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El Che Guevara: un perdedor convertido en mito
Fracasó rotundamente. Como médico, no terminó su formación ni prácticamente ejerció. Prefirió irse de aventurero en motocicleta por Sudamérica y terminó enrolado a las órdenes de Fidel Castro, prefiriendo las armas y las balas antes que los medicamentos
Autores21 de agosto de 2024 Luis CinoCasi 60 años después de su muerte en La Higuera, Bolivia, el 9 de octubre de 1967, Ernesto Guevara, conocido como el “Che”, sigue siendo el más promocionado mito del castrismo y de la ultraizquierda mundial.
Amén de presentarlo como el más consecuente y virtuoso de los revolucionarios —al extremo de forzar en las escuelas a los niños a jurar “pioneros por el comunismo, seremos como el Che”—, la propaganda castrista insiste en destacar los méritos de Che Guevara no solo como estratega guerrillero, ideólogo y economista, sino también como médico, fotógrafo y escritor.
En realidad, Guevara, pese a su apasionamiento extremo, fracasó rotundamente en cada uno de los campos en que incursionó. Como médico, no terminó su formación ni prácticamente ejerció como tal. Prefirió irse de aventurero en motocicleta por Sudamérica y terminó enrolado en la expedición del yate Granma, a las órdenes de Fidel Castro, prefiriendo las armas y las balas antes que los medicamentos.
Como guerrillero, su única victoria fue la toma de Santa Clara, a finales de diciembre de 1958. Sus intentos en el Congo y Bolivia resultaron desastrosos. En uno tuvo que salir huyendo, con los enemigos pisándole los talones; el otro le costó la vida y la de la mayoría de sus subordinados cubanos y bolivianos.
También fue desastroso durante su tiempo como presidente del Banco Nacional de Cuba, primero, y luego como Ministro de Industrias. Los criterios de Che Guevara —que, discrepante de Moscú y debatiéndose entre el trotskismo y el maoísmo, advertía sobre “la posibilidad de zarpar hacia el comunismo y nunca llegar a la meta”— provocaron entre 1963 y 1964 una polémica con Carlos Rafael Rodríguez y los más ortodoxos seguidores de los lineamientos soviéticos acerca del modo de organizar la economía socialista.
Cuando partió al Congo, Che Guevara, que fracasó en su proyecto de industrialización, dejó tras de sí un calamitoso rastro en la economía cubana que motivó que se impusieran los criterios de los que polemizaron con él.
Como escritor, Che Guevara, con sus difusos apuntes sobre guerra, economía e ideología, no logró concretar un corpus literario. Tal vez lo hubiera conseguido si hubiese vivido más tiempo. Entonces, como otro anciano comandante histórico más, con su ríspido carácter, lo hubiéramos visto disertando sobre su escritura en la Sala Universal de las FAR o en la Feria del Libro, en La Cabaña, donde ordenó tantos fusilamientos. Pero dejemos las suposiciones y atendamos a lo que dejó escrito.
Che Guevara, que desconfiaba de los intelectuales por considerar que no eran suficientemente revolucionarios, afirmaba que la historia de la revolución cubana no debía ser escrita por otros que no fuesen sus protagonistas. De hecho, con Pasajes de la guerra revolucionaria, fue el primero que intentó narrar esa historia, pero se detuvo en la toma de Santa Clara.
En todo caso, aunque fragmentado e incompleto, el resultado de Pasajes de la guerra revolucionaria fue mucho mejor que cuando Guevara quiso plasmar su pensamiento militar en La guerra de guerrillas, que resultó un difuso manual de táctica y estrategia insurgente.
Unos años después, el francés Regis Debray intentaría lo que no consiguió Guevara con aquel manual: formular la teoría del foco guerrillero. Pero el propio Debray, luego de la publicación de ¿Revolución en la revolución?, reconocería el fracaso de sus teorizaciones. No era realista mostrar como ejemplos a seguir los hechos casi providenciales de la revolución cubana.
La insurrección castrista, con desastres como el ataque al cuartel Moncada y el naufragio más que desembarco del yate Granma, pudieran ser dramáticos ejemplos de lo que nunca debe hacer un movimiento guerrillero que no aspire al suicidio. Porque no todas las guerrillas tienen la suerte de enfrentarse a una tropa poco profesional, corrupta y desmoralizada como era el ejército del dictador Batista.
Guevara daría fe de sus reveses militares cuando escribió en Argel y Praga sobre su aventura congolesa, y en las páginas del patético diario de la guerrilla en Bolivia.
El guerrillero argentino consideraba banal el planteamiento de la economía socialista. En 1963 confesó al periodista francés Jean Daniel que sin “la moral comunista” esta no le interesaba en lo absoluto. Tampoco logró concretar con claridad en un libro ideas prácticas y coherentes sobre la economía.
Sobre el pensamiento socio-ideológico de Che Guevara, El socialismo y el hombre en Cuba, la misiva donde respondía a una uruguaya que indagaba si por compartir el mismo apellido eran parientes, asusta por su desmesurado idealismo estatista y suprahumano.
Guevara, que desde muy joven, en cartas a familiares confesaba que le había cogido el gusto a ver correr la sangre, se dedicó a predicar el odio al enemigo y a formar combatientes revolucionarios que, según sus palabras, “fueran frías máquinas de matar”. Y lo consiguió con los hombres de los pelotones de fusilamiento que cumplían sus implacables órdenes en la fortaleza habanera de La Cabaña durante los primeros meses de 1959.
Che Guevara nos ahorró el espanto al no escribir sobre su tiempo de ejecutor del terror revolucionario. Aterra imaginar cómo hubiese sido su narrativa. “El cachorro asesinado”, el único cuento que escribió, nos puede dar una idea.
El relato, que recuerda vagamente a Jack London, está impecablemente escrito, pero es muy cruel. Refiere como mató a un perrito que llevaban los guerrilleros para que sus chillidos no los delataran ante los soldados que los perseguían.
Lo paradójico de su delectación al describir cómo dio muerte al cachorro, es que a Guevara le gustaban mucho los perros. Al menos eso cuentan los que trabajaban a sus órdenes en el Ministerio de Industrias, quienes aún recuerdan que tenían que consentir las majaderías, gruñidos y frecuentes flatulencias del pastor alemán de su jefe, que siempre estaba echado a sus pies en su despacho.
Guevara no dudaba a la hora de matar… lo mismo a un perrito chillón, un enemigo o un subalterno indisciplinado.
Publicado originalmente en Cubanet.
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