Europa, ese amor que se muere porque tú no comprendes

Europa, influida por corrientes posmarxistas y élites económicas entregadas al globalismo, ha agravado su propia fragilidad. La Unión cometió un suicidio estratégico al desmantelar gran parte de su industria y asfixiar su agricultura con regulaciones que ahogan la competitividad

Autores10/12/2025 Sayde Chaling-Chong García
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I. Crisis de la Alianza Transatlántica 

El matrimonio político más sólido del último siglo, la alianza entre Estados Unidos y Europa, atraviesa una crisis profunda. No es una ruptura súbita ni un desencuentro accidental: es el resultado de un desgaste prolongado, alimentado por decisiones erráticas, malentendidos estratégicos, desconfianzas acumuladas y una creciente diferencia de prioridades. La relación transatlántica, que fue el corazón del orden occidental, late hoy con dificultad. Y mientras los viejos aliados discuten, los adversarios históricos avanzan con una claridad que Europa ha perdido.

II. Dificultades internas de la Unión Europea

En Europa, una parte del centro derecha y de la derecha conservadora, representada por líderes como Giorgia Meloni y Manfred Weber, advierte que la Unión necesita un cambio de rumbo. Sin embargo, una estructura compuesta por veintisiete Estados, cada uno con prioridades y ritmos distintos, funciona como un buque de gran tonelaje: las órdenes se transmiten, pero la capacidad de maniobra es lenta y con frecuencia insuficiente.

Las elecciones europeas más recientes pusieron en evidencia la fractura entre la ciudadanía y las instituciones comunitarias. Aunque estaban llamados a votar entre 357 y 359 millones de europeos, solo unos 182 millones participaron, aproximadamente el 51 por ciento del censo. Esta baja participación no es simplemente desinterés; revela una desconexión profunda entre el proyecto europeo y quienes deberían ser sus beneficiarios naturales.

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Europa no ha sabido explicar la magnitud política de las elecciones europeas. El ciudadano medio percibe Bruselas como una estructura distante, reguladora y tecnocrática, más preocupada por sus propios debates internos que por la vida real de quienes viven bajo su marco normativo.

III. Europa como respuesta a los totalitarismos del Siglo XX

La UE fue la gran respuesta de los europeos al nacionalismo radical y a los identitarismos excluyentes que, en el primer tercio del siglo XX, llevaron al continente a la Primera Guerra Mundial. Ese caldo ideológico terminó cristalizando en dos totalitarismos: el fascismo y el comunismo.

El primero fue derrotado por una alianza internacional; el segundo sobrevivió durante décadas amparado por la propaganda soviética, que llegó a imponer la narrativa de que la URSS había sido la fuerza decisiva de la victoria aliada.

La realidad histórica es distinta.

Hitler y Stalin invadieron juntos Polonia, compartieron objetivos estratégicos y solo la traición del primero obligó al segundo a cambiar de bando. Moscú puso una masa inmensa de soldados, sí, pero la maquinaria que permitió sostener esa guerra la financiaron USA, el Reino Unido y Canadá. Sin el suministro aliado, la URSS jamás habría podido mantener su ofensiva en el frente oriental.

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Europa aprendió la lección: reconstruir un continente devastado exigía estabilidad, cooperación y un marco moral compartido. Así, en 1951, estadistas de inspiración cristiana sentaron las bases de lo que hoy conocemos como la UE. EE.UU apoyó este proceso con determinación, financiando la reconstrucción y protegiendo militarmente a Europa frente a la amenaza soviética. La UE contemporánea finalmente tomó forma en 1993, cuando el actual presidente estadounidense ya era un adulto y Occidente se encaminaba hacia una nueva etapa histórica.

IV. Expansión y vulnerabilidades estratégicas de la UE

Con el tiempo, la Unión Europea creció hasta los veintisiete Estados actuales. Muchos de ellos proceden del espacio que antes conformaba la URSS. Otros, como Ucrania y Moldavia, esperan incorporarse. El atractivo del proyecto europeo es evidente: democracia, estabilidad, prosperidad y un mercado integrado sin precedentes.

Pero ese mismo tamaño convierte a la UE en un objetivo estratégico para potencias exteriores que desean erosionar su cohesión. Coordinar políticas comunes entre veintisiete países es ya de por sí complejo, y cualquier actor interesado en debilitar a Europa encuentra en ese gigantismo una oportunidad.

V. Penetración ideológica y desorientación interna

A estas tensiones se suma un fenómeno interno decisivo: la adopción acrítica de corrientes ideológicas posmarxistas nacidas en determinados círculos universitarios y políticos de Estados Unidos. Durante décadas, universidades como Harvard, Yale y otros entornos del progresismo académico han exportado teorías identitarias que han penetrado en sectores influyentes de la élite europea.

Figuras como Noam Chomsky, Bernie Sanders, Barack y Michelle Obama, referentes generacionales del progresismo estadounidense como Alexandria Ocasio-Cortez, y la administración Biden, cuyo mandato no originó estas corrientes pero sí las amplificó, han impulsado una visión del mundo que combina relativismo cultural e identitarismo colectivista.

A todo esto se suma la creciente influencia político-religiosa del islam en Europa, que está generando choques culturales y tensiones sociales de enorme calado. La inacción de la UE ha creado el caldo de cultivo para que la derecha identitaria gane terreno, mientras que los partidos comunistas han recuperado narrativas de lucha de clases revestidas de identitarismo.

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Muchos recordarán aquella campaña, presuntamente financiada por entornos vinculados a los Hermanos Musulmanes, que pretendía presentar como empoderadora una prenda cuyo propósito real es el sometimiento femenino dentro del islam político. Esto, junto a una política migratoria desastrosa, explica en gran medida el escenario actual.

VI. Suicidio estratégico y dependencias exteriores

Europa, influida por corrientes posmarxistas y élites económicas entregadas al globalismo, ha agravado su propia fragilidad. La Unión cometió un suicidio estratégico al desmantelar gran parte de su industria y asfixiar su agricultura con regulaciones que ahogan la competitividad. A esto se suma su dependencia energética y tecnológica de actores hostiles como Rusia y el Partido Comunista Chino, que han maniobrado con precisión para debilitarla.

El resultado es una Europa atrapada en una crisis demográfica, cultural, social y económica, alimentando voces que piden acabar con la UE. Pero romperla sería mucho más costoso que reformarla. Y los escándalos de corrupción tampoco ayudan: minan la credibilidad de una estructura ya tensionada.

VII. Orbán, los patriotas de Europa y el riesgo de “Guatepeor”

Algunos ven en Viktor Orbán y en los Patriotas de Europa una salida. Pero este grupo es la evolución del antiguo grupo Identitario del Parlamento Europeo, marcado por episodios controvertidos. Su figura más conocida fue Marine Le Pen, posteriormente inhabilitada por un proceso jurídico sobre fondos europeos.

Orbán ha mantenido una posición ambigua respecto al Partido Comunista Chino, facilitando incluso la instalación de un centro tecnológico chino en su país. El grupo arrastra cuestionamientos administrativos y económicos, alimentando dudas sobre su credibilidad institucional.

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A esto se suma su colaboración estrecha con Vladimir Putin, especialmente respecto a Ucrania. Aunque algunos pretendan contraponer a Putin y Orbán al wokismo, Putin sigue siendo un dirigente autoritario. Pensar que esta constelación puede regenerar Europa es, como el refrán dice, pasar de Guatemala a Guatepeor.

VIII. Estados Unidos, el PPE,  la necesidad de reformar Europa

Aunque el Partido Popular Europeo intenta reconstruir puentes con Estados Unidos, camino que recorrio Meloni y el ECR, quienes al parecer hablan hoy al oído de Donald Trump y Elon Musk no son los líderes democráticos europeos. Y conviene ser claros: puedo coincidir con Orbán o Putin en ciertas críticas al globalismo o al wokismo, pero en lo esencial, que es la defensa de la democracia, del Estado de derecho y de las libertades fundamentales, estamos en orillas opuestas.

Por eso la UE no necesita desaparecer, sino reformarse para recuperar fuerza y legitimidad. Solo una Europa más firme, más consciente de sus raíces y más alineada con sus aliados naturales podrá resistir los embates internos y externos.

Europa necesita más Europa: una Europa que no reniegue de sí misma, que fortalezca la cooperación real entre sus Estados y que estreche alianzas con los auténticos amigos de la libertad.

IX. Conclusión: Europa debe recordar quién es 

Europa, ese amor que se muere porque no se comprende, aún está a tiempo de salvarse. La historia demuestra que ninguna corriente ideológica es invencible cuando la razón, la libertad y la dignidad humana se ponen en marcha.

Derrotamos al fascismo cuando parecía imposible. Obligamos al comunismo a reinventarse después de evidenciar su fracaso moral y humano.

Y podemos volver a vencer esta nueva ola de confusión, relativismo y caos que pretende imponerse disfrazando propaganda de modernidad.

Porque lo que hoy se presenta como alternativa no es modelo alguno: es un espejismo fallido, una ficción propagandística destinada al colapso.

Europa no debe desaparecer. Europa debe reformarse.

Europa debe recordar quién es, y los fundamentos que vienen de los valores judeocristianos.

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