“Hotel París”, el último libro de Manuel Ballagas

Lo ha dedicado, según explica, “a todos sus fantasmas”, que parecen ser muchos, pero estar bien exorcizados

Letras10 de enero de 2024 Luis Cino
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Hotel París, publicado hace unos meses en Estados Unidos por Lulu Editions, es el más reciente libro del escritor y periodista Manuel Ballagas, y lo ha dedicado, según explica, “a todos sus fantasmas”, que parecen ser muchos pero estar bien exorcizados.

El libro contiene cinco relatos: “Días contados”, “Hotel París”, “Un joven dios de cabello revuelto”, “Plenilunio” y “¿Quién voló El Puente?”. Los dos primeros y el cuarto, que pudieran calificarse como thrillers psicológicos, con vampiros, sombras maléficas y licántropos, se desarrollan en New York, Madrid y Washington, ciudades en las que ha vivido o ha estado de paso el autor durante sus 43 años de exilio. El tercero y el quinto son autobiográficos y se desarrollan en su natal Habana a finales de la década de 1960.

En “Un joven dios de cabello revuelto”, que es mi relato preferido del libro, Ballagas evoca con nostalgia dulce y amarga, entre otros episodios de su acosada (por el castrismo) juventud habanera, uno que vivió, acompañado por el pintor José Hernández (más conocido por Pepe El Loco),  en los días del Salón de Mayo, en 1967.

En “¿Quién voló El Puente?”, Ballagas narra  las circunstancias que rodearon al cierre de la editorial fundada y dirigida por el poeta José Mario Rodríguez en la primera mitad de la década de 1960, y de la que Ballagas, con solo 19 niños, era miembro del consejo editorial.

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Al respecto, hace dos años, cuando lo entrevisté para CubaNet, Ballagas refirió:

“En la UNEAC  había algunos jefecillos que querían deshacerse de la Editorial El Puente por motivos políticos o por prejuicios homofóbicos hacia José Mario. De modo que Fayad Jamís, en esa época miembro de la directiva de la UNEAC, se confabuló con Onelio Jorge Cardoso para sustraer de la imprenta las pruebas de galera de mi libro Sin temor y dársela al comandante René Rodríguez, muy cercano a Fidel Castro, como botón de muestra de todo lo malo que se incubaba entre los intelectuales. En una reunión informal con estudiantes en la Plaza Cadenas de la Universidad de La Habana, a mediados de 1965, y casi echando espuma por la boca, Fidel tildó mi libro de ‘intolerablemente morboso’ y ‘contrarrevolucionario’, y ahí mismo lo hizo pedazos. Entonces alguien de la audiencia, creo que Jesús Díaz, le preguntó: ¿Y qué hacemos con El Puente, Fidel? Y él respondió: ‘Ese puente lo vuelo yo’. Así mismo fue. Ese hecho inauguró el expediente mediante el cual acabaron por arrestarme y condenarme a prisión ocho años después, en 1973”.

Recientemente, cuando en un correo le comenté a Ballagas que yo no hubiera puesto en un mismo libro —porque conspiran contra la unidad temática del mismo— los cuentos que se desarrollan en New York, Madrid y Washington con los de La Habana, que a mi entender merecerían un libro aparte, me respondió:

“La unidad del libro, pienso yo —y de ahí que lo uniera todo en un mismo volumen— es que todas las piezas que lo componen son de lo que algunos llaman autoficción. En ese sentido, son autobiográficos, pero hasta ahí. Lo que no se sabe es cuando empieza la ficción o termina la autobiografía”.

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El Nuevo Conservador, por cortesía de Luis Cino y Cubanet, comparte a continuación la excelente entrevista que Cino le hiciera a Ballagas en mayo del 2021:
 
LA HABANA, Cuba. ─ Manuel Ballagas sabe de qué habla cuando en sus relatos ambientados en La Habana de los años 60 y 70 se refiere a la atmósfera patéticamente opresiva en que estaban sumidos los artistas y escritores cubanos. El primer libro que escribió, cuando aún no había cumplido los 18 años, provocó la ira de Fidel Castro. En 1973 lo enviaron a prisión. En 1980 se fue de Cuba. Reside en Estados Unidos. Trabajó como periodista en The Wall Street Journal y Miami Herald. Ha publicado dos novelas, dos libros de cuentos y uno de memorias.

Manuel Ballagas tuvo la gentileza de responder este cuestionario de CubaNet.

CN: ¿Influyó en que te hicieras escritor el hecho de ser hijo de Emilio Ballagas, uno de los más importantes poetas cubanos de la primera mitad del siglo XX?

MB: Creo que sí, francamente. Me crié entre libros, muchos libros, porque no sólo mi padre leía, también mi madre. Eran dos bibliotecas grandes que se reunieron, las de ellos dos. Libros en español, inglés, francés. Poesía, novelas, biografías, ensayos.  Mi padre una vez tuvo que poner una pequeña cerca para que no entrara a su espacio de trabajo. En mi casa había también cuadros de pintores famosos, de Portocarrero, Mijares, Ravenet… Y escritores que visitaban la casa y no hablaban de otra cosa que de literatura. Recuerdo a Roberto Fernández Retamar, Pablo Armando Fernández… Algo se me tenía que pegar.

CN: ¿Cuáles fueron tus influencias literarias?

MB: Al cabo del tiempo, han sido principalmente autores estadounidenses los que me influyeron. Hay algo de Hemingway; Chandler, McCullers y Capote en lo que escribo, pero también de autores menos clásicos, como Raymond Carver, Joyce Carol Oates y Charles Bukowski. Leí muy temprano  a Joyce, Proust y Kafka, pero aunque dejaron en mí una cierta huella, en mi prosa resuena más Estados Unidos que Europa. En la poca retórica y en lo irreverente, creo. De ahí que mis textos sean tan diferentes de los autores cubanos contemporáneos, con la excepción quizás de Pedro Juan Gutiérrez.

CN: ¿Qué sentiste cuando siendo un adolescente ganaste una primera mención en el Premio David con “Lástima que no sea el verano”?

MB: Entre tres jurados tuve un voto para premio dado por el novelista Humberto Arenal. Pero ni eso sirvió para que se publicara el libro, o al menos una parte en alguna revista. La UNEAC, que auspiciaba ese concurso, no confiaba en mí. Mi anterior libro, Con temor, fue eje de un escándalo que involucró a Fidel Castro y lastró mi carrera literaria en Cuba. Eso me dio mala fama. Pocos se arriesgaban a tratarme, mucho menos a darme bola literaria.  Empecé a fingir lealtad, mientras odiaba a aquel sistema con toda mi alma.

CN: ¿Cuál fue tu relación con ediciones El Puente?

MB: Creo que en 1962 leí un libro de cuentos titulado Ni un sí ni un no, de Guillermo Cuevas Carrión, y luego Las fábulas, de Ana María Simo, y me gustaron mucho, al menos en espíritu, porque no tenía aún capacidad para juicios literarios demasiado profundos. Me pregunté quién sería esa gente joven que ya publicaba libros bajo ese sello, El Puente. Y quiso la fortuna que dos años después conociera a José Mario Rodríguez, director de esa editorial, en un recital de poesía que tenía lugar en el club nocturno  El Gato Tuerto. No sé ni cómo me dejaron entrar; yo no tenía edad para beber todavía. José Mario me preguntó si escribía, le dije que sí, y entonces me pidió un libro. Poco tiempo después le pasé aquel engendro adolescente que había acumulado mientras estudiaba en secundaria, y que se llamó Con temor, como uno de los relatos incluidos en él. Le gustó tanto que lo pautó para publicar y enseguida me hizo parte del consejo editorial de El Puente.

CN: ¿Qué provocó la perreta de Fidel Castro contra tu libro “Con temor”?

MB: ¿Qué podía provocar una perreta de Fidel? Ni Dios lo sabía. Pero sucedió que en la UNEAC había algunos jefecillos que querían deshacerse de esa editorial, por motivos políticos o por prejuicios homofóbicos hacia José Mario. De modo que Fayad Jamís ─en esa época miembro de la directiva de la UNEAC─ se confabuló con Onelio Jorge Cardoso para sustraer de la imprenta las pruebas de galera de mi libro y dársela al comandante René Rodríguez, muy cercano a Fidel Castro, como botón de muestra de todo lo malo que se incubaba entre los intelectuales. En una reunión informal con estudiantes en la Plaza Cadenas de la Universidad de La Habana, a mediados de 1965, y casi echando espuma por la boca, Fidel tildó mi libro de “intolerablemente morboso” y “contrarrevolucionario”, y ahí mismo lo hizo pedazos. Entonces alguien de la audiencia, creo que Jesús Díaz, le preguntó: ¿Y qué hacemos con El Puente, Fidel? Y él respondió: “Ese puente lo vuelo yo”. Así mismo fue. Ese hecho inauguró el expediente mediante el cual acabaron por arrestarme y condenarme a prisión ocho años después. No te olvides que poco antes de que Fidel fustigara mi libro, y del cierre de las ediciones El Puente, surgió el escándalo por la visita del poeta Allen Ginsberg, en la que también me vi involucrado junto con José Mario. Nos arrestaron un par de veces, nos ficharon, y a Ginsberg lo deportaron por promover el uso de la marihuana y decir que Raúl Castro era homosexual.

CN: ¿Qué huellas te dejó la prisión?

MB: Muchas, pero han sido cicatrices útiles. Cuando una madrugada de agosto de 1973 la Seguridad del Estado echó abajo mi puerta, golpeó a mi esposa y me sacó arrastrado de mi apartamento del Vedado, se abrieron para mí las puertas de una experiencia vital tan ardua como fructífera. Todo escritor debiera pasar por ella, como bautismo de fuego. La cárcel o el ejército te exponen a lo mejor y peor del ser humano, de otros y de ti.

CN: Te fuiste de Cuba en 1980, durante el éxodo de Mariel. Llevas 41 años, más de la mitad de tu vida, en Estados Unidos. ¿Cómo calificarías tu exilio?

MB: Fui de los que abrieron el banderín. Mi familia y yo nos metimos  en la Embajada de Perú; después nos fuimos por Mariel. Mi exilio en Estados Unidos ha sido una bendición, como lo ha sido para otros. Me inserté, prosperé y alcancé cotas profesionales que en Cuba jamás habría rozado.  Yo había vivido en este país, siendo un niño, así que fue un reencuentro. Y al cabo de 41 años aquí, me considero un autor estadounidense que tiene al español como primer idioma. Mis referencias y las experiencias vitales que afloran en mis textos corresponden más a este país que a Cuba. No es por dármelas de interesante, es que Estados Unidos cambia mucho a quienes vivimos a su abrigo.

CN: ¿Cómo valoras la Generación de Mariel?

MB: No sé si existe esa generación. Una vez que escribí sobre el tema me referí a quienes llegamos a Estados Unidos  en esa época como “generación del silencio”, un grupo etario con intereses literarios a quienes el comunismo amordazó y que, una vez en libertad, siguió diferentes caminos individuales. Yo pospuse publicar por mucho tiempo, ya que tenía necesidad de ganarme la vida. Quizás por eso no aparezco en muchas antologías de los llamados “marielitos”. Pero hay entre los que llegamos aquí en esa época gente de mucho talento, algunos más que otros. Poetas, narradores, pintores…

CN: ¿Qué experiencias te dejó tu trabajo como periodista en medios norteamericanos?

MB: En el mundo de los medios estadounidenses aprendí la mejor de todas las lecciones, que es el apego a la verdad y el equilibrio. Es lo que me dio, por ejemplo, mi trabajo de siete años como jefe de redacción del suplemento latinoamericano de The Wall Street Journal. Eso es una experiencia que nunca te deja.

Manuel Ballagas (Foto: Cortesía del autor)
CN: En algunos de tus relatos casi autobiográficos, como Un joven dios de cabello revuelto, se percibe una nostalgia amarga por el tiempo en que eras un joven escritor flaco y melenudo que andaba por La Víbora y El Vedado. ¿Me equivoco?

MB: Recordar es vivir. Pero no es amarga esa nostalgia. Los sesenta, la época en que fui joven, lo que se dice joven, fue una década mágica en todo lugar, incluso en Cuba. Nuestra generación es la generación de los Beatles y  Bob Dylan, del Hotel Capri y la Funeraria de Calzada, y también la de Haight-Ashbury en San Francisco; la de los pantalones campana y el amor libre, la de la marihuana y démonos la mano con la flor. Cada vez que veo en estos días a esos millennials tan frágiles, necesitados de espacios seguros, me acuerdo de que fuimos leones y que todavía en los siglos por venir habrá que hablar de nosotros. ¿Por qué no celebrarlo?

CN: En tu novela Pájaro de cuenta presentas a un Virgilio Pinera maledicente y rencoroso. Teniendo en cuenta sus circunstancias, ¿no crees haber sido demasiado severo con él?

MB: No, realmente. Porque el Piñera de mi novela no es el Virgilio Piñera de la vida real. Tomé  su nombre para crear un personaje en que se concreta el oportunismo de toda la clase intelectual cubana que se plegó al comunismo y luego sufrió las consecuencias, y de paso, dejó a las generaciones futuras una circunstancia de terror y de mierda. Virgilio y yo tuvimos excelentes relaciones, aunque estoy seguro que no le hubiera gustado que usara su nombre en una novela. Pero él no lo hubiera pensado dos veces para usar mi nombre si le hubiese valido de algo para escribir. Los escritores somos así…

CN: En la antes mencionada novela retratas el miedo y la simulación que reinaba en el mundo intelectual durante el  Decenio Gris. ¿Crees que ha cambiado esa situación?

MB: Para nada. Todavía, a estas alturas, hay escritores de allá que se crispan cuando les muestras un texto que siquiera roza la política. O llegan a Miami o Madrid y lo primero que le dicen a la prensa es: “Yo no hablo de política”. ¿Por qué? Pues porque, como digo en el libro, están cagados de miedo.

CN: ¿Preparas algún libro actualmente?

MB: Estoy terminando un libro de relatos más bien extensos en que se funden elementos fantasmagóricos con eso que ahora llaman “autoficción”, es decir, donde el autor es protagonista de su invención. En uno batallo con vampiros, en otro huyo de una sombra malévola, y en otro más soy hombre lobo, y así por el estilo. Se titula Hotel París y cada parte corresponde a una ciudad donde he vivido o he estado de paso. A fines del año pasado publiqué el libro de cuentos El sendero del jagüey y el algarrobo, narraciones fantásticas más bien de corte tradicional.

CN: ¿Qué ha significado para ti ser esposo de una talentosa artista como Juanita Baró?

MB: Juanita Baró ha sido mi compañera de viaje, recibiendo conmigo todos los golpes de la amarga fortuna, y compartiendo también los momentos felices que Dios nos da.  Es una gran bailarina y coreógrafa, y también artista plástica. Sus pinturas adornan y honran las portadas de dos de mis libros.

CN: ¿Cómo sueñas el futuro de Cuba?

MB: Sueño que alguna vez viajar a Cuba sea como irme de vacaciones a Jamaica o Santo Domingo, sin demasiado misterio.

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