
Es en la persona de Alexander Solzhenitsyn donde se concreta la imagen arquetípica del disidente contemporáneo, el hombre que da voz al horror silente, el hombre que articula el relato de los que yacen en fosas comunes
Se consideraba parte de una generación frustrada que “se empeñó en reducir a realidad una utopía” y a los que timó “un ilusionista barbudo que se hizo pasar por iluminado”
10/07/2024 LUIS CINOEl pasado 17 de junio se cumplió un año de la muerte del poeta Manuel Díaz Martínez, a los 86 años, en Las Palmas, Islas Canarias, España.
Manuel Díaz Martínez fue uno de los más destacados poetas cubanos de la Generación del 50. Escribió catorce poemarios, el libro de memorias Solo un rasguño en la solapa en 2002 y en 2008 el libro de ensayos y crítica Oficio de opinar.
Ejerció el periodismo: en Cuba como redactor-jefe del suplemento cultural Hoy Domingo y director de La Gaceta de Cuba, y en el exilio como director de la revista Encuentro de la Cultura Cubana y miembro del consejo de redacción de la Revista Hispano-Cubana.
La poesía de Manuel Díaz Martínez es tierna, nostálgica y conmovedora, pero de ningún modo y aunque no le faltaran motivos para serlo, melodramática. Ni siquiera cuando se refirió a la muerte de su esposa Ofelia, en los versos de “Acta Veneciana”, o a la pérdida de la Patria, en un poema suyo que mereciera ser el himno de los exiliados.
Sobre su poesía, Manuel Díaz Martínez explicó:
“En mis años juveniles pretendí hacer una poesía que fuese como me imaginaba la realidad, y soñaba con una realidad que era como me imaginaba la poesía. Hoy lo que me apetece y busco es una poesía de mí mismo en la realidad que vivo… Si mi evolución se hubiese detenido en la etapa inicial, ahora sería visto como un poeta optimista y tendría todo el limbo por delante”.
Se consideraba parte de una generación frustrada que “se empeñó en reducir a realidad una utopía” y a los que timó “un ilusionista barbudo que se hizo pasar por iluminado”.
Díaz Martínez, que a partir de 1971 fue uno de los represaliados del Caso Padilla y el Decenio Gris, en vez de esperar que los mandamases castristas lo rehabilitaran y hasta le concedieran —como hicieron décadas después con otros colegas suyos a cambio de que permanecieran mansos y obedientes— el Premio Nacional de Literatura que merecía, rompió públicamente con el régimen al firmar, en junio de 1991, la Carta de los Diez. Como a pesar de las amenazas de la policía política no se retractó de su firma, se vio obligado a marchar al exilio en 1992.
Años después, entrevistado por su amigo y colega Rafael Alcides (“Manuel Díaz Martínez entrevisto”, Encuentro de la Cultura Cubana, número 40, 2006), expresó:
“Me deprimiría insoportablemente que se recompensara mi obediencia cuando lo que me place es desobedecer. El placer que sentí cuando me rebelé contra los poderes que intentaron en 1991 pisotearme en lo político y humillarme en lo personal, y que lo habían conseguido en 1968, es indescriptible y solo comparable al que me embarga cada vez que me detengo a pensar que ya esas potestades no pueden tiranizarme por más que quisieran”.
Publicado en Cubanet.
Es en la persona de Alexander Solzhenitsyn donde se concreta la imagen arquetípica del disidente contemporáneo, el hombre que da voz al horror silente, el hombre que articula el relato de los que yacen en fosas comunes
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