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La decadencia del barrio empezó a inicios de la década de 1960, cuando varias familias se fueron del país y el Gobierno entregó sus casas a oficiales y soldados de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), casi todos procedentes del interior del país, que fueron trayendo a sus parientes y ruralizando el barrio al convertir en platanales y maizales los patios y jardines
Autores22/01/2024 Luis CinoViendo el estado de abandono y suciedad en que hoy se encuentra Parcelación Moderna, el barrio suburbano del municipio Arroyo Naranjo, al sur de La Habana, donde nací y resido, es difícil imaginar que alguna vez tuvo mejores tiempos.
En 1959, cuando no constaba de más de sesenta casas y poco más de 200 pobladores, Parcelación Moderna era un reparto residencial de clase media, bien cuidado y bonito, con perspectivas de crecer y prosperar.
Parcelación Moderna está conformado por nueve calles horizontales y nueve transversales. Viene a continuación del pequeño poblado El Calvario (a menos de un kilómetro), a un costado de la Calzada de Managua, que lo separa del Reparto Eléctrico, y termina en la calle 100.
Los trabajos de urbanización y las primeras casas se hicieron en la segunda mitad de la década de 1940, en terrenos parcelados que por entonces pertenecían al municipio Guanabacoa. Un Consejo de Propietarios y Vecinos y un administrador designado por el dueño de los terrenos, que se encargaban de que todo funcionara bien.
Había un estricto orden urbanístico, las calles estaban limpias; el césped, los jardines y los patios, cuidados. El administrador, René Roque Sosa, que era un hombre exigente y meticuloso, velaba por todo.
Había un solo médico en la zona, mi padre, Enrique Cino, que tenía una consulta en los bajos de su casa, donde atendía a la hora que lo necesitaran y no cobraba a los que no tenían dinero.
Aunque no había robos ni hechos de violencia —según refieren los más viejos— y los vecinos se llevaban bien, había un sereno que, armado con un Colt 38, velaba en las noches por el orden y la tranquilidad.
La decadencia del barrio empezó a inicios de la década de 1960, cuando varias familias se fueron del país y el Gobierno entregó sus casas a oficiales y soldados de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), casi todos procedentes del interior del país, que fueron trayendo a sus parientes y ruralizando el barrio al convertir en platanales y maizales los patios y jardines.
Los aparatos para niños que había en el parque, que abarcaba más de una manzana, se fueron rompiendo y no los repararon. De la fuente que había en el centro del parque se robaron las jicoteas cuando la comida empezó a escasear.
En el barrio había en 1959 una farmacia, un taller que confeccionaba camisas para la firma McGregor, una quincalla, cuatro bodegas (dos de ellas con bar y cafetería), tres carnicerías, dos pollerías, dos gasolineras y tres pequeñas fábricas: una de toallas, la otra de cordones de zapatos y la tercera de bijol. Todos estos negocios desaparecieron luego de ser intervenidos por el régimen en los años sesenta, los últimos de ellos durante la llamada Ofensiva Revolucionaria de marzo de 1968.
Actualmente los únicos establecimientos estatales que hay son una escuela, una farmacia, un expendio de bombonas de gas licuado, dos bodegas con sus respectivas carnicerías que pocas veces surten, un agromercado con escasos productos y el frigorífico en que convirtieron la fábrica de toallas.
En los últimos años aparecieron varias cafeterías particulares, pero la mayoría ha tenido que cerrar debido a la escasez y carestía de los productos, los altos impuestos y al continuo hostigamiento de los inspectores estatales.
La quincalla cerró hace unos meses y la imprenta del Departamento de Orientación Revolucionaria, que ocupó el local de la fábrica de cordones de zapatos, la cerraron hace años.
Solo las dos iglesias, una católica y otra evangélica, han sobrevivido indemnes al torbellino de estas seis décadas.
La población se ha quintuplicado y el barrio ha crecido en tamaño, pero no gracias al Estado, sino a las casas construidas por esfuerzo propio, sin demasiado orden ni concierto, por personas necesitadas.
Lo único que ha construido el Estado en Parcelación Moderna en 65 años han sido cinco edificios de microbrigada, tres edificios biplantas y una empresa de construcciones militares. Esa empresa militar ha hecho más daño que bien. Da empleo a muchos pobladores, pero los camiones que entran y salen de ella (y también del frigorífico) han destruido las calles y aceras del barrio, que no fueron concebidas para vehículos tan pesados.
La última vez que arreglaron las calles en Parcelación Moderna fue a inicios de los años ochenta gracias a las gestiones de un delegado del Poder Popular. Después de eso, solo han reparado la calle 11, que conduce a la unidad militar.
Apenas quedan aceras y la mayoría de las calles tienen baches y huecos, que cuando llueve y se llenan de agua, se hacen intransitables. La hierba invade lo que queda de las aceras, y la basura se acumula en las calles.
En el reparto, otrora tranquilo, hay frecuentes robos en las casas, celulares arrebatados en la calle, policías persiguiendo a quienes hurtan en el frigorífico y broncas, casi siempre de borrachos. Pero, teniendo en cuenta que —según las autoridades— Arroyo Naranjo es uno de los municipios capitalinos con mayor “potencial delictivo”, se puede afirmar que Parcelación Moderna no es de los peores barrios.
Texto reproducido en El Nuevo Conservador por cortesía de su autor y la agencia Cubanet. Luis Cino Álvarez reside en Arroyo Naranjo, Cuba, y a pesar de la represión desde 1998 ejerce el periodismo independiente. Entre 2002 y la Primavera Negra de 2003 perteneció al consejo de redacción de la revista De Cuba. Fue subdirector de Primavera Digital. Es colaborador de CubaNet desde hace 20 años. Trabajó como profesor de inglés, en la construcción y la agricultura. Sueña con poder dedicarse por entero y libre a escribir narrativa. Le apasionan los buenos libros, el mar, el jazz y los blues.
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