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Los mismos comisarios que habían llegado al ridículo extremo de considerar la guitarra eléctrica y el saxofón como “instrumentos imperialistas” y a sus intérpretes como “colonizados y penetrados culturales”, cambiaron de opinión respecto al jazz y permitieron tocarlo siempre que estuviera mezclado con la música cubana
CubaLibre08/06/2025 Luis CinoEl arte, en cualquiera de sus expresiones, para serlo de verdad, no puede estar supeditado a conveniencias ni intereses extra-artísticos. Prueba de ello es el daño hecho al jazz, que es la encarnación musical de la espontaneidad y la libertad, por la burocracia del comisariado cultural castrista, incluso cuando, luego de menospreciarlo y marginarlo durante años, supuestamente intentó reivindicarlo e impulsarlo, no sabiéndose cuál de las dos actitudes fue más perjudicial.
Fue lo que ocurrió, por ejemplo, con la Orquesta Cubana de Música Moderna. Luego de haber proscrito durante más de seis años la música norteamericana e inglesa, por considerar que era “la enajenante música del enemigo, vehículo de penetración ideológica”, en 1967 los comisarios comunistas que regían la cultura cubana decidieron crear una big band con permiso para tocar jazz.
Los mismos comisarios que habían llegado al ridículo extremo de considerar la guitarra eléctrica y el saxofón como “instrumentos imperialistas” y a sus intérpretes como “colonizados y penetrados culturales”, cambiaron de opinión respecto al jazz y permitieron tocarlo siempre que estuviera mezclado con la música cubana.
En una decisión centralizadora, a los directores Rafael Somavilla y Armando Romeu (que tuvo que abandonar la orquesta del cabaret Tropicana) les encargaron reunir a los mejores músicos del país para conformar lo que sería la Orquesta Cubana de Música Moderna. Para ello, fueron a buscar al pianista Chucho Valdés y al guitarrista Carlos Emilio Morales al Teatro Musical de La Habana; a Pucho Escalante, el percusionista Oscar Valdés y el baterista Guillermo Barreto a la Orquesta del Instituto Cubano de Radio y Televisión; al bajista Cachaíto López y a Luis Escalante a la Orquesta Sinfónica Nacional; y al saxofonista Paquito D Rivera y posteriormente al trompetista Arturo Sandoval a la banda de música de las FAR, donde cumplían el servicio militar obligatorio.
Los músicos de las orquestas desintegradas para formar la de Música Moderna –como las de Leonardo Timor, Tropicana y el Noneto de Pucho Escalante- la pasarían mal para conseguir empleo luego del cierre de los centros nocturnos durante la Ofensiva Revolucionaria de 1968. A algunos excelentes instrumentistas no les permitieron tocar en agrupaciones mediocres por considerarse que estaban “sobrecalificados” y a los que no tenían formación académica, por no encajar en la esquemática concepción burocrática de la comisión evaluadora que clasificaba la calidad de los músicos en A, B o C.
La primera presentación de la Orquesta de Música Moderna fue en junio de 1967, en un campamento agrícola en Guane. Unos días después actuarían en un abarrotado teatro Amadeo Roldán. Luego, grabaron un disco en la Empresa de Grabaciones y Ediciones Musicales (EGREM), que contenía entre otras piezas, Misa Negra, la más emblemática composición de Chucho Valdés, y una versión del One mint julep, de Ray Charles, que bautizaron como Pastilla de menta y tuvo enorme éxito.
La orquesta ensayó febrilmente para presentarse en el pabellón cubano de la Expo 67 en Montreal, pero finalmente, a varios de los mejores músicos de la orquesta no les permitieron viajar a Canadá porque temían que “desertaran”. Con Chucho Valdés, Paquito D’ Rivera, Cachaíto, Carlos Emilio Morales y Enrique Plá utilizaron el pretexto de que eran necesarios para integrar el Quinteto Cubano de Jazz y que “tuvieran tiempo para prepararse adecuadamente para representar a Cuba” en el Festival Jazz Jamboree que se celebraría en 1970 en Varsovia. A los trompetistas Lara y Varona y al trombonista Modesto Echarte, a quienes no les encargaron ninguna tarea en particular, nunca les explicaron las razones por las que no los dejaron ir a Montreal.
Al llegar el Decenio Gris, a los músicos de la orquesta les orientaron que tenían que “tocar de todo y no tanto jazz”. Aquella imposición los forzó a un repertorio cada vez más ligero, con poco o ningún margen para los solos y la improvisación jazzística, lo que se vio reflejado en el segundo disco de la orquesta, titulado “Cuba, que linda es Cuba”, donde todas las piezas eran versiones instrumentales de viejas canciones cubanas.
Cuando la Dirección de Música del Consejo Nacional de Cultura despidió a Paquito D Rivera, y Romeu y Somavilla se apartaron de la orquesta, esta quedó bajo la dirección de Germán Piferrer, convertida, a pesar de tener a muchos de los mejores instrumentistas del país, en una orquesta de variedades que acompañaba a cantantes de segunda o tercera categoría.
En su libro “Un siglo de jazz en Cuba”, el saxofonista, escritor y musicólogo Leonardo Acosta, comentó sobre la Orquesta Cubana de Música Moderna: “Fue una agrupación creada por disposición de un organismo estatal y pese a la probable buena intención de sus organizadores y al hecho real de que llenó un vacío en su etapa, afrontó los problemas que suelen aquejar a cualquier agrupación artística creada un poco artificialmente y que se ve tarde o temprano envueltas en cuestiones burocráticas que constituyen el polo opuesto al espíritu de las artes y más aún de una música como el jazz”.
Lo ocurrido con los festivales Jazz Plaza es otro ejemplo del perjuicio hecho al jazz por los burócratas decisores de la cultura oficial y su celo enfermizo por todo lo que no comprenden y escapa de su control.
Por iniciativa del cantante y multintrumentista Bobby Carcasés, los festivales se iniciaron en 1980 en la Casa de la Cultura del municipio Plaza (el otrora Lyceum & Lawn Tennis Club). Cuando el festival empezó a ganar aceptación y a recibir invitados internacionales, el Ministerio de Cultura le quitó la dirección del evento a la Casa de Cultura y se la encomendó a funcionarios burocráticos. Estos, amén de incurrir en errores organizativos que incumplían las programaciones, no tardaron en tomar decisiones desafortunadas como cobrar en divisa a los asistentes extranjeros e incluir en el festival a artistas que nada tenían que ver con el jazz.
Luego del esplendor de la década de 1980, cuando acudieron músicos como Dizzy Gillespie, Carmen McCrae, Richie Cole, Ronnie Scott, Max Roach y Roy Hargrove, entre otros, los festivales, luego del Periodo Especial, empezaron a languidecer. Pero, con más bajas que altas, se han mantenido hasta el presente.
Hoy, los más importantes jazzistas cubanos (Chucho Valdés, Paquito D’Rivera, Arturo Sandoval, Gonzalo Ruvalcaba) radican en el exterior. Pero a pesar de ello, en Cuba continúa haciéndose un buen latin jazz. Una muestra de la calidad y resiliencia de los músicos cubanos, que han logrado resistir a las obtusas políticas culturales castristas.
Publicado originalmente en Cubanet.
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