Los dos golpes de Estado de Fidel Castro contra el presidente Urrutia
Hace 65 años, el 17 de julio de 1959, al forzar a Manuel Urrutia a renunciar a la presidencia, Fidel Castro escenificó el primer golpe de Estado televisado de la historia
Comprender la estrambótica estética de Kalatozov y explicarme, más allá de la fotografía de Urusevsky, el porqué de la fascinación de Coppola, Scorsese y otros pejes hollywoodenses por "Soy Cuba"
Historia16 de agosto de 2024 Luis CinoLa película Soy Cuba, del director georgiano Mijaíl Kalatozov (1903-1973) y que fuera la primera coproducción entre Mosfilm (Unión Soviética-Rusia) y el Instituto Cubano de Cine e Industria Cinematográficos (ICAIC), cumplió 60 años en julio pasado.
En su época, Soy Cuba constituyó un rotundo fracaso, pero más de medio siglo después de su estreno, empezó a ser considerada por muchos especialistas como una película de culto.
Kalatozov, que en 1957 había realizado Cuando vuelan las cigüeñas, premiada en el Festival de Cannes, llegó a La Habana en febrero de 1963 al frente de un equipo de realización que incluía al destacado director de fotografía Sergei Urusevsky, con el propósito de hacer una ambiciosa película sobre la revolución de Fidel Castro, cuando aún estaba fresca la Crisis de los Misiles de octubre de 1962.
El rodaje de Soy Cuba, que se inició el 26 de febrero de 1963, con una filmación en lo que quedaba del barrio Las Yaguas, duró un año y dos meses.
Enrique Pineda Barnet y el poeta Evgueni Evtushenko fueron los encargados del guion. La música corrió a cargo del compositor Carlos Fariñas. La voz en off de la actriz Raquel Revuelta fue utilizada como si fuera la voz del pueblo cubano.
A la premier de la película, efectuada el 30 de julio de 1964, en el cine La Rampa, asistió el presidente Osvaldo Dorticós.
La película, para la que no se escatimaron recursos, resultó un engendro artificioso y esperpéntico. Con demasiado seudo-folclor y un exceso de utopía revolucionaria, Cuba era presentada, luego de la destrucción de los casinos de la burguesía y de la nacionalización de las compañías norteamericanas, como una inmensa villa miseria habitada por felices y valerosos milicianos y macheteros que, en medio de palmas y cañaverales, entre danzas y cantos exóticos, enfrentados a los Estados Unidos, construían la sociedad socialista.
La imagen que daba Kalatozov de Cuba era tan preconcebida y estereotipada que no agradó a los comisarios culturales castristas, que se apresuraron a declarar que esa no era Cuba, ni tampoco a los del Kremlin, que la hallaron naif y con “problemas ideológicos”.
La película, pese a las innovaciones técnicas de Kalatozov y su equipo de realización (particularmente la fotografía de Urusevsky), fue menospreciada. Permaneció olvidada durante décadas en los archivos de Mosfilm hasta que, a mediados de la década de 1990, Francis Ford Coppola y Martin Scorsese la redescubrieron y quedaron tan impresionados por su calidad artística que llegaron a catalogarla como una obra maestra de la cinematografía mundial.
Hace menos de un mes, en el programa televisivo semanal dedicado al cine cubano, De cierta manera, volví a ver Soy Cuba. Pensé que tanto cine visto en los años transcurridos desde que la vi por primera vez quizás me ayudaría a apreciar y comprender la estrambótica estética de Kalatozov y explicarme, más allá de la fotografía de Urusevsky, el porqué de la fascinación de Coppola, Scorsese y otros pejes hollywoodenses por Soy Cuba.
Pero ni modo. Ahora —y que me perdonen los críticos— la película me pareció más grotesca y ridícula que la primera vez que la vi. Y eso es mucho decir.
Publicado originalmente en Cubanet.
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