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Contradiciendo su política cultural que dice batallar contra la banalidad y la vulgaridad para elevar el nivel cultural de los cubanos, ahora acepta y le da reconocimientos al súmmum de lo vulgar. Pero es que los mandamases quieren sacar provecho del reparto. Económico, porque evidentemente nunca conseguirán que el reparto sea “un arma de la revolución”
CubaLibre16/05/2025 Luis Cino
Sobre el programa Mesa Redonda del 28 de marzo, que estuvo dedicado a la música (de algún modo hay que llamarla) conocida como reparto, comentó en las redes sociales Carlos L. Alfonso, guitarrista, cantante y director del grupo Síntesis: “No puedo creer lo que estoy viendo y escuchando en la TV”.
Sentimos lo mismo que Carlos Alfonso, muchos de los que amamos la música, quiero decir, la de verdad, sin importar el género que sea.
En el programa “Llegó el reparto”, que algunos jocosamente bautizaron como “La Mesa Repartera”, luego de años de hacerle asquitos, se oficializó la aceptación por parte del régimen del grosero engendro marginal y anti-musical conocido como “reparto”.
La periodista Arleen Rodríguez Delivet, como moderadora, junto a un panel de tres musicólogos y un funcionario del Instituto de la Música, se encargaron de buscar argumentos para legitimar y validar el reparto, llegándolo a calificar como “un salto superior del reguetón”, por mezclar el Cubatón con elementos de la timba y hacerlo una expresión musical –nunca un género, por falta de originalidad en su célula rítmica– netamente cubana.
Casi llegan a declarar al reparto, en vista de su popularidad entre todos los grupos sociales y etarios en el país, donde ya prácticamente apenas se escuchan otros géneros, como Música Nacional; tan nacional como la palma real, el tocororo, la flor mariposa, el son y el poeta Nicolás Guillén.
La renuncia al buen gusto, la capitulación ante un monótono machaqueo mecánico que convoca a la tribu al despelote y el aguaje. ¡Con tanta música buena que se hizo y todavía se hace en Cuba, a pesar de los pesares!
Esto se veía venir. En noviembre del pasado año, en el discurso de clausura del X Congreso de la UNEAC, el presidente y primer secretario del Partido Comunista, Miguel Díaz-Canel, dijo, refiriéndose al reguetón y el reparto, que “no se deben menospreciar o subestimar desde posiciones elitistas, porque estamos ante un fenómeno cultural que trasciende los gustos sedimentados durante décadas por su fuerte componente y alcance social” y porque “se están generando ideas, señales de cambio de paradigmas culturales que no podemos ignorar ni desatender”. Además, aseguró que, debido al gran impacto que tiene el reguetón en segmentos cada vez más amplios, el régimen no puede mantenerse al margen, sino que debe influir en sus creaciones y sumarlos a “la política cultural de la Revolución”.
También el pasado año, la Cuba oficial derrochó oportunismo e hipocresía con motivo del asesinato de El Taiger, un intérprete radicado en Miami, sumamente inadecuado y al que nunca pusieron en la radio y la TV cubana, pero que poco faltó para que, después de muerto, lo convirtieran en héroe nacional.
En la Mesa Redonda sobre el reparto, los panelistas, cual comisión evaluadora de esas que caprichosa e inapelablemente clasifican a los músicos cubanos en categorías A, B y C, escogieron, entre tantos reparteros como hay en Cuba y en Miami, a El Taiguer y Bebeshito como los máximos exponentes del reparto.
El régimen, contradiciendo su política cultural que dice batallar contra la banalidad y la vulgaridad para elevar el nivel cultural de los cubanos, ahora acepta y le da reconocimientos al súmmum de lo vulgar. Pero es que los mandamases quieren sacar provecho del reparto. Económico, porque evidentemente nunca conseguirán que el reparto sea “un arma de la revolución”, como lo fue el Movimiento de la Nueva Trova, ni hacer que Bebeshito y El Micha sean los equivalentes de Silvio Rodríguez y Sara González.
Escribió en su blog la musicóloga Rosa Marquetti: “Dentro del desespero por sacar de donde hace tiempo ya no hay, han llegado a creerse que tienen en el reparto una fuente inmediata y cuantiosa de ingresos. Lo primero entonces, blanquear el reparto, que tanto negro y mulato, cuestionado con problemas con la justicia, no viste bien. Mejor promover y apoyar a un blanquito dócil y bonitillo (para algunas y algunos) y políticamente correcto. ¡Ilusos ellos que creen que pueden construirse un Bad Bunny nacional!”
Cuando leí eso, enseguida me vino a la mente Bebeshito, cuyo exitoso concierto en Miami tanto alegró al régimen de La Habana, y que ahora, con la muerte de El Taiguer, queda como el más importante repartero, según los panelistas de la Mesa Redonda.
Peor que la institucionalización del reparto es que signifique también la del reparterismo, de los rasgos y conductas que emanan de canciones y videoclips: la guapería, la chabacanería, las palabrotas, la jerga presidiaria, el machismo, el sexismo, la cosificación de la mujer, y la ostentación de que hacen gala los intérpretes con sus carros y sus exageradamente gruesas cadenas de oro y plata, haciéndolos ver como triunfadores dignos de imitar por la juventud de la paupérrima sociedad cubana.
Los gobiernos no tienen por qué decidir, por razón alguna, qué música se debe escuchar y cuál no, como cuando en las décadas de 1960 y 1970 el castrismo proscribió el rock y las canciones en inglés en general, por considerarla “un instrumento de penetración ideológica”. Pero tampoco deben promover y aconsejar cómo digerir determinados tipos de música, máxime si son deformantes, embrutecedoras y socialmente nocivas, como evidentemente es el reparto.
Sin eximir de culpas a los reparteros, hay que reconocer que ellos y las letras de sus ¿canciones? son el reflejo de la sociedad de donde surgieron. Una sociedad enferma, en crisis, una jungla donde se han perdido los valores y se ha impuesto el más despiadado “sálvese el que pueda”. Coincido plenamente con Rosa Marquetti cuando afirma que “el reparto es la banda sonora de la debacle y el desbarajuste nacional”.
Publicado originalmente en Cubanet.
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