
Es en la persona de Alexander Solzhenitsyn donde se concreta la imagen arquetípica del disidente contemporáneo, el hombre que da voz al horror silente, el hombre que articula el relato de los que yacen en fosas comunes
El wokismo, como casi toda formulación dialéctica e ideológica, termina siendo un concepto elástico que agrupa a un disenso prefigurado desde el aparato político del Estado
Bogaciones15/07/2025 Julio LorenteEl nihilismo metafísico, que desde la autoconciencia cartesiana abrió paso a la razón como vehículo predilecto de conformación de lo real, resultó a su vez en un nihilismo moral como la consecuencia cognitiva-cultural de la cual emergió una nueva manera de entender el mundo. Para Heidegger este nihilismo como ethos venía de la mano de una relación venerante hacia lo tecnológico como “verdad” articulante del mundo. Un mundo diluido, “modernidad líquida”, diría Zygmunt Bauman. (1)
La “reducción” de la razón a un manejo hermenéutico presupone el peligro de convertirse en un dispositivo hegemónico cuando no totalitario en tanto reconstruye la realidad a merced de una “conceptualización” que termina siendo ideológica. De este modo, los contenidos naturales de la realidad que están ahí antes de su formulación conceptual terminan siendo bloques fenomenológicos en manos de ideólogos que apuestan por erigir una realidad paralela de acuerdo con su “nueva ética”.
El “giro trascendental” kantiano que terminó dotando, involuntariamente, a la Revolución francesa de una “incuestionabilidad” teórica y práctica para arrancar cabezas en nombre de la una nueva “fraternidad” humana en tanto la razón ya no era un medio para acceder a la realidad sino el medio por el cual creamos la realidad, es un precedente para comprender la naturaleza de lo hermenéutico y sus implicaciones epistemológicas. Si la modernidad fue la sistemática destrucción de la tradición acumulativa, en el caso de Occidente, para reubicar los contenidos prescriptivos de nuestra ética occidental o, mejor dicho, relativizarlos hasta llegar a la indefinición, que es el gran ethos resultante de la propia modernidad; la indeterminación en la cual el objeto de derecho ya no es el hombre en sí y su dignidad humana sino una falsa formulación de derechos infinitos es lo que nos lleva al wokismo como fenómeno político-cultural originado en las comunidades afroamericanas para discursar y protestar contra las injusticias sistémicas.
Ahora bien, ¿qué injusticias son las que se pretenden combatir? Más allá de la novedosa temporalidad, el wokismo es un fenómeno del siglo XXI resultante de una reconversión de la dialéctica que, desde la Ilustración ha patentado los conflictos ideológicos y que alcanzó su cenit con el marxismo y su dialéctica de contrarios [opresores/oprimidos] y el tercero excluido. Si bien las diferenciaciones van a seguir enmarcando los conflictos desde la racialidad, la sexualidad o los derechos sociales desde una victimización, no se aspira a resolver nada sino a buscar privilegios garantizados políticamente. Privilegios que dan réditos a los políticos que acogen y dan voz institucional a minorías inoculadas de ideología, minorías embriagadas de ese ardid político llamado representación que, queriendo hablar en nombre de los marginados, terminan por marginar a quienes osan interpelarlos con sentido común.
El wokismo, como casi toda formulación dialéctica e ideológica, termina siendo un concepto elástico que agrupa a un disenso prefigurado desde el aparato político del Estado. Y este “sujeto disenso” tiene que ser indeterminado para inscribir cada conflicto artificial que va apareciendo en una infinita escala de “opresividad”. Así se torna opresiva la sexualidad, la familia, la tradición, la moral, la cultura, etcétera, llegando a un sujeto devaluado que consume derechos [hablar de deberes es un anatema] de forma insaciable.
Cuba, post 59, llegó tarde a todo y de la peor manera. La mal lograda modernidad republicana fue interrupta por un régimen totalitario resultante del irrespeto continuo de las formas constitucionales y políticas que hicieron de la revolución violenta el recurso predilecto para expresar el disenso político. En ese espacio ahistórico donde el tiempo da cuentas de una regresión perversa a formas de vida miserables por la supeditación absoluta a un partido comunista, el sujeto resultante quedó a expensas de un entramado de ideologías, mayoritariamente de izquierdas, que les imposibilitan articular discursos plurales o matizados en convergencia mundial con el capitalismo, el mercado y la capacidad de desarrollo de sociedades competitivas y diversas. Como paradoja Cuba quedó fuera de la globalización pero no del globalismo, y es aquí donde el wokismo cubano se asume como un medio cultural para banalizar el crimen totalitario castrista o diluirlo en microanálisis que no proceden en una sociedad cancelada políticamente por más de medio siglo.
Hay toda una discursividad que podríamos definir como tangencial ya que asume la crisis de derechos como productos de conductas culturales prevalecientes en el tiempo, pero no derivadas de una deformidad política. Así, por ejemplo, existe un feminismo cubano recalcitrante que habla hasta la saciedad del patriarcado [ese amigo imaginario del wokismo feminista] pero no de los estragos del Partido Comunista Cubano en la disminución total de las posibilidades sociales, económicas y emocionales de la mujer cubana, en este caso.
También así con el racismo, que si bien se puede hacer una análisis de su persistencia fenoménica en la historia de Cuba desde la esclavitud hasta hoy, mucho del activismo al respecto aísla al sujeto negro en un estricto análisis sociológico/cultural, minimizando o encubriendo como el castrismo ha agravado la vida del negro cubano en su utilización superficial del mismo un decorado político-racial de esa estafa llamada ‘’revolución cubana’’, dejándolo en realidad en una indigencia y marginalidad conveniente para ciertas combustiones sociales. Y así se podría seguir analizando toda la fragmentación discursiva artificial que el wokismo en el caso cubano utiliza para justificar subvenciones lucrativas provenientes del globalismo administrado por la ONU y que terminan en las arcas de los jerarcas comunistas, como el caso de la “ideología de género” auto-representada por Mariela Castro Espín, hija el dictador Raúl Castro.
El wokismo cubano tiene en el orden político su presencia más notoria, peligrosa y ambigua, una vez que en el orden conceptual, respecto al régimen totalitario castrista, promueve una idea de reforma socialdemócrata sin atacar los fundamentos mismos de toda esta oscura experiencia política. Seguir pensando el socialismo como un posible camino poscastrista no solo es una ingenuidad, sino que es un caballo de Troya para que los tiranos verde oliva muten a una tecnocracia defectuosa al estilo chino o ruso.
El wokismo político cubano no es más que la expresión acabada de una sociedad que no ha podido experimentar la pluralidad política y por lo tanto, no puede acudir a una tradición de formas y estructuras de organización social, por lo tanto, sigue pensando de forma unilateral sus posibilidades de cambio. La oposición cubana, quizá sin saberlo, es víctima de este wokismo político por eso a pesar de los sacrificios respetables de algunos de sus destacados protagonistas terminan reproduciendo a menor escala esa fastidiosa premisa colectivista llamada “unidad” como medio de lucha, cuando en realidad el ejercicio político de oposición efectivo debería articular a los semejantes y no a los idénticos.
Finalmente, el wokismo cubano es resultado de un pueblo a la deriva, sin memoria ni recursos materiales ni conceptuales para ejecutar una tradición otra. El sujeto descentrado, indeterminado por cualquier tipo de identidad pero condicionado por ideologías de fraccionamiento [wokismo], es el resultante de una conversión de la naturaleza en una heteronomía opresiva de la que hay que liberarse. Una “libertad” que pavimenta el camino que recorren los corderos felices rumbo al matadero de la ideología.
1 Bauman, Zygmut (2009). Modernidad líquida. Fondo de Cultura Económica.
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