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El poder de las urnas
El severo cuestionamiento a la democracia a quienes la conducen es ya generalizado. El bienestar individual maximizado vs el colectivo cuesta comprendérsele, ni mucho menos compartirse. Una especie de “alegría de tísico”, el desaliento después de la lectura de las urnas y el recuento de los voto
Autores12 de marzo de 2024 Luis Beltrán GuerraLa historia es reveladora, de los insondables aprietos, en lo concerniente al “ejercicio del poder”, por lo que es imposible no hacer referencia a ellos en un análisis político de índole objetiva.
Han sido tantas las dificultades que pensamos con el título de este ensayo, que “las urnas electorales” eran las más determinantes, pero a lo largo de las fuentes consultadas no dejaron de venirnos a la mente las “cajas para guardar restos o cenizas de los cadáveres humanos”, y que “la lucha por el poder” revela que muchos han merodeado en las primeras, pero que, asimismo, ha enviado a unos cuantos a las segundas.
En el ir y venir de una “urna a otra” saltan a la vista episodios, como “la tiranía y la represión en la Alemania del ‘Tercer Reich’”, el cual, como leemos en Ken Follett, en “El Invierno del Mundo” (2012), alcanza a extenderse hasta Francia y más allá de la frontera rusa e influye en la guerra civil española. Téngase presente, asimismo, en lo que respecta a Rusia el derrocamiento del régimen imperial de los zares. Un pueblo cansado de la guerra, la falta de alimentos y la represión derrocando a Nicolás II, terminó conduciendo al “bolchevique de Lenin” y a los liderazgos de Stalin y Trotsky.
Pusieron fin, asimismo, a las bellaquerías del “tramposo” Gorigori Yefimovich, mejor conocido como “Rasputín”, con determinante influencia. Es mejor no detenerse en el número de muertos, pues acudiendo al exacerbamiento superaron no en cantidad, pero sí en otros aspectos, a “los de las urnas electorales”.
“El poder de las urnas”, hechas las advertencias de que no son las cajas para los camposantos o crematorios, sino para que se cuenten los votos en aras del ejercicio de “la soberanía popular” en los regímenes políticos democráticos, peldaño “sine qua non” para la edificación de estos.
Ha de advertirse que no han corrido con muy buena suerte, mas por el contrario, el sufragante ha sido víctima de “la astucia” y hasta de la impudicia, principalmente en lo relativo a “aquellos que no tienen lo necesario para vivir”, categoría en la cual la Real Academia Española incluye a “los desprotegidos, indigentes, menesterosos, pelados, humildes, desamparados, infortunados, pordioseros, mendigos, misios y varados”, y como antitéticos a “los ricos, adinerados y acaudalados”.
Esa es una huella identificadora de lo que ha sido la humanidad, por lo menos, hasta ahora. Una larga controversia, por no decir eterna, pues su fin se subsume en la lejanía y cada día que pasa.
El interesante libro “La piedra que era Cristo”, del venezolano Miguel Otero Silva, induce a reiterar la venida de Cristo como un “enviado de Dios” con la misión de que nos quisiéramos los unos a los otros, la cual supone una solidaria cohabitación. Don Miguel hace referencia a lo atribuido al “viejo Jacobo”: “de súbito una mañana, cuando se anda entretenido en la penumbra del santuario, soplando las brasas del incienso, levantó Sacarías los ojos hacia el altar y vio entre girones de nubes la figura del arcángel Gabriel que había bajado a la tierra para anunciarle una portentosa noticia, la concepción en el vientre de Isabel de Juan, a quien una vez nacido le expresó ‘a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque iras delante del Señor a preparar sus caminos’”.
Hablaba el ángel de Juan el Bautista, que haría pública la venida de Jesús el Salvador y quien ante la pregunta de un fariseo: “¿Además de arrepentirnos de nuestras faltas y bautizarnos, que debemos hacer?”, cuya respuesta no se hizo esperar: “El que tenga dos túnicas, dé una al que no la tiene; y el que tenga alimentos, compártalos por mitad con el hambriento; y el que tenga una casa, aposente en uno de sus cuartos al errabundo sin hogar”.
Las creencias religiosas, debe aceptarse, han sido circunstancias determinantes en la definición del mundo y de los seres humanos en el que moramos. Una guía cuya obediencia se premia y su rebeldía castiga, para algunos en la propia tierra y para otros en el más allá. Antes del enviado de Dios, no es eufemístico afirmar que ya la sociedad era desigual. Ha de mencionarse también que Jesús dejó sus buenas huellas, pero no alcanzó sus objetivos. Murió por ellos.
La desunión y guerra entre unos y otros nos ha llevado a la separación personal y geográfica. Desde el color de la piel, las habilidades, las conformaciones cromosómicas, de índole en principio biológicas, así como por las dotes que por aquellas alcanzamos han generado menos similitudes y semejanzas.
El homo sapiens, definido como esa especie a la que pertenecemos todos los seres humanos modernos y único miembro del género Homo, no está extinto. Esas son sus características. Negarlo es rechazar la verdad.
La lucha ha estado consustancial con el ciclo existencial de nosotros sin exclusión y de ella han surgido aquellos que nos lideran y los que obedecemos, algunos de buena fe, quienes terminan traicionados de la peor manera y los otros aprovechadores, consumados y ávidos aprendices.
A las urnas comenzamos a ir todos, pero una gran mayoría mora en el desencanto, pues la fórmula no varía. Quienes llegan al poder lo utilizan de acuerdo con sus propios intereses, lo bueno para ellos y las migajas para el pueblo.
El severo cuestionamiento a la democracia a quienes la conducen es ya generalizado. El bienestar individual maximizado vs el colectivo cuesta comprendérsele, ni mucho menos compartirse. Una especie de “alegría de tísico”, el desaliento después de la lectura de las urnas y el recuento de los votos.
Las denominadas revoluciones han encontrado, en el diseño de las metodologías para la igualdad social, su razón de ser y los éxitos no han sido para nada loables. Las rusas de 1917, comenta Cesar Vidal, constituyen el acontecimiento más relevante de la historia del siglo XX.
Sin la caída del zar Nicolás II, primero, y la implantación de la dictadura soviética, después, no hubieran existido posiblemente los fascismos de entreguerras: la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto no hubieran tenido lugar, y nuestro planeta tampoco habría conocido la guerra fría” (La Revolución Rusa, Un balance a cien años de Distancia, 2017).
El poseedor de unos cuantos premios, Eric Vuillard cuestiona la apreciación bien vendida de que la toma de la Bastilla fue obra de grandes personajes, pues sus verdaderos protagonistas fueron gentes anónimas impulsadas por el hambre, el malestar, la carestía de lo indispensable. No pone en duda, sin embargo, más bien revela su admiración de cómo individuos sin derechos convulsionaron un régimen arcaico para dar un nuevo sentido a la historia. Páginas en otras fuentes enseñan que las disuasiones de los movimientos encabezados por seres humanos que se venden como superpoderes dotados, como fue el caso de “The Fuhrer” produjeron separaciones hasta entre novios y que más de un noviazgo terminó por ser la pretendida comunista y el pretendiente fascista.
Los denominados procesos revolucionarios y los atípicos como el de Hitler, vinculados, por supuesto, con las pautas para conducirnos, por lo que a la larga terminaron inclinándose ante las urnas, por lo menos, en procura de legitimidad, formal en algunas hipótesis, y con raigambre sustancial en otras.
Finalmente ha de hacerse referencia a la observancia del régimen de las urnas, propia de democracias estables, lamentablemente, las menos, y alborotas en las principiantes y algunas ya vetustas denominadas engañosas. Para sorpresa de muchos en los EE. UU., incluida, por lo menos hasta ahora, en la primera categoría, las urnas electorales han dejado de ser confiables y la reacción de candidatos, inclusive, a la presidencia de la Nación, nutren la deficiencia. En la Corte Suprema de Justicia se analiza en qué medida los votos que se depositan en las urnas electorales prevalecen con respecto al régimen normativo que las regula, incluyendo, a previsiones de la propia Constitución.
Esto es, que las posibles inhabilitaciones por parte de determinados candidatos, sin excluir a aquellos a la Primera Magistratura, consecuencia de transgresiones a las leyes, el Tribunal Supremo pareciera inclinarse porque el juicio con respecto a ellas les incumbe a los electores y no a los órganos jurisdiccionales. Los primeros ejercen la soberanía originaria y los segundos la delegada.
En países menos decentes los gobernantes de turno controlan a las autoridades electorales y en las urnas, incluyendo las denominadas electrónicas, la regla pareciera ser de 10 votos 9 para el candidato oficialista y 1 para el de la oposición. La gente amargada jura no sufragar más y al llegar a su casa pronuncia la palabra “fraude”. Ante esa expectativa se halla hoy el pueblo estadounidense.
“El poder de las urnas” refleja, como no puede negarse, esa dualidad entre su concepción primigenia y su ruptura. Los países de América Latina ante el reclamo de las naciones democráticas por el respeto al sufragio, han de buscar alivio en aquellas de libertad restringida, entre otras, Irán, China y Rusia, a las cuales atraen mediante convenciones, en la mayoría de los casos leoninas, con respecto a la explotación de las riquezas naturales.
Se esperará y veremos. Incógnita preocupante.
Luis Beltrán Guerra es escritor, columnista y abogado. Es doctor en Derecho (Harvard University) y profesor de Derecho Administrativo. Fue Procurador General de la República de Venezuela, Ministro de Justicia y Diputado. Fundador (Partner) de Luis Beltrán Guerra G. Asociados.
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