
Es en la persona de Alexander Solzhenitsyn donde se concreta la imagen arquetípica del disidente contemporáneo, el hombre que da voz al horror silente, el hombre que articula el relato de los que yacen en fosas comunes
Quiere mirar, como una especie de celador de conmociones, al ser humano tanto en su nerviosa colectividad como en sus soledades más concurridas
Bogaciones01/04/2023El artista William Osorio, nacido en Cuba en 1989 y radicado en Estados Unidos desde 2007, inauguró en marzo de 2018 Miami su primera muestra personal, Inside Out. El ensayo que sigue fue escrito para el catálogo de aquella exposición publicado por LnS Gallery.
En Inside Out William Osorio ha decidido retratar su vida. La que sus ojos inquietos perciben y guarda en ese lugar especial, intocado por muchos, donde la emoción y el análisis se juntan. Observando sus piezas a simple vista, pudiéramos hablar de un expresionismo renovado o redimensionado. Pero con él, prefiero pensar en un neoexpresionismo visceral.
No pretende retratar, aunque lo hace. Y lo logra como no puede hacer un fotógrafo tradicional. Sus piezas son retratos y a la vez no son retratos. Diría que se trata de deslumbramientos, dudas, temores, penas, ilusiones. Emociones en forma de retratos un paso más acá de la posvanguardia. A la búsqueda de su mirada no le es ajena ninguna de esas sempiternas sacudidas que viven en los grandes artistas. Pero su meta, piloteando en la cuerda floja de la pericia figurativa y el discurso abstracto, es ir otro paso adelante. Y lo consigue.
Su mundo es su pintura y su pintura es su mundo. Un retratista muy particular de la existencia. Abre su lente como un inmenso embudo para contar historias. Trovador de imágenes. En su obra está el deslumbramiento del hermano isleño ante el golpe visual de la extraordinaria urbe, la leyenda del abuelo que es la historia de su isla, la ternura sapiente de la novia, las victorias familiares, las derrotas de los héroes que nunca conoció, el deseo y el terror, el amor y el destino, su subconsciente palabrear con el pincel, con la yema de los dedos, con los puños. Y en todos ellos, sus ojos mirándoles, mirándose.
Dar testimonio. Sagrada labor de todo creador. Y mucho más si se trata, como Osorio, de un artista de lo insospechado. Los rostros que le deslumbran y obsesionan, son caminos inevitables en la pesquisa de respuestas al comportamiento humano. Nunca sabremos, a ciencia cierta, y quizás tampoco jamás lo sepa el propio Osorio, si él descubre esos rostros o si son los rostros quienes le descubren a él. A lo mejor él es el puente, incluso el pretexto.
Rastrea las avenidas de la identidad a través de las complejidades del comportamiento humano, tanto en sus expresiones individuales como colectivas. Y se ha lanzado a esta peripecia, juntando a los monstruos de la razón y de los sentimientos, luego de entrar en contacto, y asumir los retos que conlleva, con las teorías del psicoanálisis de Sigmund Freud, la estructura de la identidad y los conceptos fundamentales con los que argumenta el mapa y el funcionamiento psíquico humano: el ello, el yo y el superyó.
En esta serie se embarca a explorar no solo su identidad sino un laberinto de identidades. “El comportamiento humano y las cuestiones socioculturales que me rodean influyen en mi trabajo”, ha advertido. Quiere mirar, como una especie de celador de conmociones, al ser humano tanto en su nerviosa colectividad como en sus soledades más concurridas. No en balde ha reconocido sentirse influido a la vez por Francis Bacon, Gerhard Richter, Eric Fischl, Jenny Saville y Adrian Ghenie.
Otra referencia teórico-literaria es Psicología de las masas de Gustave Le Bon. Este libro llamó sobremanera la atención de Osorio al ponerle delante algunas de las características de la psicología de las masas: “Impulsividad, irritabilidad, incapacidad para razonar, la ausencia de juicio del espíritu crítico, la exageración de sentimientos”.
Hay una afirmación del francés que cautivó al pintor: “Un individuo inmerso por un tiempo en un grupo pronto se encuentra a sí mismo –ya sea como consecuencia de influencia magnética de la muchedumbre o por alguna otra razón que desconocemos– en un estado especial, que se asemeja mucho a un estado de fascinación en el que el individuo hipnotizado se encuentra a sí mismo en manos del hipnotizador”. Osorio ha manifestado que partiendo de estas ideas hace un trabajo de observación en su entorno: “Analizo la conducta cultural y social de los que me rodean, además de la propia, traduciendo al campo visual dichos comportamientos”.
Va en búsqueda del rostro multiespectral que es el ser humano. Una aventura quizás imposible. Pero sin duda una de las más humanas aventuras. Por eso se siente tan cómodo trabajando lienzos de grandes dimensiones, donde aplica, con más libertad que de costumbre, corpulentas capas de pintura, creando así formas y texturas en las que el volumen se vuelve a la vez un elemento escultórico.
Cada pieza de Osorio está marcada por su choque con una emoción, o con más de una. Pero su arte, si bien nace de la búsqueda del porqué de esas emociones, no se queda ahí, en la mera representación del impacto. Es un artista al que le interesa encontrar sus respuestas. Su creación es hija de la diáspora, del hallazgo lúcido del éxodo, del reconocer su identidad más visceral para redimensionar su mirada. Siempre será un placer hallar un creador que trascienda los límites escenográficos de su identidad, pues más allá de los temas y las formas, pocos lo consiguen.
Quienes se expongan ante sus piezas podrán contemplar el intenso diálogo entre la mente del creador y sus emociones. Y quienes las adquieran, esos privilegiados de contemplarlas en diversos instantes de la vida, más allá de disfrutar de la destreza y la imaginación del artista, podrán comprobar de dónde nace el arte de William Osorio, sus universos creados y los aún por crear.
La culpa, una vez más, la tienen quienes se aventuran a historiar el arte. A Luisa Lignarolo y Sergio Cernuda, y a su galería, les agradezco esa sacra misión que es celebrar la belleza y el talento. Y algo muy importante, dar fe de su compromiso visceral con estas emociones que hoy nos retratan. Con las piezas de Osorio. Con los ojos de todos.
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