El sucesor de Raúl Castro dijo que que debido al gran impacto que tiene el reguetón en “segmentos cada vez más amplios del país”, el régimen no puede mantenerse al margen, sino que debe influir en sus creaciones y sumarlos a “la política cultural de la Revolución”
Cómo se vivió en Cuba la revolución ciudadana del 11-J
Se desató una cacería humana por toda la isla. Fueron detenidas más de 1,300 personas y cerca de 400 detenidos enjuiciados y sancionados con largos años de prisión por haber ejercido el derecho a manifestarse
CubaLibre13 de julio de 2024 Iván García (Desde La Habana-Diario Las Américas)Diez de la mañana del domingo 11 de julio de 2021. San Antonio de los Baños, poblado a cuarenta minutos en automóvil del centro de La Habana. Cientos de personas marchan por la calle principal gritando consignas contra el gobernante y reclamando libertad.
Muchos grababan con sus teléfonos móviles la protesta de ciudadanos iracundos. Pero a Yoan de la Cruz, 21 años, se le ocurrió transmitir por Facebook Live la marcha. “Vamos a caminar to’el mundo. Vamos a caminar poripallá. A gritar to’el mundo. Ahí, cojones”, se escuchó decir en el video. De pronto entra en pánico. Y borra el audiovisual. Pero ya era tarde. Miles de personas en Cuba y en el extranjero ya lo habían compartido. Antes del mediodía el video era viral.
Ese y otros videos generaron, por efecto dominó, que en más de 50 ciudades del país miles cubanos salieran a la calle a protestar contra el régimen. Cuenta el periodista independiente Darío Alemán Cañizares en el sitio digital Yucabyte, que Yoan presagió lo que le pasaría.
“Creo que me van a meter preso, mamá”, dijo Yoan de la Cruz cuando entró a casa nervioso, y de un tirón cerró la puerta. La madre, Maribel, intenta calmarlo. “A nadie lo meten preso por hacer un video”. No se equivocó Yoan. El viernes 23 de julio, a las cinco de la tarde, la patrulla número 151 se estacionó frente a su casa.
“Coge tu celular y monta”, ordenó uno de los policías. Yoan obedeció sin resistirse. Durante doce noches, había vivido esa escena, una y otra vez, en su cabeza. Tres meses después la Fiscalía lo acusó por presunto desacato y le pidió ocho años de cárcel. El único delito de Yoan fue grabar una manifestación que apenas estuvo dos horas en Facebook. Tiempo suficiente para que prendieran las protestas en contra de la dictadura por todo el país.
La noche anterior al 11 de julio, Reinaldo, un practicante de la santería, ofreció una misa en la cuartería donde reside por la Esquina de Toyo, municipio Diez de Octubre, al sur de La Habana. La ciudadela es una laberíntica favela donde las aguas albañales de cañerías rotas corren por el pasillo central. La mayoría de las más de sesenta familias que allí viven son negras o mestizas y pobres a rabiar.
En el solar, muchos se ganan la vida con 'lo que se cae del camión', o sea, con lo que aparece o 'inventan'. Lo mismo se vende comida robada de los almacenes estatales de víveres en Luyanó que el bolitero de la ilegal lotería recoge abiertamente las apuestas y canta en voz alta los números. Reinaldo, recuerda que con una parte de los cien mil pesos que ganó en la bolita, organizó una velada de santería con abundante ron, cánticos religiosos y tambores.
“El patio central del solar estaba repleto de personas. La puerta de mi casa estuvo abierta para cualquiera. Repartí dulces a los niños y comida para todos. Era una etapa durísima en medio de la pandemia donde cada día fallecía de COVID un amigo o conocido. Sobre las doce de la noche, algún chivato de la zona llamó a un carro de patrullero. Me amenazaron que si no paraba la fiesta me iban a detener. Se armó una bronca y mi hijo apagó la música. En cuanto se largaron volvió a sonar el cuero. Nos acostamos a la seis de la mañana”, recuerda Reinaldo.
Cerca de la una de la tarde, rememora, lo despertó su esposa y le dijo: “Rey, la gente se está tirando a la calle a protestar”. Y le mostró videos de las protestas en San Antonio de los Baños, Palma Soriano, Santiago de Cuba y Cárdenas, en la provincia de Matanzas. Reinaldo sentía un dolor de cabeza terrible de la resaca tras beber gran cantidad de ron. Ya los vecinos del solar habían comenzado a sonar los calderos y gritar Libertad y Díaz-Canel singao.
“Un vecino sacó altavoces al patio central del solar y a todo volumen puso la canción Patria y Vida. Un mar de gente bajaba por la Calzada de Luyanó gritando consignas en contra del gobierno. Los que vivían por las barriadas de Tamarindo, Santos Suárez y Jesús del Monte de manera espontánea se tiraron pa’la calle", cuenta Reinaldo.
Y aclara que en un principio la policía y los agentes de la Seguridad del Estado observaban las protestas sin intervenir. “Es mentira del gobierno que acá en la esquina de Toyo las protestas en sus inicios fueron violenta. Al contrario. No sé de dónde salía tanta. Yo creí que esto (el régimen) se caía. El pueblo estaba en su salsa. Gritando 'Abajo a la dictadura' con banderas cubanas. Quienes comenzaron la violencia fueron los sicarios de la policía”, afirma Reinaldo.
“Sobre las tres de la tarde, muchos vecinos contaban que camiones de las tropas antimotines y jeeps artillados con boinas negras se concentraban en la Vía Blanca, para que los manifestantes no pudieran pasar rumbo al Capitolio, hacia donde querían dirigirse. Vi a dos o tres policías amenazando a punta de pistola a varias personas que protestaban. Ahí fue cuando se armó el jaleo. Un muchacho se abrió la camisa y le dijo al policía que si tenía cojones le tirara en el pecho. El tipo cancaneó y la gente le fue pa’rriba y lo desarmaron. Le comenzaron a tirar piedras y decenas de policías y segurosos huyeron aterrados. Fue entonces que sucedió lo que el mundo ha visto en la foto: un grupo de manifestante volcaron dos carros de patrullas y un Moskovich de color azul de un oficial de la Seguridad y ondeando la bandera comenzaron a gritar Libertad. Esa imagen jamás la voy a olvidar”, concluye Reinaldo.
A pocas cuadras del solar, cercano a la Esquina de Toyo, Osiris José Puerto Terry, 49 años, trabajador por cuenta propia residente en Santos Suárez, pasada las nueve de la mañana salió con su bicicleta y una nevera artesanal a vender bocaditos de helado. “Cuando terminé de trabajar, sobre las cuatro y media, me senté con unos vecinos que viven en la Calzada de Diez de Octubre entre Pamplona y San Nicolás, a tomarme unos tragos de ron. Ya para esa hora en la calzada y sus alrededores, una multitud de ciudadanos protestaba contra el gobierno. Al poco rato llegó una caravana de camiones de la policía antimotines y comenzaron a cerrar las calles de la zona, de arriba hacia abajo, hasta la Esquina de Toyo. Los oficiales de la policía nos ordenan que entráramos en un pasillo”, relata Osiris.
“En ese momento se suceden enfrentamientos entre la oleada de personas que protestaban y la policía que les impedía pasar. Aquello era un campo de batalla. Volaban las piedras de un lado a otro. Eso duró unos treinta o cuarenta minutos, hasta que los manifestantes retroceden por la carga policial y personal afín al gobierno. Sobre la cinco de la tarde, con todas las calles llenas de piedra y los latones de basura virados boca abajo, voy camino a mi casa, a pocas cuadras de donde estaba compartiendo con mis amigos. Dejo el celular y la bicicleta en casa de un vecino, pues la cosa estaba caliente. En la esquina de Santa Emilia y Diez de Octubre había un grupo de manifestantes, cruzo la acera a la acera enfrente para, bordeando los portales, dirigirme a mi casa”, evoca Osiris.
“Cuando voy a cruzar la calle, viene un grupo de policías que estaban disparando con armas de fuego a la población. Me escondo detrás de una columna y un oficial me hace un primer disparo, que rebota en la columna. Un vecino me abre la puerta del edificio donde intentaba buscar refugio. Cuando voy a entrar, el policía hace un segundo disparo que me impacta en el pie derecho, arriba de la tibia, casi llegando a la rótula de la rodilla. Me caigo en el piso, no puedo pararme, pero el oficial realiza un tercer disparo que me da en la espalda. Comienzo a pedir auxilio. Una vecina del edifico sale y dice: ‘Es Osiris el que está tirado allí’. Entonces, bajo la balacera, dos hombres me socorren, me dan los primeros auxilios y me llevan adentro del edificio”, explica Puerto Terry.
“Estaba soltando mucha sangre por la espalda y un dolor como si me quemara. Coquín, como le dicen al vecino que me socorrió, me tapa la herida y me monta en un carro y me lleva al hospital Calixto García. Antes de entrar al hospital, los policías que estaban allí me dieron golpes, y cuando llegan los médicos y cirujanos del grupo número cuatro que ese 11 de julio estaba de guardia, le preguntan: ‘¿Van a salvar al contrarrevolucionario ese?'. Me operan de urgencia. Hice una neumotórax del lado izquierdo que me afectó la respiración. Tuvieron que abrirme el abdomen, algo que se suele hacer cada vez que hay tiros en la espalda para ver si hubo algún órgano afectado. Entré al salón de operaciones a las seis y media de la tarde del 11 de julio y me bajaron a las ocho y media de la mañana del lunes 12 julio”, recuerda Osiris.
“El proyectil de la pierna derecha entró y salió. El de la espalda no lo pudieron extraer. Aún tengo la bala alojada en la costilla derecha. En el hospital me dieron de alta el 11 de agosto, un mes después. Desde el primer momento hice la denuncia, entregué tres documentos, a la policía, fiscalía y Consejo de Estado, exigiéndoles que reconocieran la responsabilidad civil por todos los daños que me ocasionaron. Estando aún convaleciente tuve que ir cuatro veces a 100 y Aldabó y a la Fiscalía Militar. Después que hice ese proceso con un abogado, la fiscalía me entrega un documento donde ponen que esos dos suboficiales que me hirieron estaban haciendo su trabajo”, acota Puerto Terry.
“Yo le dije a las autoridades que esos dos suboficiales no fueron los que me dispararon. Que eso es mentira. A mí me disparó un capitán de la policía especializada. En la respuesta que da la fiscalía, cinco meses después del suceso, ponen delitos de lesiones. Tres disparos de arma fuego no son lesiones, es un asesinato”, señala Osiris, inconforme con el sumario. Sus reiterados intentos para que se haga y lo indemnicen, ha suscitado el acoso de la Seguridad del Estado. Ha pasado de víctima a acusado.
Osiris José Puerto Terry, 49 años, trabajador por cuenta propia baleado en manifestación en Cuba.
Rolando Rodríguez Lobaina
“Desde hace dos años y seis meses, tengo un seguimiento por la contrainteligencia militar y la unidad policial de Aguilera, ubicada en la barriada de Lawton, municipio Diez de Octubre. Todos los días siete de cada mes debo presentarme con mi esposa al sector policial y firmar un acta de compromiso de que no me voy a meter en política, no voy a dar problemas y otra serie de cosas. En las fechas que la Seguridad del Estado determine, tengo que estar tres o cuatro días sin salir de mi casa. Cuando me citaron en Villa Marista (sede de la policía política) el oficial que me atendió quiere que yo no diga que a mí me tiraron tres tiros estando indefenso y sin haber ofrecido ninguna resistencia. ¿Por qué no voy a decir la verdad? Decir la verdad no es ningún delito. Ya me cansé de tantas arbitrariedades. Quiero que se haga justicia”, pide Osiris Puerto Terry, uno de los manifestantes heridos el 11 de julio con arma de fuego por fuerzas policiales.
Al día siguiente, 12 de julio, durante las protestas populares en La Güinera, municipio Arroyo Naranjo, un oficial de la policía ultimó a balazos a Diubis Laurencio Tejeda, 36 años, quien se encontraba desarmado. Yolanda, ama de casa, comenta que “las manifestaciones en La Güinera eran pacíficas. Trajeron camiones cisternas para reprimir y boinas negras con armas largas. Desplegaron tropas antimotines con la misma parafernalia que usan en países del primer mundo mientras en Cuba la gente se moría de COVID por falta de oxígeno y pasábamos tremenda hambre. Por ambos lados de la calle desfilaron los antimotines y una flota de drones volaban por la zona para intimidarnos”.
Yoel Misael Fuentes, que entonces tenía 16 años, en la tarde del 12 julio al ver la multitud y los gritos se acercó al epicentro de las protestas en La Güinera y recibió una herida de bala de un oficial policial en la rótula de su pierna derecha. "Para dispersar la manifestación, la policía disparó todo el tiempo contra manifestantes desarmados”, dijo a Diario de Cuba, Janoi Ceballos, el padrastro de Yoel.
Las multitudinarias protestas en diversas regiones del país provocaron una represión sistemática. Se desató una cacería humana por toda la isla. Fueron detenidas más de 1,300 personas y cerca de 400 detenidos enjuiciados y sancionados con largos años de prisión por haber ejercido el derecho a manifestarse, contemplado en la Constitución.
A cualquier cubano que usted le pregunte recuerda con precisión qué estaba haciendo el 11 de julio de 2021. Fue el origen de una auténtica revolución ciudadana. Ese día el pueblo de Cuba entró en la lista de enemigos de la dictadura militar que gobierna el país desde 1959.
Cortesía de Diario Las Américas (DLA), medio donde el periodista independiente Iván García publica semanalmente su columna Desde La Habana. Gracias al autor y a Iliana Lavastida, directora ejecutiva de DLA.
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