
Las consecuencias son devastadoras. Podemos verlo hoy en día en sociedades gobernadas férreamente por minorías vociferantes que convencieron a las mayorías silentes de que no hay nada que hacer, en África, Asia, América Latina e incluso en Europa
La meta es convertir los individuos en masa sumisa, suicida, sin auténticas ambiciones que trasciendan al Estado protector, cegador, silenciador. Hoy la socialdemocracia globalista es su más elevado escenario. Peligro mortal
Bogaciones14/05/2025El tiempo no sólo ayuda a ver mejor las cosas, a analizarlas y definirlas como realmente son. Esa, pudiera decirse, es la bendición del tiempo. Pero otras veces, como suele ocurrir, sobre todo en contextos represivos y épocas de dilatada oscuridad, el tiempo termina por distorsionar la memoria, la perspectiva y hasta los sentimientos.
La resignación –que más que contraria es enemiga a muerte de la resistencia– es quizás la mas peligrosa de las telarañas del tiempo. Su efecto secundario más resbaladizo, asfixiante, inmovilizador. Y lo mismo sucede a adultos y adolescentes, a familias y países. Una especie de neopandemia psicosocial ya no tan invisible.
Basta con examinar a Cuba en las últimas seis décadas. Todo ese tiempo envenenado, todo ese mal tiempo tan largamente vivido allí, ha sido uno de los más cínicos aliados del régimen impuesto en la isla caribeña a fuerza de manipulación, terror y agotamiento. Fórmula mortífera contra las explosiones e incluso las implosiones de una resistencia mal orquestada, vilipendiada y la que supuestos aliados han aplaudido pero dejado de la mano. Menuda opción, extremaunción en ocasiones, ha sido la de resistir en tal entorno. De cualquier modo, el camino a la sanación, a la salvación, sólo puede nacer en una resistencia genuina y sostenida.
Los cubanos que viven en la isla (y algunos que han logrado escapar, pero no despojarse del castrismo), arrastrando ese letargo, mal interpretado por gobiernos y ciudadanos del mundo, se han inventado un falso mecanismo de defensa muy parecido a una sonrisa extenuada. Una conga triste, pero conga al fin. Un gesto que se debate entre el discurso oficialista de isla sitiada, bloqueada, acosada por el “imperio yanqui”, y la “vida real” en la más longeva dictadura del hemisferio. Pero no solo sucede en Cuba, Venezuela y Corea del Norte. El peligro está en todas partes, aunque no solo haya contubernio para desenfocar estas señales en el horizontes, sino también, curiosamente, resistencia.
Uno de los principales andamios del socialismo (o el comunismo. En este punto casi que da igual el nombre o el apodo con que sus ingenieros se bauticen, o rebauticen) es su constante mercadotecnia, dentro y fuera de la pecera social.
A la autocracia habanera le ha convenido la imagen publicitaria “revolucionaria” de que los cubanos han escogido ser felices “a su modo” en medio de la miseria. Infomercial que han trabajado con gusto y con no pocos recursos (muchos más que los que dedica a las necesidades básicas del pueblo, o mejor, a las miserias básicas).
Esa idea, dicha con cara de débil consigna, de que a pesar de las terribles condiciones de subsistencia, del racionamiento y la destrucción de las libertades, el pueblo prefiere sobrevivir, vivir como indigentes del siglo XXI, que abandonar la supuesta “causa” de su revolución.
Invención promovida en Corea del Norte o en la URSS. Y es igual de triste que Occidente continúe legitimando esta falacia, lo mismo con aprobaciones que con silencio. La omisión es también un crimen. Y en el caso de los totalitarismos, un crimen de lesa humanidad.
Ahí están los criminales. Con nombres y apellidos. Recibidos mansamente por “democracias” como si fueran gobernantes legítimos. Y ahí están las víctimas, marchando cada amanecer al degolladero de su cotidianidad, escapando al exilio (a veces sin saberse o sin querer verse como los exiliados que son) o abandonadas cada noche al olvido.
No olvidemos que el olvido es otro cadalso, más sutil, pero igualmente “una fría máquina de matar” (como decía el guerrillero y carnicero comunista Ernesto Che Guevara) que tenían que ser los revolucionarios. Esos gendarmes del paraíso comunista que no buscan la igualdad sino el igualitarismo, impulsados no por el amor a su pueblo sino por el odio, la amargura, la envidia, el resentimiento.
“El odio es el elemento central de nuestra lucha. El odio tan violento que impulsa al ser humano más allá de sus limitaciones naturales, convirtiéndolo en una máquina de matar violenta y a sangre fría. Nuestros soldados tienen que ser así”, proclamaba Guevara, ídolo de Pablo Iglesias y sus compinches de Podemos (que a pesar de las derrotas siguen intentando maquillar un centímetro su discurso y de cimentar coalición como estrategia para escalar en el poder).
Cuba es un viejo ejemplo de sometimiento a golpe de desinformación, represión, adoctrinamiento, empobrecimiento material y espiritual. Sucedió primero en la Unión Soviética, escuela y cuartel general del comunismo. Y está pasando, aunque aún a una menor escala, en otros países como Venezuela. Venezuela es una nación invadida por el castrismo, que sí es un imperio. El más terrible y poderoso imperio del siglo XXI en las Américas. El “imperialismo yanqui” es una frase hueca, un imperio que flaquea. El imperialismo castrista, ese sí es un tumor maligno. Y como tal se mueve. Y se sigue ramificando mientras el pueblo se desvanece.
La destrucción económica y social, la asfixia de las instituciones civiles, la intervención de los poderes públicos por parte del poder ejecutivo (convertido en poder absoluto): son tácticas destructivas de la maquinaria totalitaria para atar de pies y manos a las sociedades donde logran sembrar sus proyectos, disfrazados lo mismo de nacionalsocialismo que de revolución social, comunismo, socialismo del siglo XXI, que incluso de socialdemocracias. Estas y otras etiquetas no son más que variaciones sobre un mismo tema. Burdas estafas para enmarañar un producto caduco que sigue contagiando.
Un siglo de dictaduras de izquierda y más de 150 millones de muertos. Tendríamos que haber aprendido que la única forma de acabar con estas células cancerígenas es destruyéndolas, sin escatimar, con acciones concretas. La palabra siempre será una bala imprescindible. Pero sólo con palabras es una batalla imposible, pues no se trata de un dialogo sino de una guerra. Algo que curiosamente no se acaba de asumir. ¿O acaso es esto lo imposible? Lo único que no lo eternizará será seguir pensando que no es imposible.
Y hay un daño aún peor que esa inmensa ruina material y espiritual, perceptible con sólo enfocar las expresiones (aunque se maquillen) de infelicidad en los rostros, las palabras y sentimientos de quienes malviven bajo estos sistemas. Hablo del mal de la resignación. Un mal de males. Quizás el mal de todos estos males.
El único progreso que trae el socialismo es su daño progresivo. Mas de dos décadas de castrochavismo han remolcado al venezolano hacia ese estatus terrible donde hoy se flagela con un coctel molotov de torpezas, ofuscaciones y complicidades, conscientes e inconscientes. El socialismo es una delirante confabulación del individuo en contra de sí mismo.
Los totalitarismos, poco a poco y echando mano a sus habituales carnadas, conducen a los ciudadanos a un estado de resignación contagiosa. La meta es convertir los individuos en masa sumisa, suicida, sin auténticas ambiciones que trasciendan al Estado protector, cegador, silenciador. Hoy la socialdemocracia globalista, distribuida y blanqueada en las redes sociales, es su más elevado escenario.
Vivimos dentro de un inmenso campo de concentración que ha revestido sus cercas de alambre de púas con pantallas 4K, luces LED y música electrónica, e incluso reguetón, que impulsa a multitudes a la guerra de sexos, razas, religiones, culturas, nacionalidades y, por supuesto, la anticientífica ideología de género, que es hoy la guinda del pastel. Peligros mortales con que se brinda cada día.
El rublo más pujante de los totalitarismos no ha cambiado: sigue siendo la producción en serie de autómatas. Simpáticos coristas que defiendan lo oportuno, u oportunista, de traducir la cobardía en conformismo y viceversa. Soldados, a veces intranquilos, que puedan debatir procedimientos pero jamás disentir de la esencia del discurso estatal, estatista, que les apresa la imaginación, las emociones. Que se limiten a aceptarlo, aplaudirlo, repetirlo, cantarlo, desfilarlo. La sinfonía de una ciudad cada vez más vulnerable, callada, deprimida, impotente.
Un coro resignado al suicidio lento, incluso apacible y hasta fiestero. Es el pataleo final de los ahorcados transformado en el festival mundial de la danza fúnebre. La profunda mueca de una calavera clonada una y otra vez, comprada en en línea una y otra vez, compartida, signada por un ejército de likes zombis.
Las consecuencias son devastadoras. Podemos verlo hoy en día en sociedades gobernadas férreamente por minorías vociferantes que convencieron a las mayorías silentes de que no hay nada que hacer, en África, Asia, América Latina e incluso en Europa
En 1884, a propósito de un notable ensayo del filósofo inglés Herbert Spencer, Martí escribió el artículo “La Futura esclavitud” que publicó en Nueva York. Nos dice muy muy claramente cual es su pensamiento acerca del socialismo, comunismo o colectivismo
Pretender que el progreso es una enérgica marcha hacia la igualdad y que implica “justicia social” para los preteridos y "empoderar” a los marginados, es una mentira tan grande como un templo
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