
¿Será que la gratitud por dádivas concedidas hace décadas es un cheque en blanco extendido a sus amos, para tener que aguantarles, sin chistar y aplaudiendo, todo lo malo que han hecho después y que es cada vez peor?
El teniente Armando Quesada ordenó quemar los muñecos del Guiñol Nacional relacionados con las tradiciones afrocubanas por considerar que eran “atraso, subdesarrollo, cosas de negros santeros”
CubaLibre17/07/2025 Luis Leonel LeónEl ya fallecido ensayista Ambrosio Fornet fue quien acuñó el término “Quinquenio Gris” para referirse a la represión contra los artistas e intelectuales en la década de 1970, un periodo nefasto para la cultura nacional.
Fornet utilizó por primera vez dicha expresión en enero de 2007, durante su intervención en un evento convocado por el también ensayista Desiderio Navarro con el beneplácito del Ministerio de Cultura, y con el que se pretendió zanjar la llamada “tormenta de los e-mails”.
Aquella tormenta, también llamada “guerrita de los e-mails”, fue provocada por la encomiástica presentación en la TV, en los programas Impronta y La diferencia (que conducía el cantante Alfredo Rodríguez), de Luis Pavón y Jorge Papito Serguera, los ejecutores de las políticas culturales de ese periodo, el primero como presidente del Consejo Nacional de Cultura (CNC) y el segundo como director del Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT).
Fornet, en su intervención en aquel coloquio, y en su intento por hacer un tardío control de daños, minimizándolos en lo posible y, sobre todo, eludiendo señalar de quién fue la principal responsabilidad, se quedó corto con lo de “quinquenio”.
Aquel oscuro período inquisitorial duró mucho más de cinco años. No concluyó, como pretenden algunos, en 1976, cuando el Consejo Nacional de Cultura fue reemplazado por el Ministerio de Cultura, con Armando Hart al frente: pasarían varios años más antes de que empezara a disiparse la oscuridad, a principios de la década de los 80.
Tampoco se inició en 1971, con el Congreso de Educación y Cultura y el Caso Padilla. Ya bastante antes, oscuros nubarrones se cernían sobre los escritores y artistas.
Antes de que los comisarios, irritados por el tono homoerótico del capítulo VIII de Paradiso ordenaran recoger de las librerías y convertir en pulpa la monumental novela de Lezama Lima; antes de que en 1968 se iniciara la ordalía contra Heberto Padilla y Antón Arrufat por sus libros Fuera del juego y Los siete contra Tebas, respectivamente; antes de que empezara a disparar de manera inmisericorde contra los escritores, desde las páginas de Verde Olivo, la revista de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, aquel ectoplasma estalinista que firmaba Leopoldo Ávila y que todavía no se sabe a ciencia cierta si era en realidad el teniente Pavón, José Antonio Portuondo o ambos a dúo.
Varios años antes de que en 1971 el teniente Armando Quesada ordenara quemar los muñecos del Guiñol Nacional relacionados con las tradiciones afrocubanas por considerar que eran “atraso, subdesarrollo, cosas de negros santeros”, ya otros personajes de la cultura oficial, imbuidos de “fervor revolucionario”, se erigían en inquisidores.
En octubre de 1963, una de las más estalinistas comisarias culturales del régimen, la escolásticamente marxista Mirta Aguirre, dictaminaba: “En manos del materialismo dialéctico, el arte puede y debe ser exorcismo, forma de conocimiento que contribuya a barrer de la mente de los hombres las sombras caliginosas de la ignorancia, instrumento precioso para la sustitución de la concepción religiosa del mundo por su concepción científica y apresurador recurso marxista de la derrota del idealismo filosófico”.
En 1965, una extremista recalcitrante y obtusa como Magaly Muguercia se creyó capacitada para decidir que el teatro cubano tenía que ser “obligatoriamente una expresión socialista”.
El escritor y folklorista Samuel Feijoo, el 15 de abril de 1965, para ponerse a tono con aquel comunicado de la Unión de Jóvenes Comunistas que chillaba “¡Fuera los homosexuales y los contrarrevolucionarios de nuestros planteles”, y anticipándose unos meses a las UMAP y seis años a la “Parametración” llevada a cabo por la Comisión de Evaluación del CNC a inicios de los 70, publicó en el periódico El Mundo un comentario titulado “Revolución y vicios”, en el cual sentenció:
“Este país virilísimo, con su ejército de hombres, no debe ni puede ser expresado por escritores y artistas homosexuales. Porque ningún homosexual representa la Revolución, que es un asunto de varones, de puño y no de plumas, de coraje y no de temblequeras, de entereza y no de intrigas, de valor creador y no de sorpresas merengosas. Porque la literatura de los homosexuales refleja sus naturalezas epicénicas, al decir de Raúl Roa. Y la literatura revolucionaria verdadera no es ni será jamás escrita por sodomitas… Destruir sus posiciones, sus procedimientos, su influencia. Higiene social revolucionaria se llama eso. Habrá de erradicárseles de sus puntos clave en el frente del arte y de la literatura revolucionaria. Si perdemos por ello un conjunto de danza, nos quedamos sin el conjunto de danza enfermo. Si perdemos un exquisito de la literatura, más limpio queda el aire. Así nos sentiremos más sanos mientras creamos nuevos cuadros viriles surgidos de un pueblo valiente”.
La cacería de brujas contra artistas e intelectuales alcanzaría su clímax a partir del discurso de Fidel Castro, en abril de 1971, en la clausura del Congreso de Educación y Cultura. Pero los escribas de la cultura oficial y algunos represaliados de ayer con el síndrome de Estocolmo, cuando hablan del Decenio Gris prefieren reducirlo a un quinquenio y no decir que la responsabilidad por aquella oscura y triste etapa fue de Fidel Castro, a partir de “Palabras a los intelectuales” en junio de 1961 y su remate, 10 años después, con el discurso de cierre con broche de plomo del Congreso de Educación y Cultura.
Luis Pavón, Papito Serguera, Armando Quesada y otros esbirros anticulturales, por muy extremistas que hayan sido, solo fueron los segundones con potestad limitada que, en cumplimiento de “las orientaciones de arriba”, se encargaron de la ejecución de aquellas aberradas políticas para meter en cintura y encarrilar “dentro de la Revolución” a artistas e intelectuales.
Publicado originalmente en Cubanet.
¿Será que la gratitud por dádivas concedidas hace décadas es un cheque en blanco extendido a sus amos, para tener que aguantarles, sin chistar y aplaudiendo, todo lo malo que han hecho después y que es cada vez peor?
A partir de aquel tiempo de ansias y esperanzas, que finalmente se vieron frustradas, Cuba y los cubanos ya no fueron los mismos
La Carta de los Diez significó el primero y mayor de los retos por parte de intelectuales que ha tenido que enfrentar la dictadura castrista. Los firmantes de la declaración fueron sometidos a todo tipo de represalias y acosos. Pero lo peor recayó sobre María Elena Cruz Varela
Luego de seis décadas de cultura domeñada, censuras y prohibiciones, los testaferros intelectuales del castrismo se han dado a la tarea de reinterpretar las Palabras a los Intelectuales para mostrar que la ordenanza del Máximo Líder dejaba bastante campo a la creación artística, siempre que fuera “dentro de la Revolución”
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