Algunos días después emprendimos nuestro viaje. Por el monte espeso, por aquella manigua ahora desierta, andaban los novios como exploradores. Luis decía que era práctico y que muchas veces había llegado hasta aquellos lugares. Patria, Rosendo y yo los seguíamos
Los Carbonell, cubanos edificadores de la patria
Con 80 años, Candelaria partió al exilio por segunda vez. La historia se repetía. ¡Cuántas cosas no había ella sobrellevado en su larga vida!
Historia01 de octubre de 2024 Teresa Fernández Soneira“La estatura de un pueblo se empina o se encorva con las obras de sus hijos”, decía hace varias décadas la periodista cubana María Elena Saavedra en el Diario Las Américas. Y continuaba diciendo: “Antes de fijarnos en el progreso o el bienestar de una nación, es menester volver atrás y cavar muy hondo para ‘gloriarse’ con los edificadores de la Patria”. Por eso hoy vamos a gloriarnos de algunos ilustres cubanos que forjaron nuestra nación.
El capitán del Ejército mambí, Néstor Leonelo Carbonell y Figueroa, (Sancti Spiritus 22 mayo 1846-La Habana, 8 noviembre 1923) había luchado junto a Carlos Manuel de Céspedes en la Guerra de los Diez Años cuando contaba 22 años, abandonando “las dulzuras del amor para pelear sin paga y sin armas, por la honra y derechos de su pueblo”. Durante la guerra, Carbonell había perdido en la misma semana, a tres de sus hijos y también a su esposa producto de la viruela. Muchos años más tarde, contaba su nieta María, que cada vez que su abuelo recordaba este capítulo de su vida, se le llenaban de lágrimas los ojos. Aquel itinerario doloroso que había hecho Néstor Leonelo con sus tres hijos pequeños sobrevivientes de aquella tragedia, quienes habían visto morir y luego sepultar entre las hierbas a la madre abnegada y a los tres hermanitos, tuvo que haber sido devastador.
Durante la guerra, Carbonell fue apresado y condenado a la pena de muerte, pero después de hacer una apelación ante el tribunal, se le cambia la condena por deportación a Cienfuegos. Más tarde es nuevamente capturado, pero logra escapar del tren que lo conduce a otra provincia y se esconde en Cárdenas. Finalmente, viaja a La Habana donde ejerce como maestro. En 1878 contrae de nuevo matrimonio en Calabazar con Eloísa Valentina Rivero Brito, con quien iba a compartir inolvidables momentos de la vida. Pero el deber que había contraído con Cuba debía cumplirlo, y en 1879 sigue conspirando y marcha a Haití para realizar actividades conspiratorias. Cuando regresa a Cuba en 1880, el gobierno colonial conoce sus pasos y lo mantiene estrechamente vigilado. Años después, comprende que debe tomar el camino del exilio, y desde allí se propone continuar trabajando por la patria. “Vive en Tampa, como un padre del pueblo, el fidelísimo cubano Néstor Leonelo Carbonell. Él es de aquellos cubanos incansables que solo sienten dicha en lo que eleve y mejore el alma patria”. José Martí
El exilio de Tampa
En enero de 1888 llegan los Carbonell a Cayo Hueso. Van Néstor Leonelo y su esposa Eloísa acompañados por los dos hijos sobrevivientes del primer matrimonio: Eligio de Jesús Carbonell Malta y Natividad de los Ángeles Carbonell Malta (Talita). La otra hija que había sobrevivido a los años de la guerra murió en La Habana en 1878. En este viaje a Cayo Hueso acompañaron también al matrimonio cuatro hijos nacidos antes de la partida al exilio: Candelaria (Canda), José Manuel, Néstor y Blanca Rosa Carbonell Rivero. En Cayo Hueso nacerían María de la Encarnación y Carmela María, ambas de corta vida, y en Tampa, Gaspar, Juan y Miguel Ángel. Luego de un año de estancia en Cayo Hueso, la familia pasa a Tampa donde por entonces existía una colonia de unos 8,000 cubanos.
Con la ayuda de un amigo, Carbonell abre en Tampa una escuela en la que ofrece educación elemental y superior, y logra así ganarse la vida para mantener a su larga familia. Hace amistad con José Dolores Poyo y Ramón Rivero y Rivero, dos pilares de la emigración en esa ciudad. Funda el periódico La Contienda y abre una librería, La Galería Literaria, en la cual también trabaja su hijo Eligio. El exiliado cubano Wenceslao Gálvez, residente de Ibor City por aquellos años, nos ha dejado sus memorias, y en ellas leemos esta interesante referencia sobre Néstor Leonelo:
“Otras veces dejando aparte los libros que se empolvaran en los anaqueles, Carbonell me hablaba de Martí con entusiasmo cada vez más creciente. Se sabía los versos del Maestro de memoria y los recitaba con la fidelidad de un fonógrafo perfeccionado. Recitaba discursos políticos del mismo autor, pero los recitaba con tanto cariño que parecía ser el propio Martí produciendo su obra, cuando hablaba de él se iban las horas”. Y sigue diciendo: “[…] La librería de Carbonell tenía un sello especial, sobre todo por las noches. El ansia de saber noticias llevaba a la librería a mucha gente, a tantas que cabían sentadas en los baños y tenían que hacer cola a la puerta. A la luz indecisa de dos lámparas de petróleo, el primer traductor que la suerte deparaba leía, no importaba que tradujese bien o mal; lo que se quería era que tradujese las noticias que venían en los periódicos americanos”.
El patriota Néstor Leonelo Carbonell.
Los miembros del club Ignacio Agramonte, al que pertenecía Carbonell, invitan a José Martí a visitar Tampa para asistir a una histórica velada artístico-literaria que se llevaría a cabo para conmemorar el aniversario del fusilamiento de los estudiantes de Medicina, y en la que querían que Martí fuera uno de los oradores. Martí acepta la invitación y le escribe a Carbonell: “de lejos he leído su corazón, y desde acá he visto también el mucho oro de su alma viril, donde corren parejas la ternura con la luz. Y digo que acepto jubiloso el convite de esa Tampa cubana, porque sufro del afán de ver reunidos a mis compatriotas. ¿Y me querrán ellos a mi como yo los voy queriendo? ¿Es la patria quien nos llama? Obedezcamos, pues, que de seguro ella nos alienta para algo grande. La oportunidad magnífica de vernos, de hablarnos, de poner juntos los corazones, no debemos desaprovecharla. Hay que crear”.
Entre los hijos de Néstor Leonelo y Eloísa estaba Candelaria. Sería ella la única mujer que formaría parte del programa que habían preparado para el 26 y 27 de noviembre de 1891. Canda, como cariñosamente la llamaba su familia, llevaba ya varias semanas ensayando su papel para la velada en la que recitaría los versos del poeta bayamés José Joaquín Palma, en honor a la esposa de Martí, doña Carmen Zayas Bazán. Cuando llega el día 26, Canda acude a la estación ferroviaria de Ibor City acompañando a su padre y a su hermano Eligio para recibir a Martí. Era de madrugada y caía una lluvia inclemente. No obstante, los cubanos habían acudido al encuentro y aplaudían al Maestro con entusiasmo. En el Liceo Cubano esa noche, Candita recitó los hermosos versos y luego fue testigo del famoso discurso del Apóstol, “Con todos y para el bien de todos”, pieza de fundamental significado histórico.
Al día siguiente, 27 de noviembre, regresaron al Liceo para conmemorar los 20 años del fusilamiento de los ocho estudiantes de Medicina, y es cuando Martí pronuncia otro discurso trascendental: “Los pinos nuevos”. En ese acto Candita vuelve a distinguirse recitando esta vez el canto de José Fornaris “A los Mártires del 71”, y es luego felicitada por el propio Martí.
El último día, 28 de noviembre, el club Ignacio Agramonte y La Liga Patriótica de Cuba ofrecen un brindis en honor a Martí a pocas horas antes de su partida. Es a Candita a quien le corresponde el honor de entregar al Maestro una pluma y un tintero como regalo de los cubanos de esa ciudad. Más tarde ese día, Martí se reúne en casa de la familia Carbonell donde había sido huésped de honor todos esos días. Era la última noche. De ella nos queda el sentido testimonio de Néstor hijo: “A la hora de comer lo hizo en la casa de Néstor Leonelo Carbonell. En aquella mesa que evoco como un sueño, presidida por mi madre, tomó asiento Martí. El habló y todos lo escucharon. Su charla era como una sonora cinta de seda y oro”, termina diciendo Néstor.
La despedida que le ofrece esta distinguida familia al Apóstol estaría llena de fervor patriótico. ¡Tener la compañía de Martí! ¡compartir con él el pan del exilio, y sentarse a la mesa familiar a conversar! Debió haber sido una noche mágica pues además esa noche Martí dedicó a la niña Candita sus versos titulados A Candita Carbonell, también conocidos como “La virgencita de Ibor”:
“A Candita Carbonell”
Dice el coral envidioso,
un coral rosado y fino:
“Yo sé de un coral divino
sé de un coral más hermoso”.
La virgen del gran pintor
dice con triste querella:
“Sé de una virgen más bella,
la virgencita de Ibor”.
Hay dolor; si pone en ti
dolor alguno su mano,
dile: “Yo tengo un hermano
que está velando por mí”.
Años después, Canda contó que cuando terminó, el Apóstol le besó la mano “como si fuera una señorona”. Cuando Martí ya está listo para partir y llega a la puerta de la casa, ve con asombro que una muralla de almas se lo impide. Cuadras y cuadras de manifestantes; bandas de música; el Cuerpo de Bomberos y otras asociaciones locales le hacían imposible la salida. Cuentan que se despidió entre abrazos, suspiros y sollozos callados. Néstor Carbonell hijo comentó: “tomó el tren Martí ya casi en marcha, dejando en cuantos lo habían conocido y lo habían oído, la impresión de que había vuelto a la tierra Jesús, un Jesús cubano, sin halo y como a caballo sobre corcel de llamas”.
Para premiar la devoción patriótica de la niña Candita, Martí escribió a Eligio Carbonell, a quien Martí quería entrañablemente y al que llamaba “mármol blanco sin una veta negra”, y le comunicó que le enviaría una flor a su hermana. Tiempo después llegó una rosita de oro “que llevé prendida a mi pecho hasta que las cosas vinieron mal en nuestra Patria” – dice Candelaria. “Yo quería la rosita como si fuera un tesoro. Siempre temía que me la robaran, por lo que la hice guardar en la caja de seguridad en un banco. Allí quedó".
El fin de la guerra
Por fin terminó la guerra y llegó la libertad. En diciembre de 1898, Néstor Leonelo regresó a Cuba con sus hijos Néstor y Eligio. Consiguió un puesto como conserje en el Instituto de La Habana, escribió en el periódico La Lucha e impartió algunas clases. Fue más tarde nombrado jefe de sección de la Secretaría de Gobernación durante la presidencia de José Miguel Gómez, y trabajó en la Jefatura del Archivo de la Presidencia de la República.
Los hermanos Carbonell en la época en que los conoció José Martí en Tampa. El más alto es Eligio, a la izquierda está José Manuel y a la derecha, Néstor. Sentada en el centro, Candita. Fotografía publicada en la revista Bohemia, febrero de 1953.
Pero ya tenía muchos años, su corazón había luchado demasiado y no latía con la misma fuerza de la juventud. El 8 de noviembre de 1923, un día triste de lluvia y viento, “soltó el escudo y abandonó el estadio, reclinó la cabeza en una nube, apagó el hachón de su juicio, cerró los ojos rebosantes de dulce paz y de inefable amor…”. Ya no volverían a oírlo hablar “de la religión del deber y del sagrario del hogar y de la patria”. Se había ido el gran cubano; el mambí, el político, el educador, el hombre noble. Enrique José Varona afirmó entonces: Todos en Cuba somos dolientes.
El segundo exilio
En febrero de 1959, ya con 80 años, Candelaria partió al exilio por segunda vez. La historia se repetía. ¡Cuántas cosas no había ella sobrellevado en su larga vida! Decía que quería morir en Cuba, en el suelo libre y generoso que habían fundado los patricios inmortales. “Muchas veces le pido a Martí, para que desde el más allá nos revele el camino”, decía ella. “¡Si eso se lo concediera Dios a los cubanos!” exclamó triste pero esperanzada. Y aunque no se pudo llevar al exilio aquella preciada rosita martiana que le había obsequiado el Maestro, su imagen permaneció en su memoria como un sagrado objeto que no pudo recuperar. Tampoco pudo lograr su deseo de morir en suelo cubano. Candelaria Carbonell Rivero falleció en Miami, el 4 de marzo de 1979, seis días después de cumplir cien años.
Cierro el homenaje a esta insigne familia de patriotas con unos versos inéditos que le dedicó a Canda su hermano, Néstor Carbonell Rivero:
“A Canda”
Yo pienso con gran fervor
en la buena hermana mía
la que Martí llamó un día
"la virgencita de Ibor".
Yo la miro desde aquí
en un lugar, no lejano,
pensando "tengo un hermano
que está velando por mí".
Es posible que Martí
desde el azul de una estrella
esté velando por ella
como lo estoy yo desde aquí.
(Este texto aparece en el libro "Relatos y Evocaciones, Una Antología 1986-2023" (Alexandria Lib. Pub. House 2024), de Teresa Fernández Soneira)
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