¿Negociar con el régimen? Los pros y los contras

Para no dejarse engañar y no caer en trampas, la oposición prodemocrática debe tener claro el rumbo, las metas a las que aspira. Para ello, antes que con el régimen,  deben dialogar y ponerse de acuerdo, al menos en sus puntos básicos y demandas, con todos sus actores, tanto en Cuba como en el exilio

CubaLibre04/01/2025 Luis Cino
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Muchos intuimos que, a fuerza de tanto fracaso y desastre,  el final de la dictadura debe estar cerca. Lo que no se sabe cómo pudiera ser ese final. Una negociación pudiera ser una de las maneras de  encaminarnos a ese final. Pero es bastante improbable.  El régimen, intransigente y soberbio por antonomasia,  jamás ha mostrado la menor disposición a dialogar con la oposición.  Y la idea de negociar, es rechazada de plano por sectores del exilio y gran parte de la oposición interna. 

Es perfectamente comprensible el rechazo acordar cambios con la dictadura y los temores de que de producirse, no conduzca a nada positivo o que contribuya a lo que llaman “un cambio-fraude”, que pudiera ser un régimen a lo Putin de generales oligarcas y aparatchiks disfrazados de demócratas.   

No obstante, hay riesgos que, ante la ausencia de otras opciones, vale la pena correr.

Que el régimen aceptara negociar significaría un gran paso de avance, pues le estaría reconociendo beligerancia y legitimidad  a la oposición pro-democrática, algo a lo que siempre se ha negado denodadamente.

Es poco probable que eso ocurra en este momento, cuando muchos de los más firmes opositores están en la cárcel o han sido forzados al exilio. Pero nunca se sabe qué puede pasar cuando una dictadura ve agotadas todas sus posibilidades, enfrenta la inminencia de un estallido popular de magnitudes incalculables y se le encima la  particularmente hostil administración Trump, con el cubanoamericano marco Rubio como Secretario de Estado.

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El diálogo fue posible y condujo a buen puerto en Polonia, España, Sudáfrica y Chile. Solo que en esos países había, dentro de sus gobiernos, sectores reformistas, y en  Cuba no se ven venir. Pero debe haberlos. Es imposible la unanimidad absoluta que pretenden los mandamases del tardo-castrismo continuista. Tiene que haber algunos entre la cohorte castrista con dos dedos de frente y un ápice de sensatez que comprendan que no pueden seguir chapaleteando en el lodo, y que si no quieren un cataclismo, tarde o temprano tendrán que pactar con sus adversarios.

Si llega el momento, que un eventual intercambio no se convierta en una farsa y conduzca a un cambio-fraude dependerá de la inteligencia y firmeza del bando pro-democrático, que debe tener claro hasta dónde se puede llegar en el toma y daca, el pacto  y las concesiones.

Para no dejarse engañar y no caer en trampas, la oposición prodemocrática debe tener claro el rumbo, las metas a las que aspira. Para ello, antes que con el régimen,  deben dialogar y ponerse de acuerdo, al menos en sus puntos básicos y demandas, con todos sus actores, tanto en Cuba como en el exilio. Algo que resulta bien difícil, cuando escuchamos a algunos que, sin ponerse de acuerdo con sus hermanos de lucha, descalificándolos e insultándolos, exigen la rendición incondicional de la dictadura, como si ya la tuvieran contra las cuerdas, y un ejército insurgente estuviera a punto de tomar por asalto el Palacio de la Revolución.

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Las posturas extremas no ayudarán a encontrar una salida. Habrá, sin renunciar a la justicia,  que deponer parte de los viejos rencores. Anunciar un Nuremberg contra los comunistas solo contribuirá al atrincheramiento de los muy asustadizos mandamases.

Recientemente el escritor y periodista  polaco Adam Michnik decía que “dar la mano al verdugo, convencer a alguien de que lo haga, es muy difícil, y muchas veces es imposible, porque la víctima se niega”.

Recordando el caso del Chile post-Pinochet, “donde las víctimas tuvieron que asumir que iban a tener que convivir en el país con sus carceleros y con sus verdugos”, sentenció Michnick: “Si uno quiere para su país instaurar una democracia después de una dictadura, no cabe otro camino. El sufrimiento humano no puede ser un instrumento para destruir soluciones de acuerdo y de convivencia”.

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Publicado originalmente en Cubanet.

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