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El lavado de cerebro es algo que no viene solo. Viene previamente acompañado de algo que se llama miedo. Si tus padres tienen miedo, claro está que no podrán oponerse a ese lavado de cerebro. Al contrario, debían siempre dar muestras de su apoyo al comandante y a la revolución
CubaLibre04/11/2025
Luis Leonel Leon
Abraham Rivera es el autor de Memorias ilustradas de un cubanito que nació con la involución, un libro tan singular como honesto, en el que palabra e imagen se entrelazan para reconstruir la infancia de un niño cubano que creció entre los sueños rotos y las paradojas, las manipulaciones y los múltiples crímenes de la revolución. A través de sus propias ilustraciones y de un relato lleno de ironía, ternura y lucidez, Rivera ofrece un testimonio íntimo sobre lo que significa haber nacido y crecido dentro de un sistema que prometía libertad, pero que sembró miedo, escasez, condenas inhumanas, asesinatos y silencios.
En estas páginas, Rivera no se limita a contar su historia personal, sino que retrata a toda una generación marcada por la propaganda, la pérdida y la resistencia cotidiana. Memorias ilustradas de un cubanito que nació con la involución es, al mismo tiempo, un acto de memoria, una crítica al desencanto y un homenaje a la imaginación como refugio.
Este es un diálogo que sostuvimos entre Miami e Israel, donde reside Abraham Rivera, cubano judío. Sobre el origen de este libro, el proceso creativo detrás de sus ilustraciones, y sobre cómo la memoria —esa forma de resistencia interior— puede convertirse en una trascendente forma de arte y de libertad.

¿Qué significa y cuánto te define haber “nacido" con esa "involución” que es la revolución cubana?
Significa ser parte de una generación muy especial, porque somos nacidos ya dentro de un proceso que significó para los cubanos un cambio brutal, pero, a la vez, rodeados de ciertas cosas que aún persistían. Muchos de los nacidos en esos primeros años, aún sin saberlo, arrastrábamos una especie de dualidad, a veces apenas perceptible y que, aunque después pareciera haberse diluido, quedó en lo más profundo. Por una parte, las costumbres, la espiritualidad y el respeto que aún se percibían. Por otra parte, el avance arrollador de un proceso que destruyó la esencia del cubano. En otras palabras, somos los hijos de esa destrucción.
¿Es posible una revolución socialista sin involución?
Ahí tenemos un problema con los conceptos, tanto el de “revolución” como el de “socialista”. Una revolución es un proceso de transformación total, de ruptura con el pasado, y una de sus características principales es su brevedad. Eso que llaman “revolución cubana” es algo que han estirado como un chicle, algo que parece eterno y que, junto a la figura del extinto comandante, constituye un sancta sanctorum intocable. Transformaron “revolución” conceptualmente y verbalmente en un arroz con mango desastroso que nadie parece saber ni lo que es, pero cuando nos rendimos ante los hechos, solo queda algo tan simple y prosaico como lo que ha sido: el control absoluto y el enriquecimiento de una familia y sus allegados más fieles. El socialismo, en la teoría, es una filosofía y, en la práctica, un experimento social que condujo a diversas variantes. Es un concepto hoy manejado a antojo de los filosofillos de café con leche. De esos socialismos originales, creo que hoy sobreviven dos modelos fundamentales: la socialdemocracia, presente en algunos países de Europa, sobre todo los nórdicos, y el llamado Socialismo del siglo XXI, otro invento parecido al de la “revolución cubana” (no por gusto salió de la misma cabeza diabólica). Yo no conozco ninguna “revolución socialista”, y me dan igual los nombres que le quieran poner a los procesos, violentos o no.
Combinas recuerdos de infancia con ilustraciones personales. ¿Puede verse como una historia de la revolución-involución cubana?
No se trata de una “historia de la revolución cubana”. Se trata de anécdotas de un niño que vivió dentro de ese proceso, de esa sociedad cambiante, en fin, de ese desastre. Esas anécdotas del Abraham niño, que no sabía de qué se trataba aquello que pasaba a su alrededor, las combino con las reflexiones del Abraham maduro de hoy, ya con un conocimiento cabal de lo que era.
¿Cuál fue tu motivación para usar ese formato gráfico-narrativo en lugar de una autobiografía tradicional?
Me decidí por este formato gráfico-narrativo porque, en primer lugar, dibujar, bien o mal, lo llevo en la sangre. Es como algo compulsivo que no puedo dejar de hacer. Hacerlo me transportó también a aquella primera etapa de los libros de cuentos infantiles. No sé si, con el caso de Cuba, alguien ha intentado hacer esto alguna vez. También está el hecho de ser cubano y, por lo tanto, venir con ese chip que nos provoca unos irrefrenables deseos de joder (fastidiar, jalar la lengua, dar cuero).

¿Cómo fue crecer en la Cuba de los años 60 y 70 del convulso siglo XXI y qué huellas dejó en ti y en el libro esa época?
Hay algo que explico un poco en mis palabras de introducción y creo que es justo aclarar: mi experiencia no es la más común. Crecí con ciertas circunstancias especiales. A menudo he comparado mi propia infancia con la de otros de mi edad, y no se parecían. Solamente compartíamos el entorno “extramuros”, el de la calle, el de la escuela. Mi familia era tan variada como unida. Nunca conocí a uno de mis familiares que dejara de hablar o tratar al otro por tener ideas diferentes. ¿Cómo se las arreglaron? Honestamente, no lo sé. Mis padres, ambos trabajaban y eran “integrados” y con menos tiempo para todo. Por eso, la mayor parte de mi infancia la pasé entre mis tíos, que ni siquiera pertenecían a los CDR pero aún así se les respetaba muchísimo, tanto a nivel institucional como popular. Nunca se involucraron activamente en nada político, pero eran anticomunistas por conocimiento y por convicción. En casa había una amplia biblioteca y una fonoteca, y se hacían veladas culturales y se tocaba piano, cosa que los demás niños no conocían. Mi casa era conocida en el barrio como “la casa de los doctores”, y los que habían estado dentro hasta la llamaban “el museo”. Es más importante centrarme en las anécdotas que me situaban en ese mundo exterior, ese mundo que me hacía un cubanito más y que, en definitiva, me ponía en contacto directo con ese proceso tan fatal para las vidas de todos los cubanos.
¿Qué papel jugaron la educación, la propaganda política y el entorno ideológico en tu formación, y cómo los revisitas ahora con distancia crítica?
Por más cultivado que yo estuviera y a pesar de haberme criado con personas que despreciaban y a la vez temían al régimen, el diseño de la maquinaria propagandística y educacional era tal que no dejaba espacio a la escapatoria. Es un sistema creado por una mente diabólica, por supuesto, asistida por otras, con el objetivo de que no tengas más opciones. Todos éramos como un rebaño que hacía lo que se nos decía y lo que se nos “orientaba”, aunque no entendiéramos bien. En la casa, la radio y la televisión no dejaban de vomitar propaganda; en la escuela era constante y además estrictamente vinculante. En Cuba, o entrabas por el aro o te convertías en un paria sin futuro en el mejor de los casos. Si, a pesar de toda esa vida manipulada, llegas a la madurez habiendo logrado disipar las tinieblas y ver la luz, lo mínimo que puedes hacer como cubano, como ser humano y como persona justa es exponerlo, analizarlo y, sobre todo, denunciarlo. Y si ya estás a salvo del alcance de la garra represora, en mi modesta opinión, no hay excusa alguna para que no denuncies y luches del modo que puedas contra lo que queda de esa tiranía y, a un nivel más amplio, te opongas a esa ideología funesta.
¿Cómo se maneja el humor frente a una experiencia que incluye represión, escasez y decepción?
El humor real debe tener muy pocos frenos y es una de las cosas que más temen los totalitarios y los tiranuelos de cualquier clase. Erróneamente, la gente suele pensar que es algo solo para reír, pero en realidad es para mucho más: sonreír (que no es lo mismo), reflexionar, compartir, criticar o fustigar según sea el caso. El humor debe, eso sí, tener cierto equilibrio, y eso a veces lo logras con una ilustración que lo contiene todo. Uno debe cuidarse de un exceso de intelectualización para que el resultado no sea una pedantería que solo llegue a una élite de “culturosos”. Debe ser un humor inteligente, pero llegar a todos y no solo llegar, sino también contribuir a despertar sentidos críticos. En el caso de los cubanos, el humor es algo innato y sabemos sacarle lascas a lo que sea, tanto a la desgracia como al incidente más pueril. En esta vida, casi todo tiene un lado para el humor. Por supuesto, en Cuba se desarrolló una especie de “humor revolucionario” detestable. Se trata de ese humor complaciente con el poder, oportunista, inofensivo y guatacón. El caso más ilustrativo lo era el semanario Palante, donde gente con indudable talento renunció a hacer verdadero humor. No es casual que, al inicio de esa “revolución cubana”, entre los primeros en largarse estuvieran los humoristas, nombres como Silvio, Pecruz, Arroyito o Roseñada. Otros pusieron su brillantez al servicio incondicional de la dictadura. El resto hacía un humor que no estaba exento de crítica, pero muy limitado para evitar ser aplastados por la maquinaria del partido.
¿Hay un momento concreto en tu infancia o juventud que consideres “el punto de quiebre” para entender que la realidad cubana no era la promesa que te hicieron?
Creo que todas las personas, en algún momento de la vida, tenemos ese “punto de quiebre”, que en este caso sería una liberación. Pero nunca he creído mucho en un punto instantáneo. En realidad, puede tardar semanas, meses y hasta años, más aún en el caso cubano, en el que estábamos condicionados a no ver una realidad fea y dolorosa. Los que la vieron desde un principio eran personas que habían conocido la libertad de una manera u otra y enseguida percibieron el peligro. Unos quedaron pasivamente esperando un cambio que les parecía inevitable: “los americanos no permitirán esto”. Mientras que los que actuaron en consecuencia y lo enfrentaron recibieron aislamiento, difamación, represión en distintas formas, largas condenas a cárcel, el fusilamiento o el exilio. Pero los que nacimos después de consolidada la traición, ya estábamos aprisionados por la telaraña ideológica, y cada año que pasaba los nuevos que iban naciendo formarían parte de generaciones cada vez más dañadas.

¿Cómo fue en tu caso en concreto?
Fue fundamental mi primera educación, los valores que aprendí desde la más tierna infancia, los conceptos de bondad, justicia y humanidad. Pero esa misma educación familiar me hacía respetar mucho la autoridad paterna, y mis padres eran personas integradas a la revolución, por lo tanto, yo estaba en el mismo vagón del tren que ellos. De ser un pésimo estudiante, un rebelde aunque respetuoso, fui parte del engranaje. Por pura casualidad, y ya a punto de licenciarme del ejército, recibí un carné rojo que decía “UJC” y, un tiempo después, por esa manía que tienen algunos de considerarme “brillante”, me promovieron a dirigente de bajo nivel. Y ahí comenzó el “quiebre”. Comencé a ver cómo eran los oportunistas que transitaban hacia el poder, lo bajos que podían ser como personas y las cosas que eran capaces de hacer con toda la cobardía y el oportunismo imaginables. Una de las cosas que precipitaron mi “punto de quiebre” definitivo fue la amistad que tenía desde hacía años con una familia que se convirtió en “desafecta”. En su casa conocí a algunos que habían pasado por el presidio político, y las historias que me hicieron, particularmente una de ellas, me llegaron a lo más hondo. Ya en la dirección de la UJC se habían dado cuenta de su error al promoverme y que yo era un individuo protestón, admirador de la perestroika y la glásnost, del cual había que deshacerse sin demora. Hubo un par de reuniones tormentosas, de la última de las cuales me levanté y me retiré. Fui expulsado y enviaron una “comisión” a buscar mi carné colorado, el cual les arrojé gustosamente por la ventana. Llegaron a hablar de hacerme un mitin de repudio, pero no ocurrió finalmente. Se limitaron a hacerme la vida agria e impedir que alguna vez ocupara un trabajo que valiera la pena. La educación inicial que recibí con mis queridos tíos “gusanos” fue lo que me salvó porque había quedado grabada en mi conciencia y había despertado.

Hablemos del “brainwashing” (lavado de cerebro). ¿Hasta qué punto crees que el sistema te condicionó desde niño y cómo lograste liberarte de ese condicionamiento?
El lavado de cerebro es algo que no viene solo. Viene previamente acompañado de algo que se llama miedo. Si tus padres tienen miedo, claro está que no podrán oponerse a ese lavado de cerebro. Al contrario, debían siempre dar muestras de su apoyo al comandante y a la revolución. Lo único que me libró de un brainwashing total, como te explicaba en la pregunta anterior, fue mi educación inicial, los valores aprendidos y mi sed de leer. Por eso el castrismo se ha esforzado tanto en mantener a las masas con esa visión de túnel. Por ejemplo, Fidel Castro decía: “No le decimos al pueblo cree, sino lee”. Claro, lo que no decía era la parte de qué leer. Hoy día, los ejemplos claros son esos cubanos que dicen: “no hablo de política”, aunque vivan en el exilio, esos miles de graduados de carreras universitarias que si se caen comen hierba, los que aún dicen: “¡cuánto gocé en las escuelas al campo!”, los que aún suspiran viendo la serie En silencio ha tenido que ser o Julito el pescador. Es que el lavado de cerebro ha llegado a ser, en algunos, tan efectivo que son capaces, desde su casa en EE. UU., de buscar cómo sintonizar la TV de Cuba para ver la Mesa Redonda, el Noticiero Nacional o Tras la Huella.
¿Qué efecto puede tener el humor ante el “brainwashing” (lavado de cerebro)?
El lavado de cerebro y el humor son totalmente incompatibles. El humor es consustancial a la mentalidad abierta, a la inteligencia, a la agudeza. El humor crítico es, además, esencial. Los comunistas son los únicos que ven un peligro en el humor. Solo hay que dar un vistazo a cualquier manifestación de humor que esté de parte de la propaganda castrista o de la izquierda más radical para comprobar que no hace reír ni a una hiena.
¿Cuando ves lo ocurrido en Nueva York con Zohran Mamdani y, a la par, tenemos la historia del socialismo real, cuáles son las razones por las que la gente sigue votando al socialismo e incluso creyendo en el socialismo como solución?
La ingeniería social es siniestra y Mamdani, o la señora Ocasio-Cortez, son ejemplos claros. Gran parte de los que apuestan por estas ideas son jóvenes rebeldes sin causa que buscan desesperadamente una, pero a la vez con una ignorancia general atroz y, por supuesto, una vida de niños consentidos y malcriados que se aburren. Las ideas y promesas de “justicia social” e igualdad son románticamente atractivas. Los otros son gente que permanece en estratos marginales pero que, en lugar de esforzarse y buscar soluciones, opta por algo que les garantice una vida trabajando lo menos posible e, incluso, sin trabajar, mientras reciben ayuda del gobierno. Las masas que claman por el socialismo también son víctimas de un lavado de cerebro más global, que no ha sido espontáneo. Se ha venido importando hacia las Américas desde hace muchísimo tiempo. En el caso de EE. UU., se ha enquistado profundamente en las universidades y, repito, esto no es más que espontáneo en un ínfimo porcentaje. Esto responde en su mayor medida a un plan elaborado hace décadas por la KGB, tomando como base las ideas de Antonio Gramsci.

¿Cuál es el propósito?
Subvertir los valores y el modo de vida tradicional para crear una atmósfera que propicie su caída. Aunque ya no hay una Unión Soviética, existe una izquierda radical con ese mismo interés y que ahora se ha aliado con dictaduras, islámicas o no, que suministran los petrodólares, y con una potencia como China que busca la hegemonía total. Si se busca en serio el rastro del dinero, habría muchas sorpresas. Las universidades son un blanco perfecto porque en ellas se forman quienes un día tendrán puestos de poder en la nación. Pero esto no se ha limitado al mundo académico. Han explotado las vulnerabilidades del tejido social, las inconformidades, los errores no atajados a tiempo, la situación de las minorías, la cuestión del nuevo feminismo, la raza, el género, la economía, etc., todo ello para crear un monstruo que devore al país desde dentro. Por ejemplo, la ideología woke no es una broma, es algo muy serio. O no lo vieron venir, o no quisieron verlo, y ahora se necesitan acciones quizá autoritarias y más radicales para poder revertir el daño. Solo espero que no sea tarde.
Eres un cubano judío en Israel. ¿Qué reacción esperas allí en especial?
Respecto al libro, no creo que haya muchas. Israel, siendo una de las naciones más pequeñas del planeta, es a la vez un ajíaco extraordinario porque está formado por personas de los orígenes más diversos, y el hispano no es el mayor de ellos. El país cuenta con alrededor de 80.000 hispanohablantes, aunque hay israelíes nativos a los que les gusta mucho el español y lo han aprendido más bien a nivel comunicacional, pero no a nivel escrito. Tendría que hacer una traducción al hebreo muy cuidadosa, ya que empleo algunos localismos extremadamente difíciles de traducir. Es un libro más pensado para un público cubano o de habla hispana nativa, para lo cual escribí un pequeño glosario en las páginas finales.

¿Y entre los exiliados cubanos en EE. UU., y el público en general de Europa y Latinoamérica: diferencias y semejanzas en la recepción que esperas? ¿Cuál es el mensaje que quieres transmitirles?
Esta primera edición está enfocada, ante todo, en un público cubano. Aquí habría que hacer una triste observación: aunque será leído más que ninguno por cubanos que viven en el exilio, me encantaría que en la isla pudieran tenerlo, pero no es recomendable que allí pillen a alguien con un ejemplar porque no creo que lo pase muy bien. Me gustaría verlo circular por toda Hispanoamérica porque allí el veneno castrista ha hecho un daño atroz, y cualquier mínima contribución para despejar esa niebla lo vale. En cuanto a Europa, lo mismo: pensado para cubanos residentes en Europa o en cualquier lugar del planeta. Por ejemplo, lo ha pedido gente que vive en Alemania, España, Suecia, Noruega, Suiza e Italia, aunque aún está recién publicado. Así que no me extraña que algún cubano que se dedique a la cría de camellos en Omán o a la de focas en Groenlandia lo adquiera. Y he pensado también en una edición en inglés.
¿Qué enseñanzas personales pueden extraerse de tus memorias para quienes viven dentro y fuera de la isla?
Los cubanos, tanto los que viven dentro de la isla como fuera, saben bien de lo que estoy escribiendo. Solo quiero que cuenten con unas vivencias muy breves y en un tono humorístico para que las digieran mejor y pasen un buen rato. Para los más jóvenes, puede ser atractivo leerse algo rápido, sencillo, ilustrado y que no sea un ladrillo que los intimide, de modo que se animen a aprender un poco de lo que vivimos los que estábamos allí y en esa etapa.

¿Qué sigue para ti como autor e ilustrador? Háblame de lo que tienes en mente para continuar esta historia.
Si hablas de una continuación, sí, tengo en mente una para la etapa de la adolescencia, pero será posterior a otro libro en el que ya estoy trabajando. Se trata de la reedición total y compilación de una tira cómica que imita la primera plana de un periódico y se llama Trampa (cualquier rima no es pura coincidencia). Aunque he subido ese material a la red, esta vez sería algo impreso, con ciertos cambios para hacerlo más legible, colores más atractivos y que sé que disfrutarán incluso más que Memorias, porque es un material que pide a gritos estar en versión impresa. Tendrá además un mayor número de páginas. Aparte de estos, estoy preparando otros proyectos: un volumen de caricaturas de personajes relevantes internacionalmente, otro sobre actualidad cubana. En fin, proyectos no faltan mientras Dios me conceda salud.
¿Te faltó algo que querías decir en el libro?
Siempre hay algo que uno pudo incluir y, sin querer, lo pasa por alto o está presionado por cuestiones de tiempo y trabajo.
Pero una cosa es importante: está dedicado desde mi corazón a los buenos cubanos que, sin rendir pleitesía a la tiranía castrista, han sabido poner el nombre de Cuba en alto, dondequiera que se encuentren. Otra cosa importante: deseo que a todos los defensores de la tiranía castrista que lleguen a tomarlo en sus manos, les siente como un enema de plutonio.



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