Por qué Humberto Solás prefirió ubicar sus películas en el pasado

Un día de noviembre, realizada en 1972, fue censurada y no se pudo ver hasta casi 20 años después, a pesar de que era neorrealismo socialista ICAIC al 100%

Autores27/06/2025 Luis Cino
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Se cumplen 50 años del estreno, en mayo de 1965, del cortometraje El acoso, que inició la carrera de Humberto Solás como director en el cine de ficción.  

Su argumento, también escrito por Solás, quien hasta entonces había trabajado  como asistente de dirección, narra la historia de un expedicionario de Playa Girón, interpretado por Omar Valdés, que logra escapar de las fuerzas gubernamentales y refugiarse en el bohío de una campesina a quien hace su amante.

Solás, según él mismo confesaría, influido por las películas soviéticas del deshielo ―como se denominó, tras la tiranía de Stalin, al periodo de apertura que siguió al informe de Nikita Jrushchov en el XX Congreso del Partido Comunista Soviético en 1956― se atrevió a mostrar en El acoso, en vez de a un villano contrarrevolucionario a un personaje con matices, que en sus conversaciones con la campesina ―interpretada por Glenda Álvarez― recuerda la primera vez que se acostó con una mujer, gorda y mucho mayor que él, y se pregunta qué hace “metido en esto” si a él nunca le importó la política.    

Aquel tratamiento humanizado del personaje del “mercenario” ―como califica el régimen a los miembros de la Brigada 2506― hizo que el cortometraje desagradara a los mandamases del ICAIC y que Solás fuera mal visto.   

Tal vez para congraciarse, la próxima película de Solás, Manuela, de 1966, fue un panfleto del realismo socialista. Ambientada en la Sierra Maestra, contaba la historia del amor entre una campesina, interpretada por Adela Legrá y un guerrillero del Ejército Rebelde, encarnado por Adolfo Llauradó. 

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Adela Legrá, una por entonces joven guantanamera que nunca había trabajado como actriz, fue el gran descubrimiento de Solás. Con su belleza montuna y su talento innato, se convertiría en el rostro del cine cubano de los años 60 a partir de su actuación en el último de los tres relatos de la película Lucía, de 1968, también de Solás, considerada por la crítica como una de las 10 mejores películas latinoamericanas. 

En Manuela, Adela Legrá lució en grande sus dotes en el cine. No fue culpa suya, sino de la desmesura de Solás con sus trágicas heroínas, aquella   ridícula escena en que la joven serrana, al ver a su amante El Mexicano caer mortalmente herido, se revuelca en la tierra, en medio de la balacera, y grita: “¡No te mueras, tú eres un combatiente!”. 

La siguiente película de Solás, Un día de noviembre, realizada en 1972, fue censurada y no se pudo ver hasta casi 20 años después, a pesar de que era neorrealismo socialista ICAIC al 100%. 

Era el Decenio Gris, y para los comisarios, que tenían las tijeras sueltas y luz verde para prohibir, era inadmisible que se mostrara a un revolucionario, que se suponía fuese un ser de una estirpe superior, con serios problemas existenciales, que no podía superar los traumas que le dejó el clandestinaje, que no fuera capaz de crecerse en la construcción de la sociedad socialista. Y que, para colmo, tuviera dudas del relevo generacional, a pesar de los espesos discursos de sus compañeros y de su enamorada, encarnada por Eslinda Núñez, uno de los principales y más bellos rostros femeninos del cine cubano de los años 60 y 70.

Fue un desperdicio que Solás, siempre tan afecto a las heroínas de tonalidad operática, para aquella escena onírica calcada del neorrealismo italiano, haya utilizado a una actriz tan talentosa como Eslinda Núñez para poner en boca suya parlamentos que, incluso para una muchacha adoctrinada por el romanticismo castrista-guevarista de la época, resultaban, más que poco creíbles, francamente grotescos.

Esteban, el protagonista de la película, incapaz de vencer la neurosis, se ve enfrentado, según le dicen algunos de sus compañeros, a la disyuntiva de “volverse un mierda o meterse un tiro”. Y no se sabe qué hace, porque Solás deja un final abierto… 

En ese final, un grupo de jóvenes celebran su triunfo en la emulación socialista retorciéndose al ritmo del go-gó. ¿Sería ese gusto por “la música del enemigo”, ese retorcerse a la manera de “los enfermitos” que decía Fidel Castro, otro de los problemas ideológicos que encontraron los censores en Un día de noviembre? 

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Debido a la censura de Un día de noviembre, Solás aseguró que “nunca más intentaría siquiera un filme sobre la contemporaneidad si no contaba con el espacio de la sinceridad”. Se dedicó entonces a hacer películas ambientadas en el pasado. Pero ni así dejó de tener problemas con los mandamases del ICAIC.

En 1981, Cecilia, su costosa adaptación de la novela Cecilia Valdés, de Cirilo Villaverde, le costó un conflicto con Alfredo Guevara, el zar del ICAIC. Solás quedó sumido en la depresión y el desconcierto por el fracaso de aquella película en la que había depositado todas sus esperanzas.

Luego de realizar Amada (1983), Un hombre de éxito (1986) y El siglo de las luces (1991), Solás se decidió a tocar temas del presente en las películas Miel para Oshún, de 2001, y Barrio Cuba, de 2005, las últimas que realizó antes de morir en septiembre de 2008 y en las que contó nuevamente con la actuación de Adela Legrá.

Miel para Oshún fue una bonita road movie con logradas actuaciones y bien fotografiados paisajes, pero en Barrio Cuba, Solás reflejó descarnadamente y con su habitual sobredosis de melodrama, la vida angustiosa de los cubanos en la villa miseria gigante en que se ha convertido el país. La fotografía incisiva de Carlos Rafael Solís hurgó en nuestros rincones con precisión quirúrgica, dejando ver la fatalidad y la desesperanza flotando, inevitables, sobre paredes agrietadas, calles sucias, montones de escombros y basura, tendederas de harapos, perros famélicos y guaguas abarrotadas. 

Solás contó con buenos actores para Barrio Cuba: Adela Legrá, María Luisa Jiménez, Coralia Veloz, Broselianda Hernández, Mario Limonta, Enrique Molina, Manuel Porto, Rafael Lahera. Muy convincentes todos. No tuvo que exagerar en la dosis de melodrama ni los actores tuvieron que esforzarse. Por vivir aquí, conocían bien las luchas perennes de los cubanos, siempre perdidas de antemano, por conseguir la felicidad.

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Publicado originalmente en Cubanet

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