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Los mandamases de la continuidad postfidelista, ni remotamente poseen la erudición de los mandarines confucianos de la dinastía Ming, pero de bobos no tienen un pelo. De ahí que aunque hayan arruinado al país y sumido a los cubanos en un purgatorio de hambre y apagones, se mantengan, como lapas, aferrados al poder
CubaLibre10/01/2025 Luis CinoSi uno lee sobre la dinastía Ming, que rigió en China entre 1368 y 1644, se hace inevitable la comparación entre la ultraconservadora burocracia que con sus métodos llevó a la decadencia y al aislamiento a China y el obtuso funcionariado inmovilista y negado a las reformas del régimen de la continuidad postfidelista.
Como al funcionariado de los emperadores Ming, con su interesada interpretación de las ideas de Confucio como pretexto y coartada, a los funcionarios retranqueros y la burocracia ministerial engendrada durante décadas por el régimen castrista, con su renuencia a las reformas y la economía de mercado, más que el desarrollo del país le interesa la preservación del orden del pasado para mantener sus privilegios y el poder. De ahí su paranoica ojeriza a todo lo que escape de su control y su testarudo apego ―a pesar de los reiterados fracasos― a la planificación centralizada, la empresa estatal socialista y su ojeriza a los negocios privados.
Refería el historiador británico Paul Kennedy en su libro de 1987 Auge y caída de las grandes potencias: “La acumulación de capital privado, la práctica de comprar barato y vender caro, la ostentación del nuevo rico… Todo eso ofendía a la elite burocrática… Si bien no deseaban poner freno totalmente a la economía de mercado, los mandarines intervenían con frecuencia contra los comerciantes, confiscando sus propiedades o prohibiendo sus negocios”.
El hipócrita puritanismo moral de los mandarines y su aversión por los comerciantes y los empresarios, a los que limitaban y cuyo progreso condicionaban, es similar al que muestran los mandamases del tardocastrismo, al servicio de los oligarcas de GAESA, con su puritanismo pseudocomunista, al imponer trabas a los negociantes privados y prohibir acumular capital y propiedades, condenando a los cubanos ―excepto a los privilegiados de la elite y sus familiares y allegados― a la miseria perpetua.
Los mandamases de la continuidad castrista proclaman la necesidad de incrementar la producción agrícola e industrial, pero la entorpecen al seguir apostando a ultranza por la planificación centralizada y la empresa estatal, aunque haya quedado sobradamente demostrada su ineficacia.
Donde mejor se puede apreciar esto es en la agricultura. Las decisiones sobre las tierras, los cultivos, las inversiones y los insumos necesarios, no son tomadas por los que trabajan los campos sino por los burócratas del Ministerio de Agricultura. A ello se deben los bajos rendimientos, y las cosechas que se pierden en los campos por falta de envase, de transporte, de combustible, o por el pésimo desempeño de la empresa estatal de acopio, incapaz de garantizar adecuadas condiciones de almacenamiento. Todo ello, sumado al fracaso del reordenamiento económico, provoca los altísimos precios en los agromercados, que no bajan por mucho que intenten toparlos las autoridades.
A pesar de que la mayor cantidad de tierra cultivable está en manos de las empresas agrícolas estatales, los campesinos y los arrendatarios producen mucho más. Y producirían aún más si les permitieran tener más iniciativa, y decidir, ellos que sí saben, teniendo en cuenta el funcionamiento del mercado, el estado del tiempo, las condiciones de la tierra y las cosechas. En eso, los productores del campo aventajan ampliamente a los burócratas del Ministerio de Agricultura. Aun así, el Estado no les concede la iniciativa y mantiene su apuesta por las empresas estatales y Acopio, aunque eso implique menos producción y, por tanto, tener que aumentar los gastos en comprar en el exterior alimentos que se pudieran producir en el país.
Los mandamases se niegan a reconocer el fracaso de los métodos socialistas en la economía porque reconocer la superioridad de la iniciativa privada significaría para ellos la reducción de sus poderes, y a no muy largo plazo, el fin de su régimen.
Los mandamases de la continuidad postfidelista, ni remotamente poseen la erudición de los mandarines confucianos de la dinastía Ming, pero de bobos no tienen un pelo. De ahí que aunque hayan arruinado al país y sumido a los cubanos en un purgatorio de hambre y apagones, se mantengan, como lapas, aferrados al poder.
Publicado originalmente en Cubanet.
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