Cuba: crónicas de un camino letal o el tránsito del paraíso al infierno

Cuba libreEl sábado Carlos Alberto “El balsero”
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Nací en un país comunista cuando aún no era comunista. Apenas faltaban unos días para que llegara la desgracia y sé lo que provoca el comunismo. Viví 32 años de mi vida, como muchos, en la miseria; sobreviviendo, o más exactamente: muriendo en vida. 

Solo cuando lo vives, puedes realmente conocer qué significa el soñado comunismo, o todas sus versiones modernas: Castrismo, Chavismo, Kirchnerismo, Madurismo, Putinismo, Orteguismo, Petrismo, Lulaismo y los más recientes: el Boricsmo y el Obradorismo. Caprichosos "ismos" que solo conducen al infierno, al nefasto pensamiento socialista que confunde social, justicia social, bienestar, pueblo y políticas públicas con la perversidad de querer convertir en pobres a toda una sociedad completa.

 Y se los juro. Así fue en Cuba desde la llegada de Fidel Castro. Y sí, voy a hablar de Cuba porque fue donde viví por más de tres décadas y voy a hablar desde lo vivido, no desde lo contado. Al lector solo le pido que acomode o adecue locaciones e “in-dignatarios”. Y verán que todos son iguales. Todos se rigen por un manual del mal. Todos siguen una secuencia de pasos, hasta lograr su meta, su única meta: perpetuarse en el poder para convertir a los pobres en más pobres, no para sacarlos de la pobreza. 

Así lo hizo Fidel Castro. Se creyó que era un Dios y les hizo creer a los cubanos, que ninguno hubiera sido nada, si no hubiera llegado la revolución del 1 de enero de 1959. Y peor aún, que gracias a ella y, por supuesto, a él, fuimos lo que somos. El clásico chantaje social:“Gracias a la revolución desapareció la pobreza y hoy tienes educación y salud gratis”. 

Y ahí empieza el engaño, el chantaje y muchas mentiras. Porque la realidad era otra: gracias a la revolución desapareció la propiedad privada, la única capaz de generar riquezas y productos de consumo. Desapareció la democracia y las libertades que existían en Cuba antes de 1959. Y al desaparecer la propiedad privada, automáticamente empieza la carestía de alimentos, de bienes de consumo, de proyectos sociales dentro de las políticas públicas. El estado es incapaz de producir, pero sí de apoderarse de todo, incluso de aquello que no le pertenece. Y si a esto le sumas que el socialismo convierte todo en malo, hasta lo que está bien. 

Así nací y allí crecí. Escuchando que tenía que ser como el Che. Que se podía hacer más con menos. “Que sólo los cristales se rajan y que los hombres mueren de pie”. Que se tiene patria o se muere y ahí es donde no entiendes que estás vivo, pero no tienes patria porque no eres libre. 

Entré a la primaria y me obligaron a ser “pionero”, que es la primera etapa del adoctrinamiento socialista. Cuando eres pionero te enseñan que la patria es primero, incluso antes que tu familia. La patria es como tu madre y por añadidura, Fidel era entonces tu padre. Con apenas 5 años te inculcan el pensamiento marxista, te dicen que la religión es el opio de los pueblos, y que Dios no existe, pero que Fidel era el todopoderoso líder que te guiaría y enseñaría a hacer sacrificios y a derrocar al brutal imperialismo yanqui quien para los peques era como la bruja de los cuentos infantiles: “Ten cuidado, que el imperialismo yanqui viene y te desaparece, como ha hecho con otros niños de otros países del mundo.”

Cartel Serie Balseros OK con LogosHistorias de Balseros: serie sobre el Éxodo de 1994, 30 años después

Te hacen cantar: “Todos los niños del mundo, vamos una rueda hacer, y en mil lenguas cantaremos, que en paz queremos crecer”, pero que esa paz solo se alcanza si no existe el capitalismo, que es el enemigo que hay que derrotar. Desde niño te preparan y enseñan a odiar al capitalismo, la generación de riquezas y la propiedad privada. Pero no te enseñan, por supuesto, que por no tener capitalismo, solo eres un peón del funesto juego entre buenos y malos, donde todo lo bueno es lo socialista y todo lo malo es lo capitalista, y, por ende, debes odiar al imperio yanqui y a los gringos, porque es ahí donde se genera el mal. 

Para no hacerles el cuento tan largo que parezca una conferencia aburrida de filosofía, sigamos con la realidad autobiográfica que vive cada cubano de a pie, “gracias a que no existe el capitalismo en Cuba”. Pasábamos hambre y para sobrevivir a esta hambre teníamos que levantarnos pensando que te ibas a robar para comer. 

En Cuba conocí cómo se podía ser dueño de todo, pero no tener nada. En el socialismo es típico oír que todo es del pueblo, pero el pueblo no tiene ni en dónde caerse muerto. Conocí lo que era vivir sin desayunar y acostarme sin cenar, incluso, hasta pasar un día sin almorzar ni comer. Conocí lo que es 18 horas sin luz en pleno mes de agosto con casi 40 grados de temperatura y más de 80% de humedad relativa. Conocí lo que era lavar una camisa dos veces al día por no tener otra. El ver a mi pareja pasar una menstruación sin toallas sanitarias. A bañarnos sin jabón y lavarnos los dientes sin pasta de dientes. Aprendí a comer picadillo sin carne y pan sin harina. Aprendí a limpiarme sin papel sanitario.  

Aprendimos a comer pizzas de queso sin queso. A comer gatos. A comer jutías (una especie de rata más refinada que usaba hojas de árboles en sus días menstruales, cosa que no podían hacer las mujeres cubanas en sus días más sangrientos del mes). Y hasta aprendimos a comer lo que fuera, por tal de creer que habíamos comido algo. A vivir con tres morales: “Pensar de una forma, hablar de otra y actuar de otra. Por ejemplo, para que se entienda: ibas a desfilar obligado un día primero de mayo, pero ibas aplaudiendo y gritando viva Fidel, aunque por dentro pensaras: ojalá y suceda “algo que te borre de pronto”.

Conocí lo que es vivir en una sociedad donde uno era el único que se sacrificaba mientras los dirigentes vivían como auténticos millonarios, pero con dinero que jamás se habían ganado con el sudor de su trabajo. Conocí lo que significa en la real “politique” vivir del cuento. Para ellos todo, para nosotros nada. Para Fidel todo y para el pueblo nada. Conocimos lo que significa vivir sin libertades, sin contacto con el mundo real externo a Cuba, sin oposición reconocida al régimen, sin poder manifestarnos cuando no estábamos de acuerdo con algo. Conocimos lo que es en realidad vivir en un país sin un estado de derecho que proteja al ciudadano y mucho menos que respete sus derechos humanos. 

En la jungla de los Castro, la única ley que impera es la ley del castrismo. Si no piensas como ellos, sobre ti caerá todo el peso de su macabra ley. Sin dudas, el socialismo es una ideología para los jodidos, donde sus dirigentes y políticos son los únicos que no están jodidos a costa de tu sacrificio. Ellos viajan, tienen autos, dinero, dólares y todo lo que para el pueblo está prohibido. 

Y si después de leer esto, persistes en la idea de seguir queriendo ser socialista, permíteme darte un consejo: no es necesario que destruyas a tu país. Cuesta mucho después reconstruir todo lo jodido. Si quieres vivir en socialismo, mejor vete a vivir a Cuba. Ahí ya está preparado y bien practicado. Verás lo que es vivir en el paraíso, del infierno, claro está. 

¿Qué es a lo más que puede aspirar un cubano, a quien el Estado supuestamente le otorga educación y salud gratis? Pues a que llegue el día más esperado de tu vida: poder salir de Cuba. Y no salir por tu voluntad, sino porque te has convertido en un perseguido político, algo así como: te vas o vas preso. Y en el peor de los casos: o te vas o te mueres.

Solo el cubano sabe lo que se ha vivido en Cuba en estos 65 años. Los años 70 fueron duros en la persecución ideológica en Cuba. Me recuerdo de aquella nefasta consigna: “La universidad era solo para los revolucionarios” y se empezó un proceso de profundización de la conciencia (según ellos) y la maquinaria se echó a andar. Todo aquel que tuviera mala conducta ideológica era acusado de ser "diversionista ideológico" y te expulsaban de la universidad. Entre estas malas conductas estaban: escuchar música en inglés, usar pantalones mezclillas (sobre todo los famosos Lee y Levis Strauss), mascar chicle, tener pelo largo, entre otras cosas y conductas consideradas “indeseables” por la dictadura porque resaltan cualidades del capitalismo. 

Lo mismo sucedía con aparentar ser hippies, adorar a los Beatles, oír a Carlos Santana, comunicarse con amigos o familia que radicaran en Miami, ir a la iglesia, leer libros que estuvieran prohibidos por la dictadura, y ver canales o escuchar estaciones de radio estadounidenses. Pobre de aquel que fuera acusado de estas conductas. A la Picota. De lo demás, se encargaría la maquinaria diabólica. 

Cientos de cubanos en edad universitaria fueron expulsados de la universidad y, en represalia, el gobierno de inmediato los enviaba al Servicio Militar Obligatorio. La disciplina militar formaría su voluntad y les haría entender que la revolución de Fidel era el ideal más puro al que podía aspirar un joven nacido con la revolución. Fidel estaba muy enojado, porque no le habían salido proyectos irrealizables, y tomaba venganza contra todo su pueblo, contra la juventud y peor aún contra todo aquel que no pensara como él. Y se desquitó con nosotros. Para escuchar música en inglés nos teníamos que esconder. Esa época de auge de la música que llegó para quedarse en los 70, para nosotros era parte de lo prohibido. Desde esos años se prohibieron de las estaciones de radios a cantantes como Julio Iglesia, José Feliciano, Santana y cubanos como Celia Cruz, Willy Chirino, Gloria Stephan, y no se diga de aquellos que abandonaban el país porque automáticamente lo añadían a la lista del silencio forzado. 

¿Es realmente necesario que un gobierno se meta en lo que escuchas, cantas, lees o hablas entre amigos? Así era el gobierno de Fidel Castro (y en gran medida sigue siendo hoy). Nos oprimían no solo a palos, torturas y golpes que podían darte si caías preso, también nos torturaban psicológica y culturalmente. Nada “americano”, pero sí todo soviético. Eso ya llegaba filtrado y con un camino adelantado. Lo primero era adoctrinar de acuerdo con las directrices del partido comunista. Y con esto, se le fue impregnando a toda la juventud de un miedo total. Cualquier cosa que hacías podía ser motivo para que te acusaran por algo, incluso inventado, para que te expulsaran de tus estudios y no pudieras terminar tus estudios o peor aún, pasabas a formar parte de esa lista negra de la cual era muy difícil soltarse.

Screenshot 2024-04-23 at 11.09.17 PMMariel 1980: la segunda vez que el castrismo jugó la carta del éxodo masivo

Solo yéndote del país podías librarte. Con el tiempo aprendimos que graduarse o no, sería con el paso de los años la misma cosa. Todo era un pretexto para manipularnos y mantenernos engañados de que, gracias a esa revolución “tan justa” según los represores, los jóvenes cubanos podíamos estudiar sin que nuestros padres pagaran un peso. Y créanme que nos costó más caro que si hubiéramos tenido que estudiar en una escuela privada. 

Con la llegada del año 80 y los sucesos de la embajada del Perú en La Habana, cientos de miles de cubanos de mi generación lograron salir del país y conocer la libertad a través del éxodo del Mariel. Luego se encargaría el Maleconazo en el año 94 y con ello, la era de “los balseros”. Era preferible morir ahogado que vivir silenciado o casi muerto en vida. Nadie puede ni tan siquiera imaginar que es lo que sintió en su individualidad un cubano al llegar por primera vez a tierras de libertad. Hasta hablar les puede dar miedo y de cualquier cosa sorprenderse. 

Entrar a un supermercado puede producirnos un shock hipoglucémico. No estás acostumbrado a ver tanta cosa al mismo tiempo. Eso a lo que Fidel llamaba consumismo barato, propio del capitalismo. Cuando un cubano choca con estas realidades, siente todo. Desde una subida de presión o el simple choque de muchos sentimientos encontrados, que no puedes contener. Ver un estante lleno de clavos y tornillos cuando en Cuba tener un simple tornillo era un verdadero privilegio. En Cuba para componer algo, tenías que descomponer algo. 

Y del hambre, qué podemos decir. Cuando uno ve más de 100 tipos de cortes de carne de res después de pasar años sin comerla, cuando ves desde lo más común, hasta lo más elitista: te das cuenta bajo qué represión hemos vivido por el solo hecho de no tener libertad. 

Antes de seguir me gustaría decir que con estos mensajes no quiero victimizarme. Yo hace más de 30 superé todo este estrés postraumático que ocasionaron en mí  aquellos 32 años en esa dictadura. Mi único objetivo es servir para que puedan entender qué es el socialismo en realidad. Y que, en esta crecida incontenible de la expansión de la izquierda por nuestro continente, sepan analizar y estudiar su voto electoral. Ustedes pueden votar, pero en Cuba no pudimos ni se puede, gracias a la imposición del socialismo. Ustedes tienen opciones, en Cuba no las hubo. Ustedes tienen partidos, los cubanos no tenemos ninguno legal, a no ser el Partido Comunista. 

Voten bien. Voten para botar lo que no sirve, porque cuando uno le entrega el poder a la izquierda, primero te engaña, después te aplasta y jamás pretende regresar ese poder que le entregaste. En cuba ya van 65 años y créanme que los cubanos no son “pendejos” ni cobardes. Es totalitarismo con dinero. Es Totalitarismo y dictadura, disfrazada de honestidad y humanismo. Es la ideología del mal, que pone a pelear supuestamente a pobres contra ricos, y donde todos son convertidos en pobres y pasan de ser un ciudadano libre a ser dependientes del Estado.

Lo más sagrado que puede poseer el hombre (y no pretendo parecer “inclusivo” usando lenguaje de género, no, cuando digo hombre, me refiero a todos los ciudadanos) es el ser libre. La libertad es lo más sagrado y cuando se pierde, se pierde todo, y cuando digo todo, es eso: todo. Pueden estar seguros de que en este relato no he citado mis penas, dolores y tormentos más íntimos, sencillamente por decoro. Pero es mi deber decir la verdad, hacer referencia a mi digno dolor ante la ausencia de libertad con la que viví en Cuba por casi 32 años, y que no deseo para ustedes. 

Screenshot 2024-04-09 at 11.15.11 PMBreve historia del Mariel: el primer éxodo del desencanto

Carlos Alberto “El balsero” nació en Cuba en 1958, un año antes de que Fidel Castro se hiciera del poder. Se graduó de Física en el Instituto Superior Pedagógico Félix Varela, en Villa Clara, y fue jefe del Departamento de Física de la Facultad de Ingeniería Mecánica de la Universidad de su ciudad natal, Cienfuegos. No escapó de Cuba durante el Éxodo de los Balseros de 1994, como algunos creen por su seudónimo, en homenaje a los miles de cubanos que han perdido su vida en el estrecho de la Florida. En 1995 logró salir de la isla para cursar una maestría y un doctorado en Fuentes Renovables de Energía en una universidad de América Latina. Una nueva ley impuesta por la dictadura intentó obligarlo a regresar antes de culminar sus estudios, pero decidió no acatar la orden castrista. Convertido en “traidor a la patria” sólo pudo volver 15 años después para despedirse de su madre antes de morir. En el exilio comienza a escribir y condenar los horrores del comunismo. Ha publicado dos novelas y actualmente trabaja en el tercer volúmen de su trilogía Epitafio para un sueño, publicada en 2017 en Miami.

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