1933–1973. Princeton University Press.
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