Karl Marx pretendió que el filósofo debe querer cambiar al mundo, transformarlo. Siguiendo esta actitud, millones de “profesores” actuales mantienen ideas elevadas, que hacen aterrizar con velocidad de guillotina. Se ven en el papel de sumos sacerdotes, cuando menos de iniciados e intérpretes, pero en los hechos han resultado los verdugos de Occidente
La dictadura de los intelectuales pro-miseria
Nos están deshumanizando en nombre del humanismo. Un humanismo que pretende descansar en la masa, que desprecia al individuo y martilla lo excepcional. Un humanismo irrealista, etéreo, lunático
Bogaciones01 de noviembre de 2023 Andrés R. RodríguezAlgunos “humanistas” intentan redefinir el mundo como se hace una novela. Con simples asertos y suposiciones, pretenden que pueden “reorientar” el mundo. Hoy . actúan como emisores privilegiados, valiéndose de prebendas académicas, mucha bulla farandulera, profundidad de bolsillo y alguna que otra emboscada a la divergencia. Y están dondequiera, en el aquelarre de la farándula o con oficinas gubernamentales, en rascacielos o fundaciones de todo tipo, pero sobre todo en los cómodos estrados de la academia.
Creen estos señores “muy buenos” que su palabra es cincel. Creen que la ficción es y crea realidad. Creen que el mundo ha evolucionado desde las palabras de este o aquel otro palabrero (Nietzsche, Marx, Lenin, F. Castro, Sartre, Foucault, Marcuse, Derrida y otros). Ni siquiera suponen que la ciencia y la tecnología, como sistemas que se autodepuran, han ido reestructurando al ser humano y sus sociedades. Lo importante no es una novela heroica, sino leer en el libro del mundo. Pero en ello, son analfabetos.
¿Cómo es posible que, desde el humanismo y parapetados detrás de las murallas universitarias, se ametralle a lo humano? Por orgullo, vanidad y arrogancia intelectual.
Son realmente “ingenieros sociales” incapaces de sacar una regla de 3, pero que con juegos de palabras pretenden ocultar sus agendas de grupo, sesgos culturales y mentales, sus traumas personales. Y adoran algunos de los grandes referentes actuales, pretendidos becerros de oro, que emiten una luz incontrastable con mucha tecnología y poca filosofía. Es por haber entronizado así figuras intoxicadas y a la vez resentidas que caminamos dando tumbos.
La arrogancia intelectual, que puede estar implicando un gran desconcierto globalista, a la vez impide la concertación global. Por ahí es por donde hoy se nos está colando la ingobernabilidad planetaria: Muchos emisores vanidosos mirándose el ombligo, muy pocos receptores oteando concienzudamente el horizonte.
Nos están deshumanizando en nombre del humanismo. Un humanismo que pretende descansar en la masa, que desprecia al individuo y martilla lo excepcional. Un humanismo irrealista, etéreo, lunático, que apunta a lo masivo como si fuera lo fundacional de lo humano, cuando lo gregario es simple comportamiento animal, algo ya pasado para el ser humano. Un humanismo que guillotina al creativo y resalta lo común. Ello es muy evidente en el comunismo, pero está presente en las actuales maneras de populismo y en los constantes referentes de los políticos al “pueblo”.
La contradicción de las contradicciones es que los santones que históricamente exaltaron lo común, y fueron luego escogidos como referentes intelectuales de la masa, no eran seres humanos comunes. Eran excepcionales. Lo que hoy capitalizamos de humanos se lo debemos a los excepcionales, no a los promedios ni a la numerosidad de las proles.
Valiéndose de los subjetivos y cualitativos métodos humanísticos, solo algunos genios egregios logran acceder y discernir la información epidérmica de la que es sustancial y compleja, es decir: convertir la sensación en conocimiento. Rara vez por estos rumbos se arriba a la sabiduría. Porque la sabiduría no es la iluminación puntual de un ser, sino una integración de miríadas de destellos humanos intentado ser.
En las humanidades, además, de manera absurda, hoy debaten casi lo mismo y con similares pobres métodos con que debatieron en su momento Confucio, Homero, Platón o Aristóteles. Palabras y palabras. Asertos y más asertos. Y ello tiene serias implicaciones, porque la política aun hoy implica desear la muerte del contendiente. Y ello pasa con frecuencia. Por el contrario, en ciencia y tecnología, los argumentos se sostienen en números, en demostraciones, y no hay que odiar o matar a nadie porque discrepe.
Los libros de Marx tratan de asertos, ninguno demostrable. Están llenos de inspiraciones y wishful thinking, convertidos en resultado científico por arte de magia. Y sus herederos, los marxistas, están completamente seguros de sus afirmaciones, impidiendo a otros expresarse, negando hechos históricos (por ejemplo, la cantidad de asesinados por Hitler, Stalin, Mao y otros de su tipo) o ninguneando los que los contradicen (para publicar en ciertas revistas tienes que citar a otros 20, no son tus ideas, tienes que leerlos hacer un ensayo y citarlos a ellos).
Los que enaltecen a Marx es porque aquél, en su arrogancia intelectual del XIX, ya fue el primero que pretendió que sus indemostrables rejuegos de palabras eran fórmulas científicas. Para poner un solo ejemplo: el llamado materialismo histórico es un rejuego de palabras y un bodrio científico.
En la historia no hay una sustitución fatal y lineal de formas sociales, sino una complejización del ecosistema social, cada vez más cultudiverso, del mismo modo que los ecosistemas naturales tienden a ser mas biodiversos. Y en ningún caso se trata de un fatalismo económico, sino de una acumulacion de información, como tambien ocurre en los ecosistemas naturales.
En las “universidades” de Occidente, sin embargo, hoy miles y miles (¿millones?) de profesores en “claustros” (en latín claustro significa cerrado) se dedican a exponer y a imponer sus ideas (palabreando) provenientes de profesores que previamente ya estaban alejados de la vida, que no han vivido y luchado por ese conocimiento en la vida. Se les ha implantado como un chip. Muchos permanecen en las universidades “estudiando” toda la vida, pierden contacto con la realidad y no tienen ideas originales. Son Doctores que no son doctos. Sus trabajos (papers) son retahílas de citas de otros.
Ahora tenemos una generación de jóvenes formados por estos “claustros académicos”. En ciencias e ingeniería tienen que haber incorporado cosas concretas y comprobables. En humanidades, no. Allí transitan por la ruta que repetir afirmaciones asertivas de los previos (generalmente comenzando por los presocráticos y terminado por vacas sagradas modernas como Foucault, Marcuse o Derrida.
En fin, nada puede justificar que hoy las cátedras y medios de difusión masivas estén masivamente habitadas por sofistas que viajan por el mundo con su mensaje contrantura.
Las sociedades industrializadas de Occidente van camino de implosionar porque en sus ágoras mas selectas tienen funcionado una serie de sofistas y dogmáticos, peleando cátedra para imponer ideas marxistas, leninistas, confucianas, maoístas, cuya meta es instaurar la dictadura de los intelectuales pro-miseria. Y a eso se dedican toda una pléyade de sofistas: Pablo Iglesias, Iñigo Errejón, Juan C. Monedero, Gustavo Bueno (España); Arturo López-Levi, Noam Chomsky (USA); Enrique Dussel, Oscar de la Borbolla, Diego Ruzzarin y Amilcar Paris (México); Atilio Borón, José P. Feinmann y Dario Sztajnszrajber (Argentina); Gabriel Salazar (Chile). Todo un aquelarre intelectual, mas lunático que terrestre, que es necesario develar y desmantelar, para bien de la humanidad.
Andrés R. Rodríguez es un investigador, biólogo, profesor y escritor cubano exiliado en Estados Unidos. Su más reciente libro es Involución, a la venta en Barnes & Noble. Otros de sus títulos son: Havana 500 Anniversary, Caribbean Touristic Dictionary, Destellos al Alba, Lista de nombres comunes y científicos de peces marinos cubanos, Peces marinos importantes de Cuba, Ecología actual, conceptos fundamentales, Maritime Dictionary, Fábulas vivas, Colonial Havana˗Trinidad, Ecología para Ecoturismo, y La verdad es llama.
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