
Es en la persona de Alexander Solzhenitsyn donde se concreta la imagen arquetípica del disidente contemporáneo, el hombre que da voz al horror silente, el hombre que articula el relato de los que yacen en fosas comunes
Es en las excluyentes latitudes de la creatividad y el emprendimiento donde se ha resuelto la ecuación, pero solo en parte, la parte material. En la calle, los seres humanos siguen matándose en sus discrepancias, tal como lo hizo el ser humano tribal
13/06/2024 Andrés R. RodríguezActualmente grandes sectores sociales padecen de “progresismo” y “buenismo” y pretenden que progreso implica “empoderar” a las retaguardias y “hacer justicia social” desde la política, que ahora implica enormes burocracias empoderadoras. Pero no son los políticos Robin Hood, ni gobiernos mastodontes los que crean recursos y los hacen accesibles a grandes capas de la población.
La realidad es que ciencia, tecnología e industrialización, son las que han permitido forjar y repartir la enorme creación de riquezas del siglo XX, y ello se deriva de una muy selectiva sinergia positiva entre los más inteligentes de los seres humanos, no de políticos, ni de abogados, ni progresistas, ni izquierdistas o derechistas, ni igualitaristas, ni monárquicos. Es en las excluyentes latitudes de la creatividad y el emprendimiento donde se ha resuelto la ecuación, pero solo en parte, la parte material. En la calle, los seres humanos siguen matándose en sus discrepancias, tal como lo hizo el ser humano tribal.
Las ideas de Rousseau y toda una cohorte de tontos útiles o mediocres intelectuales cotorrones, en nombre de que todos somos buenos han mellado el poderío cultural de occidente (Europa y sus retoños: Norte, Centro y Sudamérica, Australia, Nueva Zelandia, Sudáfrica, Hong-Kong y otros). Occidente cede terreno ante China y Rusia, ancestrales culturas militaristas, evidentes o solapados imperios belicistas, absolutistas y autoritarios.
Es en nombre de un nuevo orden mundial, que los buenos quieren hacer funcionar al mundo y nos llevan abajo, a un viejo desorden territorialista. Sorprendentemente, también grupos humanos que quedaron atrás culturalmente (África, países musulmanes), invaden los buenistas países industrializados, amenazan con bombas demográficas la viabilidad de la cultura europea, disfrazan de justicia distributiva su mediocridad y pura envidia a todo lo que muestre excelencia y empuje.
La concepción de progreso social fue un gran salto conceptual con respecto al criterio previo de sociedades estáticas, creadas alguna vez por un nebuloso demiurgo, que se adora. Eran sociedades que no se concebían evolucionando. Hoy esa concepción es periférica, sería muy ilógico no concebir el cuerpo social como progresivo y evolutivo. Típicamente, la intelectualidad occidental en pleno acepta que se tiende al progreso, aunque se vean remanentes religiosos a los que les cuesta trabajo aceptar el concepto de evolución.
Pero la idea de progreso se ha desvirtuado y hasta hecho políticamente cancerígena cuando se pretende que automáticamente progresamos y todo cambio es aceptable. Progreso es constante lucha contra el regreso, del mismo modo que la vida es equilibrio entre anabolismo (constructivo) y catabolismo (destructivo).
El empoderamiento no es el efecto de poetas, filósofos, sociólogos, políticos bondadosos ni de pensadores verborreicos. Es una consecuencia de la Revolución Industrial. Se trata en realidad de Industrialismo (superar la productividad medieval del artesano) y Capitalismo (trabajo individual duro, acumulación de capital, castigar las opciones menos productivas y premiar la inventiva).
Lo que ha ocurrido socialmente en el submundo occidental, desde el siglo XVIII a la fecha, en parte se debe a la capitalización (lo que normalmente llamamos “el capitalismo”), pero más se debe a la industrialización, la cual se basa en estructuras grupales muy selectivas y aristocráticas. Así es la forma en que se trabaja en ciencia y tecnología. Es una búsqueda constante de talento y genio, de innovación, sin miedo a lastimar segundas y terceras opciones.
El método científico implica una feroz búsqueda de la verdad. Y la información se transmite con números, fórmulas, algoritmos, no solo mediante la palabra, que puede acarrear inexactitudes y mentiras. Ese es uno de los problemas de las humanidades y todas esas teorías bonitas en el papel o el discurso, pero inviables en la vida real. Porque la naturaleza tiende a la diversificación, no hacia la igualdad.
Entre científicos, médicos o ingenieros, nadie pretende la igualdad. Todos se esfuerzan por ser mejores individualmente y ocupar un nicho compitiendo. Cada uno debe mostrar determinado talento, y todo se organiza para cultivar la innovación, dejar emerger al genio, dejarlo que haga cosas fuera de lo común. O al menos ser tolerantes con “los locos” (de ahí el cliché del nerd o el científico loco, despeinado y entretenido).
Podemos decir, entonces, que si la Industrialización ha sido el motor de la modernidad, el progreso actual se debe a los métodos super selectivos y hasta aristocráticos, que son propios de la ciencia y la ingeniería, creadas y funcionales en sociedades industriales.
No se puede estructurar una sociedad (un contrato social) pretendiendo que somos una masa coloidal de iguales y que el sistema educativo tiene como función igualarnos (“primero pasará por el ojo de una aguja un camello que un rico”, “tú sí puedes”, “not let a child behind”). Tampoco se puede aceptar todo cambio y que todo el mundo es bueno. Tiene que haber selectividad, tal como ocurre en la naturaleza (homeostasis). Selectividad humanizada, no tan feroz. Pero hay que discriminar, no todos se pueden subir al arca de Noé. Eso es ley de vida.
Un decisivo cambio que tuvo la humanidad, en su ascenso civilizatorio, fue cuando James Watt perfeccionó la máquina de vapor en la Inglaterra dieciochesca. Hacia 1760 se había creado allá una estructura social que facilitaba la sinergia positiva entre inventores, emprendedores, científicos. Fue este tipo de personas y de grupos de trabajo (teamwork), que dieron un salto con garrocha científico-tecnológico. Así fue como la humanidad abandonó su estado de medieval oruga reptante para convertirse en una mariposa industrializada.
La diferencia central fue y es en acumulación de información, no de tierras u oro. La historia previa de la especie humana era un constante describir de grupos humanos enfocados en acumular territorios, oro, piedras preciosas. Para ello, había que desarrollar talento militar, e ir a lugares manu militari a exigir botín y renta. En otras palabras, los grupos humanos no se organizaban para la creación, sino en la rapiña.
¿Y ahora dónde y cómo estamos? El pensamiento Alicia de tantos intelectuales librescos, trasnochados, y académicos atrincherados detrás de muros universitarios, nos desinforma, nos desenfoca, nos marea. Ojo con Rusia, China y en menor proporción con Irán. Sus soldados imperiales disfrazados con portafolio, traje y corbata, vienen por nosotros, por Occidente.
Andrés R. Rodríguez es un investigador, biólogo, profesor y escritor cubano exiliado en Estados Unidos. Su más reciente libro es Involución, a la venta en Barnes & Noble. Otros de sus títulos son: Havana 500 Anniversary, Caribbean Touristic Dictionary, Destellos al Alba, Lista de nombres comunes y científicos de peces marinos cubanos, Peces marinos importantes de Cuba, Ecología actual, conceptos fundamentales, Maritime Dictionary, Fábulas vivas, Colonial Havana˗Trinidad, Ecología para Ecoturismo, y La verdad es llama.
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