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Edmundo Desnoes: vida de contradicciones y desgarramientos
Ante la imposible ubicuidad, Desnoes prefirió, por su bien, hacerse insignificante. Sentirse en el socialismo un muerto entre los vivos, ser nadie, como en sus días neoyorquinos, o menos todavía
Autores11 de diciembre de 2023 Luis CinoEl pasado 6 de diciembre falleció en Estados Unidos, a los 93 años, Edmundo Desnoes, el autor de Memorias del subdesarrollo, el libro en que se basó la película de 1968 de igual nombre dirigida por Tomás Gutiérrez Alea, y que es considerada una de las mejores del cine cubano.
Edmundo Desnoes pasó su vida entre el temor y la angustia, la abulia y el despiste. Un año en Venezuela, cuatro meses en un islote desierto de las Bahamas y cuatro años en New York consumieron más de la mitad de la década de 1950 sin que lograra encontrarse. Volvió a Cuba en 1960, convencido, según sus propias palabras, de que “nunca sería nadie fuera de su país”.
(Collage "Las Torres Gemelas" de Edmundo Desnoes)
Con pretensiones existencialistas y escrúpulos de pequeño burgués arrepentido, creyó que la revolución de Fidel Castro era su oportunidad de lucir y brillar. Empezó por escribir un artículo vitriólico contra la revista Visión, la misma de la cual había sido redactor durante su época neoyorquina, en cuanto esta criticó al régimen revolucionario.
En sus novelas No hay problemas, El cataclismo y Memorias del subdesarrollo, Desnoes reflejó el desmoronamiento de la burguesía cubana ante el ímpetu de la revolución. Y no tuvo que esforzarse: las contradicciones de sus personajes eran las mismas que él vivía.
(Collage "Las Torres Gemelas" de Edmundo Desnoes)
Estaba ya plenamente advertido de que inevitablemente el verdadero artista siempre será un enemigo del Estado, pero eligió dejarse llevar por el torbellino hasta ver adonde lo llevaba su compromiso con la revolución. Decidió integrarse al torrente sabiendo, alguna vez lo escribió, que “el hombre es, siempre será, un desarraigado”.
Desnoes anduvo por sus años revolucionarios como quien cruza un lago helado. El wei wu wei de Lao-Tsé fue su solución: actuar sin actuar, eligiendo sin elegir, confiado en su comprensión más elevada de intelectual. Sólo que es muy difícil, casi imposible, el dilema shakesperiano de estar y no estar, y ser o no ser, en taumaturgia simultánea. Más aún bajo un régimen totalitario.
Ante la imposible ubicuidad, Desnoes prefirió, por su bien, hacerse insignificante. Sentirse en el socialismo un muerto entre los vivos, ser nadie, como en sus días neoyorquinos, o menos todavía.
Ninguno como Desnoes para ser crítico consigo mismo. “¡Quien te ha visto, Eddy, y quien te ve, Edmundo Desnoes!”, exclama el protagonista de Memorias del Subdesarrollo cuando se desdobla para verse, maleado, lejos de sus ideas, oportunista, fumando tabaco y con la aprobación oficial, pontificando sobre literatura revolucionaria.
(Collage "Las Torres Gemelas" de Edmundo Desnoes)
Memorias del Subdesarrollo retrata el clímax de las contradicciones y desgarramientos de un intelectual burgués que ve derrumbarse su mundo sin lograr entender nada del paraíso proletarizado, ajeno, provinciano, mugriento y peligroso que va viendo surgir ante sus ojos.
Desnoes quiso ser moderado y objetivo y estar por encima de todos. Como en su cuento Jack y el guagüero, creyó entender a las dos partes. No quiso intervenir. Quería ver en qué terminaba todo. Gozó la situación. Quiso imitar a Dios, dejando a los hombres actuar según su libre albedrío.
De la revolución a la que un día sirvió sólo le quedó la fascinación por Fidel Castro. El problema era que la revolución, la patria, el socialismo y todo, el Comandante lo rimaba con muerte. Y Desnoes, antes que tanta trágica grandeza, quiso vivir. Por eso se fue de Cuba en 1979. Pero como mismo hizo en su tiempo como castrista, al irse lo hizo como aconsejaba Lao Tsé hacer para caminar sobre un lago helado. Se fue y no se fue, estaba y no estaba, era y no era.
Así, en 1981 recolectaría trastos para la antología Los dispositivos en la flor: literatura desde la revolución, y luego de dos décadas de estar viviendo en New York, vendría a La Habana, a inicios del siglo XXI, para ser jurado del Premio Casa de las Américas.
Desnoes nunca pudo ser optimista y siempre culpó por eso al subdesarrollo. Por esa obsesión con el subdesarrollo, habrá que agradecerle haber inspirado a Gutiérrez Alea la mejor de sus películas.
Cuando queden en el olvido las dubitaciones, los desgarramientos existenciales y los cargos de conciencia de Desnoes, lo que perdurará en el arte cubano es lo que en la más lograda y conocida escena de la película de Titón vio el actor Sergio Corrieri a través del catalejo: el monumento al Maine con el águila amputada, el mar, los techos de La Habana, la ropa tendida en las azoteas, las palmas, los pinos polvorientos y los álamos verdes de El Vedado.
Texto reproducido en El Nuevo Conservador por cortesía de su autor y la agencia Cubanet. Luis Cino Álvarez reside en Arroyo Naranjo, Cuba, y a pesar de la represión desde 1998 ejerce el periodismo independiente. Entre 2002 y la Primavera Negra de 2003 perteneció al consejo de redacción de la revista De Cuba. Fue subdirector de Primavera Digital. Es colaborador de CubaNet desde hace 20 años. Trabajó como profesor de inglés, en la construcción y la agricultura. Sueña con poder dedicarse por entero y libre a escribir narrativa. Le apasionan los buenos libros, el mar, el jazz y los blues.
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