
No responde a principios humanitarios, sino a una afinidad estratégica basada en la enemistad común con Estados Unidos y el aislamiento internacional
Luego de seis décadas de cultura domeñada, censuras y prohibiciones, los testaferros intelectuales del castrismo se han dado a la tarea de reinterpretar las Palabras a los Intelectuales para mostrar que la ordenanza del Máximo Líder dejaba bastante campo a la creación artística, siempre que fuera “dentro de la Revolución”
CubaLibre28/07/2025 Luis CinoEn junio pasado se cumplieron 64 años del inicio de las reuniones que sostuvo Fidel Castro con un grupo de intelectuales y artistas en la Biblioteca Nacional.
En la clausura de la última de aquellas reuniones, el 30 de junio, Fidel Castro, con su Browning de 9 milímetros sobre la mesa, flanqueado por el presidente a dedo Osvaldo Dorticós y el zar del ICAIC, Alfredo Guevara, pronunció el discurso conocido como Palabras a los Intelectuales.
Parafraseando una frase del discurso de Benito Mussolini en La Scala de Milán, el 28 de octubre de 1925 —donde solo sustituyó Estado por Revolución—, Fidel Castro sentenció: “Dentro de la Revolución todo, contra la Revolución, nada”.
Hay quienes sostienen que lo que realmente dijo fue “contra la Revolución, ningún derecho”. ¡Como si eso hiciera alguna diferencia para que quien se apartara un ápice de la línea oficial no fuera considerado un enemigo y tratado como tal!
El dictador, que no lograba disimular su disgusto por dedicar tanto tiempo a algo que consideraba no lo merecía, se propuso con aquel discurso delimitar las reglas del juego para meter en cintura a los intelectuales y acabar con sus “impertinencias y majaderías”, porque eso eran para el Comandante las preocupaciones acerca de la libertad de expresión y de creación artística.
Luego de seis décadas de cultura domeñada, censuras y prohibiciones, los testaferros intelectuales del castrismo se han dado a la tarea de reinterpretar las Palabras a los Intelectuales para mostrar que la ordenanza del Máximo Líder dejaba bastante campo a la creación artística, siempre que fuera “dentro de la Revolución”.
Ese ambiguo “dentro de la Revolución” dejó suficiente espacio para que los paranoicos comisarios de las lupas, las tijeras y el creyón de censores determinaran qué quedaba afuera y echaran en el saco sin fondo de los desafectos a todo aquel que les pareciera tibio, aburguesado, revisionista, desviado, extranjerizante, blandengue, afeminado, o lo que se les antojara.
Podían luego, cuando les conviniera, cooptar y rehabilitar a los pecadores que demostraran su disposición a la mansedumbre y el sometimiento. Hasta les daba la posibilidad de justificarse con el argumento de que habían errado por no haber sido capaces de interpretar correctamente el pensamiento del Comandante en Jefe.
Según ha dicho Miguel Barnet —que con 21 años fue el más joven de los participantes en las reuniones de la Biblioteca Nacional en junio de 1961—, gracias a las Palabras a los Intelectuales, la cultura cubana fue “inclusiva y democrática” y se libró del realismo socialista y el dogmatismo que se padeció en los otros países comunistas.
Es como si se hubiese olvidado del cierre de Ediciones El Puente y de la revista Pensamiento Crítico, del caso Padilla, de la condena al ostracismo de los hoy reverenciados Lezama Lima y Virgilio Piñera; de la época cuando un sicario que firmaba como Leopoldo Ávila desde la revista Verde Olivo azuzaba la jauría contra los intelectuales; el teniente Quesada quemaba los títeres del Guiñol; las FAR y el MININT decidían los premios literarios; los poetas se veían forzados a escribir novelitas policiacas, los dramaturgos a montar obras con moraleja proletaria, y las películas del ICAIC parecían producidas por Mosfilm.
En los últimos años, cuando hablan del Quinquenio Gris, lo califican como “un periodo infeliz”, se congratulan de que se haya salido del bache gracias a Armando Hart y la creación del Ministerio de Cultura, y dan por zanjado el asunto con la concesión del Premio Nacional de Literatura, como muestra de su rehabilitación, a varios de los represaliados de entonces: Antón Arrufat, Pablo Armando Fernández, César López, Lina de Feria y Delfín Prats.
Achacan los “errores cometidos” a ciertos extremistas y a “la incapacidad de algunos funcionarios que malinterpretaron las orientaciones de Fidel”.
Tienen razón los sicarios del pensamiento oficial cuando afirman que Palabras a los Intelectuales y las políticas culturales resultantes sentaron los cimientos de la cultura cubana actual. Esas aberradas políticas, que han remachado los mandamases de la continuidad con el Decreto 349 y otras ordenanzas de carácter neoestalinista, han generado una cultura de rebaño y un mediocre medio intelectual, donde más allá de ciertas inocuas poses contestatarias, imperan —como en el resto de la sociedad cubana— el miedo, la hipocresía, la simulación y el doble discurso.
Publicado originalmente en Cubanet.
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