La revolución era la historia y la historia era la revolución. Las generaciones revolucionarias estaban condenadas a vivir en el vacío de la historia. Muchos crecimos creyendo –y sintiendo, que es aún peor– que aquella condición, aquella indefensión aprendida, era nuestro único destino
La celebración de un sangriento fracaso
Hay dictaduras en Latinoamérica que, aunque fracasen en todos los sentidos, se aferran al poder como lapas y están dispuestas a todo por mantenerlo
Historia10 de agosto de 2024 Luis CinoHace un par de semanas, en un artículo publicado en 14yMedio, Yunior García Aguilera recordaba cuando, allá por el año 2000, Fidel Castro, en un programa Mesa Redonda, admitió que pudo haberse ahorrado el ataque al Cuartel Moncada y haberse alzado en la Sierra Maestra para iniciar la lucha contra el régimen de Batista.
Así se hubiera evitado la pérdida de 86 vidas: las de 22 militares y 64 revolucionarios, ocho en el asalto y 56 que ultimaron los soldados luego de haberlos hecho prisioneros.
El plan de Fidel Castro de, con 160 hombres armados con pistolas y carabinas 22, tomar el Cuartel Moncada, la segunda fortaleza militar de Cuba, defendida por una guarnición de mil hombres, no tenía la menor posibilidad de éxito.
Aun suponiendo que hubieran logrado tomar el Moncada, que se hubiera sumado a los revolucionarios gran parte de la población santiaguera y también hubieran logrado tomar los cuarteles de la Policía Nacional y la Marina de Guerra, Santiago de Cuba se les habría convertido en una ratonera.
Aún si los fidelistas hubiesen logrado, como habían planeado, tomar también el cuartel Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo, no habrían podido contener a los refuerzos del ejército que acudirían sobre Santiago. Y difícilmente los rebeldes hubiesen podido retirarse de la ciudad, escapar de los bombardeos de la aviación gubernamental y refugiarse en la Sierra Maestra para iniciar la guerra de guerrillas.
Pero Fidel Castro, que era un tipo delirante y dado a los planes más descabellados, antes de alzarse en armas contra el régimen de Batista necesitaba ser noticia en grandes titulares. Y eso lo consiguió con la trágica debacle que fue el ataque al Moncada y, para rematar, su posterior alegato con título inspirado por una cita del Mein Kampf: “La Historia me absolverá”.
A partir del 26 de julio de 1953 y durante las siguientes décadas, la especialidad de Fidel Castro sería sacar provecho de sus reveses y convertirlos en victorias o, al menos, en algo que lo pareciera o que él pudiera presentar como tal.
Es una aberración que la carnicería del Moncada que dio inicio a una pesadilla que parece interminable luego de 65 años de una dictadura que ha llevado a Cuba a la ruina, se convirtiera no solo en el pasaje más ensalzado de la historia castrista, sino también en fecha de fiesta nacional, el llamado Día de la Rebeldía Nacional, la más larga festividad del castrismo, con tres días feriados.
Si de celebrar fracasos se trata, pudieran haber escogido, entre otros muchos, la Zafra de los Diez Millones que no fueron, el Cordón de La Habana, la revolución energética, los experimentos que acabaron con la masa ganadera del país, la destrucción de la industria azucarera o, más recientemente, a la cuenta del régimen de la continuidad postfidelista, la Tarea Ordenamiento y sus consiguientes reordenamientos antieconómicos.
Pero el castrismo precisa de las historias de martirologio, el luto, el culto a los muertos. Como los vampiros, necesita sangre.
Publicado originalmente en Cubanet.
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