¿Novela negra, realismo sucio? De eso y más hay en Cubiche. Y unas descripciones tan fieles que a uno le parece acompañar a Cubiche en sus andanzas por Little Havana, La Sagüesera (South West) o Hialeah
Ítaca y exilio
Nuestro exilio es esa Ítaca, no a la cual se regresa, sino a la que se llega para emprender un viaje, en el que nos toca aprender y resistir como solo puede hacer un exiliado. No un viajero, no un emigrante, no un polizón. Un exiliado
Letras07 de abril de 2024Luis Leonel Leon
Viaja. Y cuando emprendas el viaje, no de retorno sino de adiós a tu tierra, o al menos a ese terruño donde creíste haber nacido, que no es lo mismo que abrir por primera vez los ojos, te aconsejo que pidas, en voz alta o silencio, algunos pocos deseos cardinales, para que no te olvides de cumplirlos, antes de que sea demasiado tarde.
Viaja y pide que el camino no sea tan largo y lento como suele ser el camino del tedio, entre las ramas trepadoras del pantano, rodeado de muros ciclópeos, drogados y enfermizos. No confundas la nostalgia con la melancolía. No te ahogues entre pérdidas, temores, pasajeros obstáculos y retumbos propios del forzoso aterrizaje, o a veces colocados o inventados por nosotros mismos y la insoportable levedad del exilio, nuestra Ítaca, nuestro viaje a la semilla por plantar, nuestra única posibilidad de ser, no lo que alguna vez fuimos o creímos ser, sino lo que nunca hemos sido.
Viaja como Ulises viajó a la guerra y al amor. No permitas que te atormenten los seres dañados y monstruosos con los que nunca dejarás de tropezar en tu difícil camino, aún más difícil que el de muchos otros que han crecido, feliz o arduamente, con las raíces en su tierra, más o menos fértil. Siempre será mejor, siempre, incluso, será una bendición, ser un trasplantado, que un árbol sin nuevas ramas, seco, podrido, inservible siquiera para un efímero o memorable BBQ en cualquier monte, en cualquier costa.
Viaja y no temas a los torpes mitos, ni a la imposibilidad de renacer en otra lengua, acaso no tan viperina como la que aprendimos, pero con casi las mismas palabras claves, aunque el eco las haga sonar muy distintas, casi contrarias a lo que en realidad son. Las palabras, las aprendidas y las por aprender, hasta las desconocidas o las que aún no hemos inventado, no son más que espejos y asideros del deseo, la más cotidiana y simple metafísica, la eterna mecánica del tiempo, el mundo casi impalpable que inventamos a imagen y semejanza de nuestras abstracciones. Recuerda aferrarte a las palabras que te salven, alejarte de quienes quieran engañarte con palabras y –como un buen bolero– buscar un corazón que te reciba.
Viaja. El exilio no debe ser agonía. Tampoco aquella fiesta del París que ya no existe. El exilio debe ser también resiliencia, sobre todo ahora, que tan de moda se ha vuelto la palabra, no tan así su práctica. Pero tú, más allá de las leyendas, los modismos, las creencias, no olvides la metáfora del peregrino. Nuestra Ítaca es el exilio. Nuestro exilio es esa Ítaca, no a la cual se regresa, sino a la que se llega para emprender un viaje, en el que nos toca aprender y resistir como solo puede hacer un exiliado. No un viajero, no un emigrante, no un polizón. Un exiliado.
Viaja y busca tu Ítaca. Y aunque al comienzo, o durante años, regreses a casa con las cutículas repletas de sangre endurecida, luego de 8 o 10 horas raspando paredes con las peores herramientas, bajo la soledad de un sol que no perdona o un invierno interminable, con los pies en la tierra, no dejes de elevar tus pensamientos, pues el destino es también el camino que vislumbres.
Viaja. No te dejes arrastrar, otra vez, a la cárcel de aire contaminado y rechaza, con toda tu fuerza, la repetida idiotez del síndrome de Estocolmo, que tal vez debió llamarse el síndrome de La Habana. Visita muchas ciudades de esta América y bebe de los sabios que la diseñaron con asombroso virtuosismo y celo. Sin olvidar tu tierra, tu primera tierra, baldía, agonizante, perdida como todo paraíso, ten siempre a América en tu mente. Construye tu propio sueño americano, pues ningún sueño existe más allá de nuestras ambiciones, anhelos, ilusiones que un buen día son increíbles realidades.
Viaja y no permitas que las tontas emociones te traicionen ni dejes escapar la emoción que ilumina tus ojos. Si no la conservas dentro de tu alma, llegará ese día, inevitablemente, en el que tu cuerpo y tu casa serán meros cascarones, que con el tiempo (ese cabrón que nunca se detiene, mucho menos para ti, que has llegado tarde, una vez más, a casi todo) cantarán All we are is dust in the wind, y nadie coreará, porque no habrá nadie, siquiera el obsceno y pálido recuerdo de aquellas atractivas y flacas muchachas que, sin saber ubicar a Kansas en el mapa, cantaban en las noches de una playa habanera en el seductor idioma del enemigo, que años después, tan explotador, tan benevolente, les acogió como a sus hijas.
Viaja y pide que el camino de tu vida sea largo, pero que fluya como un río, que tenga la belleza y la profundidad de los grandes lagos, esos mares internos que son la sangre de estas tierras, donde no hay fuertes veranos tropicales, pero sí –si te lo propones– muchas mañanas como sueños de verano y puertos nunca antes vistos por ti. Viaja. Detente en los emporios y en los pequeños mercados. Hazte de deliciosas mercancías y ponle sensuales fragancias a la piel que te acompaña, sus pasos, tus huellas, tus pasiones. Viaja. El exilio es también un viaje, a veces hacia adentro. A veces, muchas veces, hacia el desasosiego. Con el tiempo y los desaires, te harás más cauteloso.
Viaja. Sigue los consejos inmortales del viejo Kavafis, pero ojo, tú, que no eres aquel Ulises, que no buscas retornar a tu isla (que nunca fue tuya y que ya sabes que no existe), tú, nieto e hijo de los que se fueron y de los que se quedaron, en la isla y en el tiempo, en el olvido, bajo el mar, en los abismos, en el macabro carnaval del día a día, culpables, inocentes, engañados, estatuas de sudor, muecas de lágrimas, todos los telémacos, penélopes, anticleas, laertes, sísifos, tirios y troyanos, tú, que anhelas encontrar tu parcela, edificar tu casa, tu lugar en el mundo, tú, no temas tropezar, ni equivocarte, ni apresurar el viaje todo lo que puedas, pues ni todos los Ulises y odiseas son iguales, ni todas las Ítacas viven todo el tiempo. Solo viven el tiempo que nosotros las vivimos, a veces solo para vivirlas, otras veces para poder contarlas.
Viaja, toma notas y cuenta tu viaje. Tampoco corras todo el tiempo, de vez en vez respira profundo y contempla el baile fugaz de las luces que alumbran el camino. No creas todo lo que dicen los diarios, la publicidad, los políticos, los necios, los frustrados, cualquier idiota o pervertido con un micrófono en la boca y nada provechoso en el cerebro. Lee todo lo que valga la pena leer. No todos los libros son buenos consejeros, pero, gracias a Dios, las páginas aún suelen contener menos patógenos que la televisión y las redes sociales. Tampoco hagas caso a todo lo que dicen los poetas, pues también se equivocan y no todos sus versos trascienden o conocen el rigor de tu albur de simple y mortal exiliado.
Viaja. América siempre tendrá mucho que darte y aunque la halles pobre, o mucho menos rica que lo que imaginabas, debes comprender que nunca te ha engañado y que has sido tú, el exiliado y sus circunstancias, quien, entre pocas opciones, ha decidido trasplantarse. El sendero del exilio no es un viaje al paraíso, aunque a veces, después de haber escapado de un verdadero infierno, cualquier viaje pueda parecer un paraíso.
Viaja. El exilio es imaginar que naces cuando en realidad ya habías nacido. El exilio es no aprender jamás a despedirse de seres y cosas queridas. Hijos que se hacen hombres sin padres, madres a las que no se vuelven a abrazar. El exilio es la más larga distancia entre la raíz y la hoja a merced del viento, en ocasiones tormenta tropical, por momentos brisa de mar, de montaña o jungla de asfalto. El exilio siempre será un viaje del veneno al antídoto, de la condena a la absolución, pero siempre incompleto. La libertad –debes saber– es otra cosa. A veces otro viaje, donde el exilio es tan solo el comienzo.
Viaja. Como en el de Ítaca, este camino no puede enriquecerte, pero tú podrás enriquecerte en tu camino. Incluso en el peor de los escenarios, en el más abrumador de los días, tendrás ante ti el ticket para continuar el viaje, otro viaje hacia adentro, ese estupendo viaje, que sin el sueño de esta América real –tan tangible como nuestro exilio– tal vez no hubieras emprendido.
Viaja. Ítaca y exilio. Viaja. Siempre viaja.
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