¡Ya Cuba está encendida!

Las órdenes escritas en Nueva York fueron enviadas por Gonzalo de Quesada desde Key West a La Habana a Juan Gualberto Gómez, quien debía darles curso. Pocos días después Juan Gualberto Gómez ponía el cable convenido, y fijaba la fecha del 24 de febrero para el alzamiento

HistoriaHoy Teresa Fernández Soneira
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                                                   “Y yo vi entonces también a Martí atravesando las abruptas montañas de Baracoa                                                             con un rifle al hombro y una mochila a la espalda, sin quejarse ni doblarse, al igual que                                           un viejo soldado batallador acostumbrado a marcha tan dura a través de aquella naturaleza  salvaje, sin más amparo que Dios”. Máximo Gómez, 18 mayo 1902.

 

Al concluir la Guerra de los 10 Años en el 1878, los cubanos enseguida se percataron de que el gobierno español no tenía  intención alguna de llevar a cabo las promesas hechas por el General Martínez Campos, y en cuanto los mambises dejaron de pelear v entregaron las armas, volvió a reinar Ia tiranía española y Cuba siguió esclavizada. El resentimiento  que sintieron entonces los patriotas fue inmenso, pero no se desalentaron y mantuvieron vivo el compromiso de luchar por liberar a la Patria.

Al no poder ir a pelear inmediatamente, los cubanos tuvieron que recurrir de momento a reuniones políticas, e instauraron diferentes partidos. Año tras año trabajaron sin cesar en la reforma de una Cuba independiente, pero cada vez se veía más claro que los esfuerzos por medios pacíficos eran inútiles. Ya Eduardo Yero del Comité Revolucionario de Santiago de Cuba, había publicado por esos días en su periodo El Triunfo: “No son estas las horas de reorganizar legiones de paz, sino de tomar actitud expectante, para que el pueblo de Cuba pueda seguir dignamente las aspiraciones que le dicten las circunstancias”.

Los cubanos sufrían el yugo del colonialismo español.  Sin razón aparente eran encarcelados sin previo juicio; se les confiscaban propiedades; no se les permitía enviar representantes a las Cortes en Madrid, y cuando después de dieciséis años lograron enviar algunos, las apelaciones hechas por estos para que se hiciera justicia fueron en vano.  Los periodistas cubanos eran castigados y hasta desterrados del país por sus editoriales y comentarios que insinuaban discrepancias con el gobierno. Y a pesar de todo, los españoles insistían que en Cuba había libertad y que los cubanos gozaban del derecho de asamblea. Sin embargo, cada vez que querían reunirse debían comunicarlo a las autoridades españolas quienes enviaban un funcionario para que estuviera presente en dicha reunión, el cual tenía el poder de suspenderla si lo estimaba así conveniente.  

España, por lo tanto, le negaba los derechos más elementales a los cubanos quienes vivían en un nivel de inferioridad política en su propia tierra.  Bajo estas circunstancias, y más por desesperación que por ira, los luchadores tuvieron más alternativa que la de colgarse el rifle al hombro nuevamente, agarrar sus machetes, y pelear por sus derechos y su libertad.

Entre 1878 y 1895 habían surgido pequeños levantamientos esporádicos en diferentes partes de la Isla, pero estos alzamientos no habían tenido gran trascendencia y los líderes se encontraban inmersos en la preparación de un plan a mayor escala. Por fin, el 29 de enero de 1895 Martí, Gómez, Maceo y otros líderes de la rebelión, acordaron que se llevara a cabo un alzamiento en la Isla durante la segunda quincena de febrero. Se escogió la fecha del 24 de febrero por dos razones: la primera, por caer en último domingo de mes y ser el primer día de carnavales facilitando a los mensajeros llevar recados a los principales jefes del alzamiento y a su vez traer respuestas. Y segunda, porque permitía que en los lugares del campo se pudiera transitar a caballo y andar por las calles en grupos sin llamar la atención ya que era día de fiesta.  

Diseño sin títuloJosé Martí y la profanación literaria

La orden del alzamiento fue firmada por José Martí, por el General Mayía Rodríguez, representante personal del Mayor General Máximo Gómez, y por Enrique Collazo, enviado de la Junta Revolucionaria de La Habana. Las órdenes escritas en Nueva York fueron enviadas por Gonzalo de Quesada desde Key West a La Habana a Juan Gualberto Gómez, quien debía darles curso. Pocos días después Juan Gualberto Gómez ponía el cable convenido, y fijaba la fecha del 24 de febrero para el alzamiento. En la noche del 23 de febrero el Capitán General publicó un bando poniendo en vigor la ley de orden público de 23 de abril de 1870, y cuatro días más tarde declaraba en estado de sitio a las provincias de Santiago de Cuba y Matanzas. 

Llegó el 24 de febrero y en La Habana son presos Julio Sanguily y José María Aguirre cuando se preparaban a salir al campo de batalla.  Juan Gualberto Gómez con López Coloma y catorce individuos más se sublevan en Ibarra.  La noche anterior había sido muerto Manuel García que con cuarenta hombres armados estaba sublevado ya y disuelta la partida; Joaquín Pedroso y varios jóvenes habaneros se unen a Matagás en los alrededores de la Ciénaga de Zapata.  Marrero se subleva con 30 o 40 hombres en Jaguey Grande. En Oriente y en la finca Manzanillo se levanta Bartolomé Maso acompañado de Celedonio Rodríguez. En Santiago de Cuba Guillermo Moncada secundado por Rafael Portuondo, arrastran a muchos al grito de Independencia. Así mismo, se van a la guerra Pedro Pérez y Enrique Brooks en Guantánamo. En El Cobre se alzan Quintín Banderas y Alfonso Goulet, y en Holguín los Sartorius; en Camagüey Francisco Recio y Mauricio Montejo, mientras que  Las Villas, y Vuelta Abajo en Pinar del Río, permanecen tranquilas.

Martí escribió el 26 de febrero a Gonzalo de Quesada desde Montecristi, República Dominicana: “Hoy recibimos el cablegrama de Uds. en que no puedo leer más que estas palabras que aún resplandecen ante mi: “revolución en Occidente y el Oriente”. Empezamos pues: ahora a ayudar a rematar la obra.  Abracémonos en el dintel y querámonos ahora más que nunca.  Lo hemos hecho y aún me parece un sueño”.

Aquel memorable 24 de febrero de 1895, hace hoy 130 años, ondeó la bandera de la estrella solitaria en las montañas de Oriente. La Guerra de Cuba había comenzado ese día. Era la señal de comienzo de la insurrección que sería el último esfuerzo en más de cuatro siglos del régimen de España en la Isla. Las noticias de las victorias por parte de los cubanos pronto penetraron todos los rincones de la Isla.  

 Los alzamientos citados no supusieron un enfrentamiento armado contra tropas españolas y hasta las 3 de la tarde de ese 24 de febrero, no se produjo el primer ataque de este tipo. El historiador Hugh Thomas[i] señala que, tras las primeras jornadas, la insurrección tuvo mayor éxito en la zona oriental de la Isla, problemática para los españoles incluso en tiempos de paz, y donde la metrópoli continuaba controlando las ciudades, pero no las zonas rurales.

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Al finalizar febrero, había unos 2500 cubanos en armas, número que iría aumentando progresivamente en los meses siguientes.  Como expresó entonces Martí: “¡Ya Cuba está encendida!”. Pero no sería hasta el mes de abril en que Antonio Maceo desembarcaría en la Isla, cuando la insurrección tomaría forma con unidad y organización para combatir. La guerra cambió de aspecto bajo su dirección: los encuentros se multiplicaron, aumentaron las tropas, y se peleó a camp raso. La presencia de Maceo estuvo acompañada por la feliz llegada de Martí y Gómez. Como dice Emeterio Santovenia en su Historia de Cuba: “los tres patriotas darían fuerza e impulso a la guerra.  Serían: el pensamiento de Martí; la autoridad de Gómez y la acción de Maceo”.

Mientras tanto, el Gobernador de la Isla, el Capitán General Emilio Calleja Isasi, trataba en vano de ponerle fin a la insurrección. De España le llegaron las órdenes de imponer la ley marcial. Las fuerzas de Calleja ascendían a unos 30,000 hombres: seis regimientos de infantería, tres de caballería, dos batallones de artillería y uno de montaña. También poseía un escuadrón de cinco barcos y seis cañoneras para proteger las cosas, y tenía a su favor el estar en posesión de los pueblos costeros que tenían buenos fuertes, algunos que databan de los primeros tiempos de la colonización, y que aun mantenían solidez suficiente para resistir un ataque. Pero a pesar de todo, Calleja no pudo resolver el  conflicto ni perseguir a los grupos alzados en la provincia de Oriente, y en marzo comunicó España que le sería imposible terminar con la insurrección.  

Después de varios encuentros entre españoles y cubanos, viéndose los españoles derrotados en la mayoría de los casos, el 27 de marzo Calleja envió su renuncia a la Reina Regente de España siendo seleccionado el General Martínez Campos para ocupar el puesto de Gobernador de la Isla.

La noticia de que el 24 de febrero habían ocurrido en Cuba distintos alzamientos en pos de la libertad, no tardó en llegar a España, y la conciencia pública se percató de la gravedad de la situación. Sagasta comentó con respecto a España y a sus colonias: “España está dispuesta a sacrificar hasta la última peseta de su tesoro y hasta la última gota de sangre del último español antes de consentir que se le arrebate un pedazo siquiera de su territorio”. Quedaba aclarado entonces que España quería conservar a toda costa la Isla, una de sus últimas y más valiosas posesiones en el continente americano.  Al abandonar Cádiz entre vítores, himnos y saludos militares, Martínez Campos prometió acabar pronto con la insurrección, pero al llegar a Cuba se dio cuenta que la tarea que tenía en sus manos era mucho más grande y difícil de lo que pensaba.  

España tendría que sacrificarlo todo en aquella lucha. Un combatiente del Ejército Libertador expresó: “El pueblo de Cuba requiere solo la libertad y la independencia para prosperar en la comunidad que forman las naciones civilizadas.  Hoy en día Cuba es un factor de intranquilidad, la culpa descansa sobre España. Cuba no es la ofensora sino la defensora de sus derechos. Que los países de la América y que el mundo decida donde deben descansar la justicia y la verdad”.

Imagen 5LOS OJOS NOBLES DE JOSÉ MARTÍ

Los españoles admitían ya que el problema de la Gran Antilla era grave, y la misma Reina Regente había presidido una reunión del Gabinete para considerar personalmente el asunto.  España había enviado millones de pesetas, así como 7,000 hombres.  En seis meses llegarían 22,000 más, y como Sagasta informara, estaban preparados para enviar 100,000 soldados si fuese necesario, pero a la insurrección había que darle fin rápidamente.

En cuanto a la política optada por algunos países extranjeros, con respecto al conflicto: Gran Bretaña envió órdenes de que se observara una estricta neutralidad; los puertos de las Antillas deberían mantener una vigilancia recia, y los Estados Unidos habían también dado órdenes similares.  A pesar de todo, las expediciones que organizaban los cubanos en el extranjero llegaban felizmente a Cuba.  Y aunque España se había propuesto hacerle ver al mundo que la rebelión en Cuba estaba compuesta por un pequeño grupo de gente de clase baja e ignorante, pronto todos se dieron cuenta de que ese no era el caso ya que casi todo el pueblo de Cuba apoyaba la insurrección. España estaba perdida.  La lucha esta vez no se podía ya contener, y así lo explicó uno de los revolucionarios en Nueva York: 

“Ha llegado el momento.  Nuestros jóvenes ahora lo único que desean es pelear por la libertad como los americanos o los griegos pelearon por la suya.  La libertad vendrá, no se puede ya volver atrás.  No tenemos ni a una Francia ni a un Lafayette que nos ayuden.  Debemos luchar solos.  Por cuatro años el Partido ha venido reuniendo dinero y ya estamos listos.  Los hombres y la voluntad han estado en guardia desde hace tiempo…no habrá tregua esta vez.  El movimiento será general y cuando los jefes de nuestra última guerra, quienes han vivido en el exilio hasta ahora, pongan pie en tierra cubana, el país se les unirá y los respaldará, y nuestra Isla será libre.  Habrá que luchar, quizás muy duro, pero al final la causa por la libertad triunfará y el yugo español se romperá para siempre”.

En aquellos primeros días de la guerra, en Cuba se soñaba con las hazañas de los bravos soldados del 24 de febrero, y los cubanos fuera de la Isla, velaban pensando en la victoria.  

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 Publicado en El Nuevo Herald, Miami, 24 de febrero 1987

 Perfil Teresa Fernandez Soneira

Captura de pantalla 2025-02-01 a la(s) 6.55.52 p.m.Lourdes, la ciudad del milagro

BIBLIOGRAFÍA

Collazo, Enrique, Cuba Independiente, Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 1981.

Diario de campaña del Mayor General Máximo Gómez, Ceiba del Agua, La Habana, Comisión del Archivo de  Máximo Gómez, 1941.

Lagén Coscojuela, Alberto, La Guerra de Cuba (1895-1898), Ensayo historiográfico y estudio de las memorias inéditas de Miguel Valle Canudo, Universidad de Barcelona, 2018.

Thomas, Hugh, Cuba or the Pursuit of Freedom, Harper and Row, 1971.

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