
A Walterio Carbonell los inquisidores demoraron décadas en rehabilitarlo. Y nunca lo hicieron totalmente.
Imagine en qué estado de ánimo está uno cuando se levanta, luego de una noche de apagón, plena de calor y mosquitos, y sin desayunar, para ir a trabajar, tener que esperar horas para abordar una guagua atestada de personas tan irritadas como usted
CubaLibre15/10/2024 Luis CinoEn un reciente episodio del podcasts “Desde la presidencia”, que estuvo dedicado al inicio del nuevo curso escolar, Miguel Díaz-Canel afirmó que la mala educación y la pérdida de valores son “la primera causa del malestar que nos causamos unos a otros en la cotidianidad”.
Vuelve a errar el mandatario: el régimen dictatorial que él representa, con todo lo que implica, es la verdadera causa del malestar de los cubanos.
Los malos modales, la grosería, el mal humor, la deshumanización y los comportamientos violentos son las expresiones resultantes de ese malestar, y no su causa, como asegura el presidente y primer secretario del Partido Comunista.
No pretendo justificar esas actitudes que tanto daño nos hacen, pero evidentemente no resulta fácil mostrarse afable cuando la vida se nos ha convertido en un infernal torneo por la subsistencia donde tenemos que enfrentar todo tipo de obstáculos y dificultades.
Imagine en qué estado de ánimo está uno cuando se levanta de la cama, luego de una noche de apagón, plena de calor y mosquitos, y sin desayunar, para ir a trabajar, tener que esperar horas para abordar una guagua atestada de personas tan irritadas como usted.
Es muy difícil conservar el buen humor y la templanza cuando se vive hambreado, forzado a hacer colas para todo, atenazado por las prohibiciones, rodeados de inmundicias, careciendo de lo más elemental, y lo que es peor: sin esperanzas de mejorar.
Los cubanos teníamos fama de ser afables, simpáticos, hospitalarios, generosos, bonachones. Si lo fuimos, cada vez lo somos menos. Los rigores de la vida cotidiana bajo el inepto y fracasado régimen de la continuidad, nos han cambiado para mal, convirtiéndonos en una masa de seres que en su mayoría son huraños, amargados, recelosos, calculadores y oportunistas.
De tan compartidores que éramos, ahora si estamos tomando café, lo escondemos si alguien toca a la puerta. Y muy raras veces hay un plato en la mesa para el visitante, aunque sea de la familia.
Por obligación, vivimos en guardia para protegernos de los pillos y estafadores que nos acechan a cada paso. Y las casas, a fuerza de muros y rejas, se han convertido en calabozos.
La aguda crisis de los últimos tres años, provocada por el rotundo fracaso del reordenamiento económico implementado en plena pandemia, parece habernos sacado de adentro los peores rasgos: la ambición, la hipocresía, el egoísmo, la envidia, la maledicencia, el rencor, la agresividad.
Aseguraba Díaz-Canel en su podcast que “nada es más ajeno a la revolución que la mala educación y la descortesía”. Pero lo cierto es que los cubanos, en todas las instancias oficiales, tanto en un banco como en la bodega, somos tratados cual si fuéramos reos, sin el más mínimo rastro de respeto y cortesía. No es de extrañar entonces que actuemos con resentimiento, siempre a la defensiva y prestos a reventar.
La chusmería y la marginalidad ya no son excepcionales: se han convertido en la norma en esta sociedad. Caen pesados “los que se hacen los finos, los distintos”. Nadie quiere ser tomado por flojo o pusilánime y convertirse en víctima de abusos. Así, vivimos en un continuo ambiente carcelario, donde priman los que más obscenidades gritan y más guapetones se muestran.
No quiero ser fatalista. Es muy triste, deprime, dar por perdidos el decoro y la decencia. Pero es sabido que en un medio donde se lucha a brazo partido por la subsistencia y se impone el sálvese el que pueda, es muy difícil que abunden las buenas personas.
Publicado originalmente en Cubanet.
A Walterio Carbonell los inquisidores demoraron décadas en rehabilitarlo. Y nunca lo hicieron totalmente.
Los mismos comisarios que habían llegado al ridículo extremo de considerar la guitarra eléctrica y el saxofón como “instrumentos imperialistas” y a sus intérpretes como “colonizados y penetrados culturales”, cambiaron de opinión respecto al jazz y permitieron tocarlo siempre que estuviera mezclado con la música cubana
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