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A partir de aquel tiempo de ansias y esperanzas, que finalmente se vieron frustradas, Cuba y los cubanos ya no fueron los mismos
¿Pretenderá Díaz-Canel que el reguetón sea el equivalente para estos tiempos del movimiento de la Nueva Trova? ¿Aspirará, siempre tan iluso y optimista, a que, imbuidos de resistencia creativa, El Micha y Jorge Jr. sean los nuevos Silvio, Sara González y Vicente Feliú?
CubaLibre09/12/2024 Luis CinoEn el recién finalizado X congreso de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) no sorprendió el sometimiento y la fidelidad perruna mostrada al régimen por sus afiliados, que no fueron capaces ni de musitar una queja sobre la censura, las prohibiciones y la represión contra los artistas e intelectuales y pronunciarse por la libertad de creación y de expresión. La habitual mansedumbre de los miembros de la organización oficialista se daba por descontada. Lo asombroso fue la defensa del reguetón que hizo Miguel Díaz-Canel en el discurso de clausura del congreso.
Y el asombro no se debe a que esperáramos que el gobernante tuviera mejor gusto musical, sino a que la actual política cultural del régimen asegura estar dirigida a batallar contra la vulgaridad, la banalidad y lo que llama “colonización cultural”.
Dijo Díaz-Canel sobre “las nuevas expresiones culturales que transitan principalmente desde la música”, refiriéndose al reguetón y sus derivados (reparto, trap, etc.), que no se deben menospreciar o subestimar desde posiciones elitistas, porque “estamos ante un fenómeno cultural que trasciende los gustos sedimentados durante décadas por su fuerte componente y alcance social” y porque “se están generando ideas, señales de cambio de paradigmas culturales que no podemos ignorar ni desatender”.
Explicó que debido al gran impacto que tiene el reguetón en “segmentos cada vez más amplios del país”, el régimen no puede mantenerse al margen, sino que debe influir en sus creaciones y sumarlos a “la política cultural de la Revolución”.
¿Pretenderá Díaz-Canel que el reguetón sea el equivalente para estos tiempos del movimiento de la Nueva Trova? ¿Aspirará, siempre tan iluso y optimista, a que, imbuidos de resistencia creativa, El Micha y Jorge Jr. sean los nuevos Silvio, Sara González y Vicente Feliú?
¿A quién se le habrá ocurrido este nuevo disparate que promete ser tan forzado, aburrido, falto de sal y condenado al fracaso como todas las iniciativas del régimen de la continuidad? ¿A Abel Prieto, el estratega de la batalla contra la colonización cultural?
Yendo más lejos, con tantos aseres recién emigrados, que de Cuba solo perdieron la libreta de abastecimiento, el régimen aspira a colonizar Miami y el resto del sur de Florida, convertirlo en una especie de Hong Kong, cada vez más parecido a Marianao y Arroyo Naranjo, para explotarlo y chantajearlo emocionalmente con sus familias y la nostalgia por la patria. No bastándole con mantener su régimen fracasado a costa de las remesas de emigrados y exiliados, envía también, a crear problemas, a poner malo aquello y a recaudar dólares, además de agentes de penetración e influencia, a estafadores, provocadores, chistosos de mecha corta, académicos propagandistas, camaleones del tíbiri tábara… y reguetoneros.
Un atisbo del intento de convertir también al reguetón en “un arma de la Revolución” fue el derroche de oportunismo e hipocresía hecho con motivo del asesinato de El Taiger, un intérprete sumamente inadecuado al que nunca pusieron en la radio y la televisión cubanas, pero que poco faltó para que, después de muerto, lo convirtieran en héroe nacional.
Por suerte para los reguetoneros, parece que no van a tener que sufrir prohibiciones tan drásticas como las que hubo contra los rockeros en las décadas de 1960 y 1970, cuando les dio a los mandamases comunistas por atajar el diversionismo ideológico.
Oiga, no lo digo por la chusmería, la chabacanería y el mal gusto, que de eso tiene de sobra el castrismo, pero ardua tarea va a ser esa de convertir el reguetón en arte socialista y usarlo como arma ideológica. No le auguro éxito. El postcastrismo, si se va a tomar a pecho eso de implementar políticas musicales, no cuenta con un Richard Strauss como tuvieron los nazis, ni un Dimitri Shostakovich como tuvo el estalinismo. Pero qué digo: estoy hablando de dictaduras serias, no del mamarracho patético que va quedando de la revolución de Fidel Castro.
Publicado originalmente en Cubanet.
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