Tanto en la paz como en la guerra

Con el tiempo siguieron arribando religiosas a la Isla para ocuparse de los hospitales militares como el de San Ambrosio y el de Guanabacoa en La Habana, así́ como el de Santa Susana en Bejucal

Credos22/06/2025 Teresa Fernández Soneira
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“No concibo el monumento al soldado español o al soldado mambí́, sin la silueta de la blanca y ensangrentada toca de la Hija de la Caridad”. Manuel Aznar Zubigaray

Las guerras son horrendas y despiadadas, dejando a su paso destrucción y dolor. Comenzando en 1868, Cuba sufrió la Guerra de los Diez Años y la Guerra Chiquita, para terminar con el Pacto del Zanjón. Pero estas guerras no trajeron la deseada independencia al pueblo cubano, y a pesar de tantos años de lucha, muerte y sufrimiento, y deseosos de extirpar aquel régimen que los oprimía, los cubanos estuvieron dispuestos a sacrificarlo todo lanzándose a otra guerra que esta vez sería la definitiva.

Desde su exilio en Nueva York, José Martí había venido orientando mentes y uniendo corazones. Máximo Gómez en República Dominicana, y Antonio Maceo en Costa Rica, también fraguaban una futura contienda, mientras que los cubanos de la Isla y los que se habían ido al exilio se unían para luchar de nuevo. Un grupo de patriotas dispuestos a hacer lo que fuera necesario para alcanzar la soberanía, preparó el alzamiento y aquel 24 de febrero de 1895 se dio el grito no solo en Baire, sino en muchos otros puntos de Cuba. Dieron el grito los grandes líderes como Bartolomé́ Masó, Salvador Cisneros Betancourt, Guillermo Moncada y Juan Gualberto Gómez. Y también las valientes patriotas: Edelmira Guerra, Rosa Dubrocá, Magdalena Peñarredonda, y Cristina Pérez. Todos gritaron ¡Patria y Libertad!  Se aprestaron para ayudar con la guerra los tabaqueros de Tampa y Cayo Hueso; los miembros de los clubes revolucionarios en Yucatán, Jamaica y Venezuela; las colonias de Nueva York, Ocala y San José de Costa Rica. También los hacendados de la colonia exiliada en París así́ como los campesinos de Viñales y de Campechuela. Al igual que habían hecho en la Guerra del 68, las mujeres mambisas se prepararon para en el 1895 nuevamente dar su apoyo, y volver a coser banderas y confeccionar sombreros y uniformes para los soldados.

Captura de pantalla 2025-01-18 a la(s) 11.36.26 p.m.El retrato como reflejo e identidad: sobre el libro "La Bella Cubana, rostros de mujeres en la Cuba del siglo XIX"

Hubo necesidad de muchos médicos y enfermeras para auxiliar a enfermos y heridos. El Ejército Español estaba bien provisto de equipos de sanidad y de médicos y hospitales en ciudades y en poblados, así́ como hospitales ambulantes en carretas para auxiliar en el campo de batalla. No así́ el Ejército Libertador que era pobre, con limitados recursos y pocos médicos, y botiquines con un surtido mínimo en medicinas e instrumentos quirúrgicos. En casi todos los diarios de campaña que han sobrevivido, advertimos que los cubanos estaban siempre en busca de quinina para remediar las enfermedades infecciosas, y nuestras enfermeras mambisas, como fueron, por ejemplo, las capitanas de sanidad Rosa Castellanos en Najasa e Isabel Rubio en Pinar del Río, tuvieron en muchos casos que recurrir al uso de plantas medicinales para aliviar los males.

Las Hijas de la Caridad llegan a Cuba

Pero en los 130 años que han pasado desde el final de la Guerra del 1895, poco se ha hablado sobre la extraordinaria labor de las congregaciones religiosas femeninas que, viendo la necesidad, dejaron sus labores habituales, la mayoría en la enseñanza y el cuidado de niños y ancianos, y se entregaron de lleno a dar apoyo a los necesitados de la guerra. Entre esas instituciones se encuentra la Congregación de Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl (1) que es la que nos ocupa hoy.

En circular del 1ro. de enero de 1847, el Obispo Buenaventura Codina escribía: “En 22 de noviembre de 1847 salió́ de España para La Habana, capitaneadas por Sor Casimira Irazoqui, un grupo de Hijas de la Caridad. Fue admirable la alegría con que todas emprendieron un viaje de dos mil leguas por mar”. El 12 de enero de 1848 llegaba a La Habana este grupo para hacerse cargo de la Casa de Beneficencia. Tres años más tarde, en 1850, llegan otras religiosas para trabajar en el colegio San Francisco de Sales de niñas huérfanas. También el arzobispo de Santiago de Cuba, Antonio María Claret y Clará (2), quien luego alcanzaría la santidad, hace una solicitud a la Reina pidiendo diez religiosas más para su diócesis.  Luego, en 1852 las Hijas de la Caridad son destinadas a sustituir a los hermanos de San Juan de Dios en todos los hospitales de Cuba. 

Con el tiempo siguieron arribando religiosas a la Isla para ocuparse de los hospitales militares como el de San Ambrosio y el de Guanabacoa en La Habana, así́ como el de Santa Susana en Bejucal. Más tarde van a Puerto Príncipe, Camagüey, donde son necesitadas en el Hospital de San Juan de Dios, en el de la Virgen del Carmen, y en el Hospital Militar. Otras hermanas son asignadas a la Casa de Beneficencia de Santiago de Cuba.

La Guerra de Independencia   

Cuando comienza la contienda en 1895, el sistema de salud estatal quedó subordinado al militar, y los sistemas privados también se pusieron a disposición de las necesidades de la guerra. Los hospitales no eran suficientes por lo que hubo necesidad de acondicionar otros locales, como almacenes e instituciones privadas, que se convirtieron en hospitales provisionales, en enfermerías, o en clínicas dependientes de hospitales. 

Las Hermanas de la Caridad comienzan a ofrecer sus servicios en el Hospital Militar Alfonso XIII4 de La Habana que más tarde se convertiría en el Hospital Calixto García. Trabajan en el Hospital Militar “Madera” de La Habana, y en los hospitales de San Francisco de Paula, y de San Lázaro. En el resto de la Isla abren sus puertas hospitales en Santa Clara, Cienfuegos, Sancti Spiritus, Remedios, Ciego de Ávila, Matanzas y en Santiago de Cuba, y a todos ellos van a trabajar las hermanas.

Captura de pantalla 2024-10-01 a la(s) 2.43.54 p.m.Los Carbonell, cubanos edificadores de la patria

Una de las principales enfermedades que afectaban a los soldados durante aquellos años eran el paludismo o malaria; el vómito, y la fiebre amarilla. El clima tropical y el vestuario poco apropiado para Cuba fueron también factores de bajas en el Ejército Español. En cierta ocasión el Generalísimo Máximo Gómez llamaba a los meses de junio, julio y agosto “mis tres mejores generales” porque era cuando más bajas tenía el Ejército Español en la manigua, lo que era ganancia para el Ejército Libertador.

Como si no fuera ya suficiente con todo el trabajo que desempeñaban estas religiosas, el Ministro de la Guerra ordena a que las hermanas marchen al frente de batalla expuestas a muchos peligros. Querían que los soldados pudieran tener en su agonía los cuidados de “una madre y el pensamiento del cielo”. El Padre Félix García, vice visitador de la Congregación, escribe al Padre General y le hace una descripción del heroísmo de las religiosas: 

“Las Hijas de la Caridad se han ofrecido a cuidar de los heridos en el campo de batalla y llegaron fieles en medio de los gritos de los moribundos y del estampido del cañón; algunas estaban desconsoladas por tener que quedarse entre las paredes del hospital… […]” (5). Tanto fue el trabajo de las hermanas que aún durante el tiempo de la oración tenían que ocuparse de los enfermos, cumpliendo aquello de dejar a Dios en la capilla para encontrarlo en la persona de los pobres que padecían.  Como decía San Vicente de Paúl, fundador de la Congregación, “si oís a los pobres que os llaman, mortificaos y dejad a Dios por Dios”.

En 1896 el Capitán General Valeriano Weyler impuso la reconcentración de la población en ciudades y poblados con el fin de privar a los insurrectos cubanos de la base de apoyo que le ofrecían los campesinos. Pensaba Weyler que con esta medida se daría fin a la guerra. La reconcentración se aplicó́ primero en 1896 desde Sancti Spiritus hasta Oriente.  Después, en octubre del mismo año se extendió́ a la provincia de Pinar del Río, y a principios de 1897 a los territorios de La Habana, Matanzas, y parte de Santa Clara. Durmiendo a la intemperie y pidiendo limosnas para alimentarse, o comiendo las sobras del rancho de los soldados; acorralados detrás de las alambradas en pequeños pueblos fortificados, los reconcentrados morían en alarmante número víctimas de la desnutrición, la disentería y la fiebre. Para dar un ejemplo, a consecuencia de esta medida, solamente en Pinar del Río fallecieron 8,638 personas en 1896; 15,454 en 1897 y 14,186 en 1898 (6). La cruel e inhumana disposición del General Weyler no causó que la guerra terminara, ya que los mambises continuaron luchando, pero sí provocó que ocurrieran aún más enfermos y muertos. Esto, así́ como una protesta a nivel mundial, suscitó que Valeriano Weyler fuera relevado de su cargo.

Aunque ya Martí había muerto en combate en 1895, en 1898 en el periódico Patria que ahora dirigía J.A. Agramonte, apareció́ publicado un merecido encomio a las hermanas. Decía el artículo: “Hoy que Cuba está castigada por el azote de la guerra, la Hermana de la Caridad ha venido a cumplir su misión; la tenemos en los hospitales corriendo con todo lo que a la administración concierne y a la asistencia de los enfermos; ellas velan cuidadosamente porque del jefe al soldado todos estén bien atendidos; […]. Alimentos, medicinas, todo lo suministran por sus manos con arreglo a la prescripción facultativa, y a cada rato se las ve sentadas a la cabecera de un moribundo, hablándole de la vida eterna, consolándolo en sus dolores, infundiendo aliento y, por fin, cuando el alma del que deja de existir abandona la envoltura humana, sus labios rezan una palabra, pidiendo a Dios la gloria para el pecador, que abandona el mundo de los mortales”.

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El 28 de febrero de 1898, sor Carolina García, del Hospital de Mazorra en la capital, escribía en una carta a la Madre General, sor Lamartine en España: “Las tres plagas que tanto temíamos, al fin han caído sobre nosotras: la guerra, la peste y el hambre. Excepto tres hermanas, todas las demás han caído enfermas. […] Respecto a nuestros pobres, (enfermos), ya no pueden resistir por estar mal alimentados, pues no les podemos dar sino un poco de arroz cocido en agua. En el Hospital Civil de Santiago de Cuba, sor María Luisa Losa relataba a su superiora en Madrid, el 21 de junio de 1898: “Estamos sitiados por mar y tierra, y se muere de hambre toda la gente. […] Por el patio y cocinas de este establecimiento pasaron tres enormes granadas haciendo un ruido que horrorizaba; pero por fortuna no reventaron sino muy lejos […]. Somos diez de comunidad, algunas bastante delicadas, y sin recursos para nada. No puede Ud. figurarse las ganas que tengo de comer un pedacito de pan. Solo tenemos el pan Eucarístico (7), y bendito sea Dios, que todavía no nos ha faltado”.

Y continúa sor María Luisa:  “Dentro de pocas horas principia el bombardeo, y en esta casa no han quedado ni capellán, ni presidente, ni administrador, ni médico, ni practicantes, y hasta la mayor parte de los empleados se han ido, deseando salvar sus vidas: ahora sí que me considero Hija de San Vicente. A Dios sean dadas las gracias”. Y al final añade: “Ayer por la mañana vino el Padre Martínez a celebrar para darnos la Sagrada Comunión […] después de la misa nos habló́ del acto tan agradable que a Dios hacíamos las Hijas de San Vicente, quedándonos en la ciudad expuestas a perecer todas por permanecer firmes en nuestra misión de caridad”. (8)

Fin de la Guerra

Como consecuencia de los frecuentes y aterradores bombardeos y viendo que la guerra estaba perdida, el 28 de julio de 1898, España notificó su disposición de suscribir la paz.  El protocolo fue firmado por las dos naciones el 12 de agosto del mismo año.

Las hermanas atendieron a enfermos de uno y otro bando porque lo primero era la caridad, habiéndose sabido que en una ocasión una de las religiosas en Camagüey prestó su hábito de monja a un ayudante de Calixto García para que se pudiera escapar, saliendo al anochecer como si fuese una hermana que iba a hacer compras a la ciudad.

Después de terminada la guerra en 1898, las Hermanas continuaron su labor acompañando en los barcos de repatriación a los soldados españoles enfermos y heridos, y siguieron atendiéndolos a bordo de los buques y en la Península. El P. Antolín Martínez relata lo sucedido en Santiago de Cuba: “Después de las capitulaciones y entrega de la plaza de Santiago de Cuba, las cosas estaban allí́ tan mal, que nos pareció́ imposible poder permanecer por entonces en nuestra residencia de Santiago y resolvimos, muy a pesar nuestro, regresar a España […]. Salimos de Santiago de Cuba el 28 de agosto los misioneros y las hermanas.  El viaje fue todo un calvario. Además, de sor Eulalia, que murió a bordo del “Colón” (9), cuando aún estábamos en la Bahía de Santiago; murió sor Cruz a los seis días de navegación. Después de catorce días de viaje llegamos a La Coruña y nos comunicaron las hermanas que salieron a recibirnos que sor Bernarda había muerto allí́, hacia nueve días […]. Por fin llegamos a Madrid y a los días murió́ también sor Petra, y había muerto pocos días antes sor Ramona, la del Hospital Civil.” 

Screenshot 2025-05-15 at 7.31.50 AMJosé Martí y el totalitarismo

Algunas de las hermanas fallecidas habían trabajado por más de treinta años en la Isla. Muchas quedaron sepultadas en las inmensidades del océano, como sor Josefa de la Rota y sor Francisca de Sales Montoya, que encontraron descanso en los mares de Oriente.  Pero no todas las hermanas que habían venido a Cuba para ayudar durante la guerra partieron luego para España. Algunas quedaron en la isla en las obras de Casa de Beneficencia en La Habana y Santiago de Cuba; en los colegios de La Habana, Matanzas y Santiago, y en los hospitales de San Francisco de Paula, San Lázaro, y en el Hospital Santa Susana. Con los años vendrían más hermanas de la Caridad a Cuba, y surgirían muchas vocaciones religiosas de muchachas cubanas que formarían parte de esta congregación religiosa.

El periodista Manuel Aznar Zubigaray10, gran amigo de Cuba y abuelo de José María Aznar, quien llegaría a ser Primer Ministro de España, escribió́ en el año 1924 con motivo de las Bodas de Oro del Colegio La Inmaculada de La Habana: “No concibo el monumento al soldado español o al soldado mambí́, sin la silueta de la blanca y ensangrentada toca de la Hija de la Caridad”.

Por sus trabajos heroicos, y su entrega a los soldados de ambos bandos de la guerra, las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl escribieron páginas de oro durante la colonia. También de gran importancia fue la labor que desarrollaron en el campo de la enseñanza cuando llegaron a fundar 18 colegios por toda la Isla, además de asilos y guarderías. Pero eso amerita un escrito aparte.  

La Compañía de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl (en latín: Societas Filiarum Caritatis a Sancte Vincentio de Paulo) es una sociedad de vida apostólica femenina de derecho pontificio, fundada el 29 de noviembre de 1633, por Vicente de Paúl y Luisa de Marillac con el fin de dedicarse al servicio corporal y espiritual de los pobres enfermos, y en el campo de la enseñanza. Las mujeres miembros de esta sociedad son conocidas como hijas de la Caridad, hermanas paúles, vicentinas o vicencianas, y posponen a sus nombres las siglas F.d. C.

En la actualidad las Hijas de la Caridad en su consagración a Dios y al prójimo, siguen acompañando y prestando sus servicios al pueblo cubano a quien han entregado sus vidas y sus desvelos desde 1848. Nunca podrá́ Cuba agradecerles suficiente el bien que le han proporcionado.  ¡Bendecidas sean!

congreso catolico 3Toda Cuba a sus pies (memorias del Congreso Católico Nacional celebrado en Cuba en 1959)

NOTAS:

1 La Compañía de Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl fue fundada en Francia en 1633 por San Vicente de Paul y Santa Luisa de Marillac.

2 San Antonio María Claret y Clará (Sallent, Barcelona, 23 de diciembre de 1807-Prades Francia, octubre 1870). Fue Arzobispo de Santiago de Cuba (1850-1857). Su báculo tenía grabada la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre.

3 Ver Teresa Fernández Soneira: Cuba: Historia de la educación católica 1582-1961, Ed. Universal, Miami, 1997.

4 Inaugurado a finales de 1895, tenía 500 camas, pero pronto se amplió́ a 2,000 y llegó a albergar 3,000 enfermos durante la guerra. Tenía pabellones de madera unidos por galerías cubiertas.

5 Carta del vice visitador, Félix García al Padre General, La Habana, 28 de febrero de 1897.

6 Anuario Estadístico de la República de Cuba, Imprenta El Siglo XX, La Habana, 1915, p. 30.

7 La comunión o el pan de la hostia.

8 Tomado de “Historia de las Hijas de la Caridad en Cuba”, por sor Eva Pérez-Puelles, Superiora de la Congregación en Miami. Documento inédito.

9 El vapor Colón fue comprado en 1895 por la Compañía Trasatlántica Española para transportar tropas y pertrechos a Cuba.

10 Manuel Aznar Zubigaray (Echalar, 1894-Madrid, 1975) fue un periodista, político y diplomático español. En 1922 dejó España con su familia y marchó a Cuba buscando abrirse un espacio entre el periodismo cubano. Dirigiría sucesivamente los periódicos El País, el Diario de la Marina y Excelsior. 

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