Leonard Cohen: su viaje a Cuba, el cumpleaños de Hallelujah y su muerte

Como Cohen también vestía de miliciano, pensaron que era un desertor o un espía. Lo llevaron a una oficina, custodiado por un militar. Pero aprovechando un descuido del guardia, escapó y logró abordar el avión

Autores15 de julio de 2024 Luis Cino
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Cortesía www.leonardcohen.com

Un hecho poco conocido es que el célebre cantautor canadiense Leonard Cohen estuvo en Cuba. Solo que en 1961, cuando vino, aún no era cantante —su primer disco, Songs of Leonard Cohen, lo grabó en 1967— ni famoso.

En 1961, Cohen era un poeta de 27 años que había publicado en 1956 su primer libro, el poemario Let us compare mythologies y estaba a punto de publicar el segundo, The spice-box of earth.

Cohen, ansioso de aventuras y con veleidades socialistas, se sentía deslumbrado por la revolución de Fidel Castro. Además, luego de leer lo que Federico García Lorca, su poeta favorito, había escrito sobre Cuba tras su estancia de dos meses en 1930, Cohen estaba deseoso por conocer la isla caribeña.

De nada sirvieron las advertencias de que, debido a las tensiones entre Estados Unidos y el régimen de Fidel Castro, era un mal momento para viajar a Cuba. Por el contrario, la posibilidad de que hubiese un conflicto bélico estimuló en Cohen el deseo de viajar.

El 30 de marzo de 1961, Cohen voló de Montreal a Miami y de allí a La Habana. 

Alojado en el Hotel Siboney y asiduo de La Bodeguita del Medio, Cohen, en un derroche de esnobismo revolucionario, andaba por la Habana Vieja exhibiendo la barba a lo Fidel Castro que se había dejado crecer, vistiendo un atuendo similar al de los milicianos (boina y pantalón verde olivo y camisa kaki) y llevando siempre en el bolsillo una libreta de anotaciones.

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Del esnobismo a la desilusión 

No tardaría mucho Cohen en lamentar su viaje de turismo revolucionario. La Cuba que encontró, militarizada, preparándose para la guerra (se hablaba de la inminencia de una invasión) y donde ya se hacía sentir el deterioro y la escasez, era muy distinta de la descrita por Lorca.

Cuando viajó a Varadero, Cohen fue arrestado por una patrulla de soldados a quienes se les hizo sospechoso aquel miliciano que hablaba en inglés y al que tomaron por un espía norteamericano. Pero Cohen logró convencerlos de que no era norteamericano sino canadiense, socialista y simpatizante de Fidel Castro. Finalmente lo dejaron ir.

El 15 de abril se avivaron las ansias de aventuras de Cohen cuando fueron bombardeados los aeropuertos de Ciudad Libertad, San Antonio de los Baños y Santiago de Cuba, en lo que fue el preludio de la invasión de Bahía de Cochinos.

Dos días después, ya iniciada la invasión, un funcionario de la embajada canadiense fue a buscar a Cohen al hotel y lo llevó a ver al vice-cónsul, quien le comunicó que su madre, que estaba muy alarmada por las noticias que recibía de Cuba, había pedido que lo localizaran y lo ayudaran a retornar a Canadá.

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Cohen permaneció en Cuba hasta el 26 de abril. Ese día, en el aeropuerto José Martí, al fin consiguió vivir una aventura. 

Cuando estaba en cola en la puerta de partida, fue arrestado. A los funcionarios que registraron su equipaje se les hizo sospechosa una foto que se había hecho con dos milicianos frente al Capitolio Nacional. Como Cohen también vestía de miliciano, pensaron que era un desertor o un espía. Lo llevaron a una oficina, custodiado por un militar. Pero aprovechando un descuido del guardia, escapó y logró abordar el avión.

Cohen confesaría después su desilusión con el régimen de Fidel Castro. Explicó que sus opiniones políticas cambiaban frecuentemente, máxime cuando era joven, y que la atracción que sintió en cierto momento por las ideas comunistas fue pasajera, nunca apasionada, y muy similar a la que sintió por las ideas mesiánicas en la Biblia.

Durante los 26 días que estuvo en Cuba, Leonard Cohen escribió cuatro poemas, y trece años más tarde, en 1974, las experiencias de aquel viaje le inspiraron la canción que irónicamente tituló “Field Commander Cohen”, contenida en el álbum New skin for the old ceremony, y que dio nombre a su gira de 1979.

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Halleluyah está de cumpleaños 

Screenshot 2024-07-11 at 11.54.20 PMCortesía www.leonardcohen.com 

En este 2024, Halleluyah, la más emblemática canción de este cantautor, poeta y novelista, cumple 40 años.   

“Halleluyah” y “Suzanne”, otra bellísima canción de amor de su primer disco, Song of Leonard Cohen, de 1967, son las más conocidas de las canciones de Cohen. Pero Halleluyah ha sido la más versionada y trascendente.  

Grabada en julio de 1984, para el álbum Various positions, el octavo disco de Leonard Cohen, hay alrededor de 300 versiones de “Hallelujah”. Ha sido interpretada, entre otros, por Bob Dylan, Jeff Buckley, Willie Nelson, Bon Jovi, Neil Diamond, Judy Collins, K.D. Lang, Jennifer Warnes, Bono, John Cale, Justin Timberlake, Nick Cave y Rufus Wainwrigth. Además, ha sido utilizada en decenas de películas, documentales y seriales de televisión.

Según Cohen, que se quejaba de que “Hallelujah” fue cantada por demasiada gente, tuvo la canción cinco años dándole vueltas en la cabeza antes de decidirse a grabarla. El tema tenía dos finales que Cohen utilizaba indistintamente en sus conciertos. Uno decía: “It’s not somebody who’s seen the ligth/ It’s a cold and it is a broken halleluyah” (“No es alguien que ha visto la luz/ Es un frío y roto aleluya”). Y el otro, que era el preferido por Dylan: “Even tough it all went wrong/ I will stand before the Lord of Song/ with nothing on my tongue but Halleluyah” (“Aunque todo salió mal/ me pararé ante el Señor de la Canción/ con nada en mi lengua/ solo aleluya”).

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Cuando le preguntaban a Cohen sobre el sentido de la canción, explicaba que ante conflictos y situaciones imposibles “hay un momento en que abres la boca y los brazos y solo dices: ¡Aleluya! ¡Bendito sea su nombre!”.

El periodista Brian Appleyard, en el Sunday Times, consideró a “Halleluyah” como “un himno multipropósito ecuménico-secular”, y la revista canadiense MacLean la describió como “lo más parecido en la música pop a un texto sagrado”.         

Para disgusto de Cohen, Columbia Records se negó a publicar en los Estados Unidos Various Positions. Consideraba que ese disco de Leonard Cohen, que no era un cantante de multitudes, no tenía perspectivas en el mercado norteamericano y daría pérdidas.

Various Positions no sería publicado en Estados Unidos hasta enero de 1986, cuando lo lanzó Passport Records, una pequeña disquera independiente.

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¿Qué puede hacer la muerte con el poeta?

Hace casi 8 años, el 12 de noviembre de 2016, a propósito de la muerte de Cohen, a los 82 años, publiqué estos párrafos finales en Cubanet: 

En estos tiempos de cancioncillas banales, de voces distorsionadas por Autotune y musiquilla chákata-chákata-bum-bum hecha por impostores sin gusto y que ni siquiera saben tocar un instrumento musical, se cumple inexorablemente mi pesadilla de un mundo que se va quedando, entre otras tantas cosas vitales que va perdiendo, también sin cantores-poetas. Se extinguen los autores de canciones geniales, sencillas pero hondas, capaces de conmovernos sin melodrama, y que de tan universales, sean eternas. Como Sad-eyed Lady of the Lowlands, de Bob Dylan, Gracias a la Vida, de Violeta Parra, Aquellas pequeñas cosas, de Joan Manuel Serrat, Le meteque (El extranjero), de Moustaki. O Suzanne, de Leonard Cohen.

Suzanne fue la la primera canción que escuché de Leonard Cohen, allá por 1970, cuando era un adolescente y aun no sabía inglés. Es una de las canciones de amor más bellas que haya escuchado jamás. Permítame citarle unos versos de dicha canción  –perdonen mi traducción- y me dirán si exagero:

“Suzanne te lleva a su casa cerca del río/ puedes oír los barcos que pasan/ puedes pasar la noche a su lado/ y sabes que está medio loca/ pero es por eso que quieres estar allí/ y ella te alimenta con té y naranjas de China/ y en el momento en que vas a decirle/ que no tienes amor para darle/ te abraza y deja que el río conteste/ que tú siempre has sido su amante./ Y quieres viajar con ella/ y quieres viajar a ciegas/ sabes que ella siempre confiará en ti/ porque tú has tocado su cuerpo perfecto con tu mente”.

Como Suzanne, Leonard Cohen escribió varias decenas de canciones-poemas bellísimas, donde se podía sentir la influencia de Whitman, Yeats y Lorca, sobre el amor, la religión, la soledad del individuo, los problemas sociales. Las interpretaba con su guitarra española, generalmente con un acompañamiento minimalista, justo el preciso, en un tono pesimista, que a veces, cuando se refería a las miserias humanas, se tornaba casi lúgubre. Eran el resultado de sus experiencias, de sus amores y desamores, de sus viajes por el mundo, incluida su estancia de cinco años en el monasterio zen de Mount Baldy, California.

Me acuerdo ahora de amigos que  seguramente sienten hoy la misma tristeza que yo. Como Marta Cepeda y Agustín Gordillo, en cuya casa de Alta Habana escuché por primera vez los discos de Leonard Cohen, y que volvería a escuchar, 25 años después, en su casa en Miami Springs, mientras me contaban que en el año 2009 al fin habían cumplido su sueño de estar en un concierto del "maestro", que duró casi tres horas y donde cantó como Dios, si es que Dios canta. Como allá en España, el fraterno colega Miguel Iturria y su esposa Ángela Aznar, una valenciana libertaria y amante de la poesía, para quien las canciones de Leonard Cohen significaron mucho en una etapa importante de su vida, y que por considerarme su alter ego masculino y caribeño, me regaló El Libro del Anhelo (The Book of Longing), uno de los títulos que más aprecio de mi biblioteca.

Pero, ¿por qué esta tristeza? ¿Qué puede hacer la muerte con artistas como Leonard Cohen? Ellos nunca se van: queda su obra.

Después de todo, Leonard Cohen, en uno de sus poemas, uno de los más cortos, por cierto, para ilustrar una de sus auto-caricaturas, nos había advertido que no se quedaría toda la función. El tiempo que estuvo, y el provecho que le sacó y le sacamos los que disfrutamos su arte, fue más que suficiente.

Edición de dos textos publicados orginalmente en Cubanet. 

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