Desde esta ventana (1996)*

La eterna condena de no poder escapar, de no tener a dónde huir realmente. Esa es quizás la mayor utopía del condenado a sentirse condenado a la utopía

Letras conservadas 10 de junio de 2023 Luis Leonel Leon Luis Leonel Leon
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"A mano una ventana como esta" 2023, LLL

Me asomo a esta ventana cada noche
como si fuera el lado más soleado
y a la vez más oscuro de mi calle.
Desde aquí no importa si es de noche en la ciudad
o si la ciudad se ha vuelto noche, así de pronto,
después de, inevitablemente, haberlo comprendido.

Tal vez, como tantas cosas, es sólo una cuestión de tiempo,
una jugarreta del tiempo real,
la sensación, el chispazo de ese instante
muchas veces impreciso
en que por fin abrimos los ojos.
Algo que no siempre sucede.

Me asomo al vacío y veo la ciudad y viceversa.
Eso parece ser lo más terrible de esta historia infantil
de adultos abandonados al borde del miedo,
siempre tan nerviosos, perdidos, sin otra brújula
que la necesidad de huir del desespero
y la eterna condena de no poder escapar,
de no tener a dónde huir realmente.
Esa es quizás la mayor utopía del condenado
a sentirse condenado a la utopía.

El silencio, aunque parezca ausentarse, 
siempre nos acompaña. 
Se ríe de nosotros detrás de cada ruido. 
Por ahí anda susurrando con su vieja carnada. 
Prueba a pegar la oreja a la puerta de tus fugas 
como si la pegaras a tu corazón 
y de una vez entenderás el mundo. 
Las cosas más o menos mundanas de este mundo 
que exploramos creer.

Esos que ves despeñarse, 
olvidarse y sonreír como delfines,
esos ruidosos silencios son mis buenos vecinos.
Recostados saborean, a veces sin saberlo, lo peligroso 
y chévere de caminar sin entender qué sucede 
más allá de la esquina o en la casa de enfrente 
o tras la hipnotizante pantalla del televisor, 
que casi nunca logra ocultar la verdad, después de todo. 
Tan solo tienes que poner atención,
suelen decirme, ellos, con la mueca de costumbre.
Ruidosos, pero inteligentes, 
sarcásticos, como ciertos discursos,
así suelen ser mis queridos vecinos,
a veces sí, a veces no,
a veces no tengo vecinos y navego solo
como dando brincos
entre los ruidos de una ciudad adormecida,
de rumbas silentes, insuficientes, apagadas, 
soñolientas, a pesar del carnaval. 

Quizás sea fácil, aunque a veces espinoso,
contemplar los senderos que esconden las nubes,
no las del cielo, sino las de la gente,
las vértebras cansadas de nuestras ilusiones
los callejones del olvido
el íntimo lenguaje de la oscuridad
que no pocos celebran, que arrastramos  
como si fuesen desabridas luces de bengala
lanzadas sin orden ni pretexto, sólo por el placer 
de ver que alguna luz se enciende, 
incluso fugaz, en la vieja metrópoli anestesiada.

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(Collage "El lado más soleado y más oscuro de mi calle", LLL, 2023)

La ciudad también puede ser una navaja,
un pantano, una pluma en el viento, una sorpresa.
Pienso, dudo, me fugo en la mirada perdida de mi madre,
en la voluntad del Dios con que a veces discrepo,
en los gemidos de las hermosas piernas 
que se abren lentamente para otorgar sentido 
a cada pensamiento y arruga de mi cama.

El barrio a veces se alborota 
con un increíble jonrón de los azules, 
que en los últimos tiempos suelen contentarnos,
cederle añejas utopías a sus temporadas
y así a las nuestras, incluso a las mías.
Después quizás un chiste, un verso, un bolerón
un alcohol sin etiqueta, un amor no trascendido,
una seductora mordida en la memoria.
Puede ser tan cruel como adictivo
este vulgar deporte
de vivir creyendo que de verdad vivimos. 

Recuerdo que la vida también es todo esto
que no sabemos resolver,
mucho más de la mitad de la mitad
que sin saber nos hemos inventado.
Lo cierto es que aún no logro descifrar la noche
como aquél mapa del tesoro escondido
que de niño soñé, más de una vez, llevarme a casa.
Confieso que al principio, como todo principiante,
creí en la tonta fábula de la emboscada.
Pero después pude ver
que la luz se desarma en sueños dormidos
y que no siempre estará a mano el despertador.

Por eso quise acercarme a esta ventana
desde donde puede verse otra ciudad
siempre que no equivoques el calidoscopio
y quieras distinguir el almacén del alma,
las huellas del sudor en las vidrieras
la herida respiración del porvenir
los colores del recuerdo, la ingrata desmemoria.

Sé que a veces la estampa que acaricio no es real
y que puede volverse una postal amarilla la alegría.
Todo depende del anhelo o el glamour
con que las fantasías bailen en el laberinto
y de que entendamos, muy a pesar de todo,
que no debemos dejar de sonreír, así sea jodido, 
así nos repitan que es casi imposible. 

Bien sé que muchos muros, como estos,
no son pura ilusión. Pero yo sueño,
sueño todas las noches desde esta ventana
ambicionando que la confluencia del amor
y las agallas, si no es mucho pedir,
nos cure un poco,  
un poco más de lo que una vez 
se planeó para nosotros,
los sobrevivientes de los sobrevivientes
de una isla que tiene mucho de ilusión,
resignación, olvidos, flácidas esperanzas,
fosa común para rumberos ebrios
de pecados y de islas. 

Por eso beso 
poco a poco
a mis amores
mis puentes, mis fotos, mi codicia, mis bocetos,
con una afable mezcla de mañanas y nostalgias.
Un legítimo deseo que se ha ido fecundando 
como sólo pueden fecundarse los deseos. 

Aunque la ciudad es una boca de lobo
subo corriendo a la azotea de las utopías
y sudado sonrío, como ese niño feliz
que respira profundo y se resiste, 
espantado de la ciudad que ama,
a romper en llanto, a romper su vida. 
Sé que quien decide saltar al vacío no ha logrado 
encontrar siquiera un trozo de escalón,
y que siempre, aunque a veces no se vea,
todo laberinto tiene una salida. 

Yo escojo esta ventana, la mía.
Me digo, aunque no esté muy seguro,
que el tiempo es tan real como difuso, 
que chillan ahora mismo sus relojes, 
que en cualquier parte, incluso aquí,
hay algo perdido y algo por hallar, 
que así es el mundo, así es su historia
circular, preciosa, insana, incomprensible. 
Quiero creer que al final no cuesta nada
o casi nada, continuar soñando,  
pero, eso sí, con los ojos abiertos,
quizás toda la vida, 
sobre todo, si logramos
mantener a mano una ventana como esta. 

*Escrito en 1996, en La Habana, perteneciente al cuaderno “Sueños para remendar”, del mismo año. Por entonces su autor producía programas en Radio Metropolitana y estudiaba en la Facultad de Cine del Instituto Superior de Arte. De estos versos, que alguna vez leyó en su programa Una Imagen Posible, nació el nombre de su blog. Puedes seguirlo en Twitter @LuisLeonelLeon

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