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Opinión de Sayde Chaling-Chong García, presidente de la Alianza Iberoamericana Europea Contra el Comunismo (AIECC)
A la entrada de aquellos recónditos campamentos, rodeados por alambradas de púas y vigilados por guardias con armas largas, letreros reminiscentes del que hubo en Aushwitz, proclamaban: “El trabajo os hará hombres”
15/08/2025 Luis CinoEn este 2025 se cumplen 60 años de la instauración en 1965 de los campamentos de trabajo forzado de las UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción).
A dichos "campos de concentración" (porque no otra cosa eran), ubicados en lo más intrincado de los llanos de Camagüey, fueron enviados 25 000 hombres con edades entre 18 y 40 años, principalmente homosexuales, melenudos, Testigos de Jehová, y otros que según los estándares del régimen eran incompatibles con la sociedad socialista y a los cuales había que reeducar haciéndolos cortar caña y sometidos a un trato carcelario.
A la entrada de aquellos recónditos campamentos, rodeados por alambradas de púas y vigilados por guardias con armas largas, letreros reminiscentes del que hubo en Aushwitz, proclamaban: “El trabajo os hará hombres”.
Entre los que pasaron por esos campamentos estuvieron, entre otros, el cantautor Pablo Milanés que por entonces tenía 21 años, los escritores José Mario Rodríguez y Félix Luis Viera, el dramaturgo Arturo Suárez del Villar, el pintor Norberto Palaux y Jaime Ortega, el futuro cardenal que por entonces era seminarista.
No se sabe si las UMAP, inspiradas por los campos de rehabilitación chinos (los laodais), fue idea de Ernesto Guevara o de Raúl Castro, ya que ambos estaban deslumbrados por el maoísmo; o si fue del por entonces ministro del Interior Ramiro Valdés que se creyó la reencarnación de Felix Dzershinsky y quiso reeditar el Gulag en Camagüey.
Tal vez la idea fue del mismísimo Fidel Castro, que aunque tres décadas después negaría que fuera homofóbico y dijo haber demorado mucho en enterarse de la existencia de las UMAP, más de tres años antes de que se crearan los campamentos, había empezado a amenazar a los que llamaba “elvispreslianos”, “enfermitos”, “extravagantes”, “blandengues” y “afeminados”.
El régimen quiso sembrar el odio y el rechazo no solo contra los desafectos, sino también contra todos los que fueran diferentes y por sus creencias religiosas, gustos estéticos o preferencias sexuales se salieran de la norma política-ideológica y la moralina castrista.
La homofobia convertida en política de estado se evidenció a principios de abril de 1965 en un comunicado de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) que proclamó “¡Fuera los homosexuales y los contrarrevolucionarios de nuestros planteles!”.
Unos días después, el 15 de abril, el escritor y folklorista Samuel Feijoo, en un artículo titulado Revolución y vicios que publicó el periódico El Mundo, sentenciaba: “Este país virilísimo, con su ejército de hombres, no debe ni puede ser expresado por escritores y artistas homosexuales. Porque ningún homosexual representa la Revolución, que es un asunto de varones, de puño y no de plumas, de coraje y no de temblequeras, de entereza y no de intrigas, de valor creador y no de sorpresas merengosas. Porque la literatura de los homosexuales refleja sus naturalezas epicénicas, al decir de Raúl Roa. Y la literatura revolucionaria verdadera no es ni será jamás escrita por sodomitas…Destruir sus posiciones, sus procedimientos, su influencia. Higiene social revolucionaria se llama eso. Habrá de erradicárseles de sus puntos clave en el frente del arte y de la literatura revolucionaria. Si perdemos por ello un conjunto de danza, nos quedamos sin el conjunto de danza enfermo. Si perdemos un exquisito de la literatura, más limpio queda el aire. Así nos sentiremos más sanos mientras creamos nuevos cuadros viriles surgidos de un pueblo valiente”.
No pasarían muchas semanas antes de que millares de jóvenes cuyos nombres aparecieron en las listas de los comités militares, el MININT y los informes de los chivatos de los Comités de Defensa de la Revolución, partieran, hacinados en trenes, como ganado, hacia los campamentos de las UMAP en Camagüey.
Según Raúl Castro, que por entonces era el ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, se trataba de “jóvenes que no habían tenido la mejor conducta ante la vida y que por la mala formación e influencia del medio habían tomado una senda equivocada” y aseguraba que “habían sido incorporados a las UMAP con el fin de ayudarlos para que puedan encontrar un camino acertado que les permita incorporarse a la sociedad”.
Hubo decenas de suicidios en las UMAP y millares de los jóvenes que por ellas pasaron, producto del maltrato y las torturas, quedaron con serios traumas sicológicos de por vida
Las UMAP tuvieron que ser cerradas a fines de 1967 debido al escándalo internacional provocado por las protestas de numerosos intelectuales extranjeros de izquierda que hasta ese momento habían sido solidarios con la revolución castrista, como Jean Paul Sartre, Simone Beauvoir, Susan Sontag, Mario Vargas Llosa y Juan Goytisolo, entre otros.
Pero el cierre de las UMAP no significó el fin de las redadas policiales contra los melenudos y rockeros en la cruzada contra el diversionismo ideológico, ni tampoco de la homofobia de estado, que alcanzaría su clímax a partir de 1971, con la llamada “parametración”, implementada luego del Congreso de Educación y Cultura.
En las últimas décadas, al régimen le ha dado por posar de inclusivo. Mariela Castro, la directora del Centro de Educación Sexual (CENESX), ha negado la implicación de su padre, Raúl Castro, y de su tío Fidel en las UMAP y ha intentado minimizar los rigores de aquellos campamentos comparándolos con las escuelas al campo.
Ha reconocido que en Cuba hubo homofobia y aún quedan rezagos, pero argumenta que la homofobia era normal en la época de las UMAP porque no fue hasta la década de 1980 que la Organización Mundial de la Salud dejó de considerar la homosexualidad como una enfermedad.
Lo que no dice la inefable Mariela es que en otros países, los homosexuales serían considerados como enfermos y hasta sometidos a tratamientos médicos, pero, excepto en la Alemania de Hitler, no fueron encerrados en campos de trabajo forzado.
Para la inefable Mariela Castro todo es relativo y a conveniencia. Fíjense que los ahorcamientos de homosexuales en Irán no han hecho que varíe su solidaridad y la de sus tracatanes del CENESEX con los ayatolas y Hamas y demás grupos terroristas rabiosamente misóginos y homofóbicos que les sirven de proxies en el Medio Oriente.
Publicado originalmente en Cubanet.
Opinión de Sayde Chaling-Chong García, presidente de la Alianza Iberoamericana Europea Contra el Comunismo (AIECC)
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