Pretender que el progreso es una enérgica marcha hacia la igualdad y que implica “justicia social” para los preteridos y "empoderar” a los marginados, es una mentira tan grande como un templo
Darwin-Marx: ¿Mala interpretación o mala intención?
Pretender que el motor impulsor de las sociedades es la lucha de clase y que Marx nos pensó en el siglo XVIII cómo seríamos en el XXI, es confundir las leyes que soportan la estructura social humana y llevarnos directamente al odio, como cuando las tribus acusaban al otro de otredad e iban a eliminarlos por infieles. Nada de ello se puede inferir de la acuciosidad científica y caballerosidad de Darwin
Bogaciones24 de octubre de 2024 Andrés R. RodríguezCharles Darwin (1809-1882) y Karl Marx (1818-1883) tuvieron que soportar resistencia a sus planteamientos, ofensas personales y descalificaciones de todo tipo, como argumentos contra sus respectivas personas y obras. Pero la finura y profundidad de las ideas de Darwin, nada tienen que ver con las chapuzas y la subjetividad del pensamiento de Marx.
El primero pertenece de lleno a la cultura moderna, en que se entiende el desacuerdo como instrumento de progreso y ampliación de conocimientos. Para Marx, y más aún para los que tomaron el poder en su nombre, el desacuerdo es traición. Marx es un paso atrás, en nombre de luchar contra los males del capitalismo (que existen por ser hechura humana y terrestre) reestructura la sociedad con métodos medievales (si queremos comprobarlo, solo miremos a Corea del Norte, a Cuba o Nicaragua).
El primero fue un científico, prolijo, educado caballero, con un pensamiento educado y basado en las ciencias duras, eminente heredero de la rica ciencia inglesa, sus estrictos métodos científicos y finalmente miembro seleccionado de su comunidad pensante. Las ciencias naturales, la biología, serían ficción si aún hoy continuáramos con el creacionismo que era generalizado e incuestionable antes de Darwin.
Darwin trabajó en un ambiente dominado por la teología y la Biblia. Pero se movió con métodos de las ciencias duras y cuestionó hasta sus propias presunciones y afirmaciones, para destilar lo cierto. La obra de Darwin está reconocida hoy hasta en la enseñanza primaria. Por supuesto, tuvo y tiene detractores, lógicamente los interesados en mantener las creencias religiosas inalterables, pero ello es parte de la diversidad de la cultura moderna.
El entorno cultural y la patria de Darwin, Inglaterra o el Reino Unido, estaban bien encaminados en vida de Darwin como alta cultura e imperio poderoso. Tenía unas elites activas, creativas, interactivas (ej. Sociedad Lunar de Birmingham, donde asistían los abuelos materno y paterno del propio Charles), la mejor Armada del mundo (lo que facilitó su famoso y trasformador viaje alrededor del mundo en el Beagle), numerosos hábiles inventores, científicos, marinos, soldados y banqueros. Nunca se había producido en un reino tal constelación de luminarias del pensamiento. Mucha riqueza aportaron a Inglaterra esos miles de científicos, inventores y creadores de todo tipo. Su acumulación originaria de capital, realmente no venía de las naves piratas de Francis Drake, Richard Hawking o Henry Morgan. Vino de esa cultura prospectiva que fueron capaces de crear y cultivar. Por eso allí se gestó la Revolución Industrial.
Por mencionar algunos de los más renombrados científicos ingleses: Walter Raleigh (1552–1618), Isaac Newton (1643-1727), Ada Lovelace (1815-1852), Alexander Fleming (1881-1955), James Watt (1736-1819) , Michael Faraday (1791–1867), James Clerk Maxwell (1831–1879). Nada casual que donde primero se fundó una academia de ciencia fue allí: The Royal Society of London for Improving Natural Knowledge (1663). Eran miles de personas que ya se movían en el plano del pensamiento cartesiano y sistémico, pero también de las cosas concretas. La corona los apoyó para impulsar el mérito, y movió aquella sociedad hacia ser una meritocracia.
En cambio, Karl Marx (1818-1883), fue un “científico” basado en las ciencias blandas y en la fuerte tradición filosofante de Prusia-Alemania (ejemplos: Gottfried W. Leibniz (1646–1716), Immanuel Kant (1724-1804) Ludwig Feuerbach (1804–1872), Schiller (1775–1854), Bruno Bauer (1809–1882), Georg W. F. Hegel (1770–1831), Martin Heidegger (1889–1976), Arthur Schopenhauer (1788– 1860) Friedrich Nietzsche (1844–1900).
Marx abrevó en este bagaje intelectual esencialmente filosofante y lo aplicó a una serie de suposiciones sociales, más en terrenos de la especulación humanística que de la duda sistémica propia de las ciencias duras. Estructuró sus conceptualizaciones y pretendió que con palabras y conceptos (algunos traídos por los pelos, en especial ese de lucha de clases) había atrapado la esencia de la evolución cultural y científica del mundo. Como también lo pretendieron Schopenhauer, Nietzsche y los nazis. Porque esa explosión de la filosofía en Prusia-Alemania, sus métodos volitivos más cartesianos, puede estar relacionado con que allí surgieron las dos grandes ideologías degradadoras de la humanidad: el comunismo y el nazismo. Algo que también puede estar relacionado con la insistencia de profesores y cátedras de filosofía actuales, a considerar como válidos los planteamientos de Marx. Sostienen sus asertos y conceptos aun en contra de gigantescas y numerosas evidencias fácticas. Con ello en lugar de educar para un pensamiento crítico, inculcan, confunden y adoctrinan a sus alumnos, cuya inexperiencia no le permite dilucidar leyes tan complejas como las que son propias de los ecosistemas sociales.
Vale recalcar que, mientras Darwin asentaba sus planteamientos en datos y ciencias duras, y ello pasaba por una estricta criba de grandes discusiones científicas y públicas, en medio de la tradición cartesiana inglesa y europea, Marx pretendía estar haciendo ciencia aislado en una biblioteca, intercambiando criterios con pocos, casi siempre con Engels que tampoco era una mente científica. Luego, hacia 1848 la Internacional Comunista les encargó la redacción del Manifiesto Comunista, que salió como un panfleto ideológico de gran tirada (100 000 ejemplares), sin antes ser objeto del fuerte cuestionamiento que hacen las ciencias duras a nuevos planteamientos.
La que es considerada su obra fundamental, El capital (1867-188), fue publicada en tres tomos. El primero, El capital: crítica de la economía política (originalmente en alemán, Das Kapital. Kritik der politischen Ökonomie) tuvo su primera edición en Hamburgo, en 1867. Marx murió antes de que la segunda y tercera parte fueran publicadas por su compañero, Friedrich Engels. Así quedaron estructuradas las reescrituras y ediciones de Engels: Tomo I. El proceso de producción del capital. Tomo II. El proceso de circulación del capital. Tomo III. El proceso global de la producción capitalista o el proceso de producción capitalista, en su conjunto.
Marx demoró enormemente en redondear sus ideas. Luego de su fallecimiento (a los 64 años, el 14 de marzo de 1883, en Londres, por bronquitis y pleuritis), Engels reescribió la mayor parte de sus farragosos planteamientos. El tomo II de El capital fue publicado en 1885 y el III en 1894, un año antes de que Engels muriera de cáncer de esófago. Más tarde El capital también fue distribuido por el mundo en grandes tiradas apoyadas, otra vez por la Internacional Comunista (el Komintern) y empujadas por los servicios secretos Soviéticos por su interés ideológico conveniente al longevo Imperio Ruso (el de los zares, continuado por el de los bolcheviques y actualmente por el de Putin y sus oligarcas). En un contexto de mediados del siglo XIX, con un industrialismo incipiente y con frecuencia inhumano, es posible aceptar un panfleto agresivo implícita y explícitamente, que llama a una parte de la sociedad a eliminar a otra mediante la lucha de clases, etc. Lo asombroso es la vigencia que aún le confieren algunos catedráticos, intelectuales y recientemente un grupo de influenciadores (influencers) en canales de YouTube y redes sociales.
En los hechos, Marx era un hombre del siglo XIX, un intelectual marginal diletante entre sus rutilantes compatriotas prusianos, y tal vez por ello un odiador profesional, un maestro de odiadores, que fue por el mundo recalcando lo malo de este y pretendiendo saber cómo arreglarlo, a golpe de lucha (de clases) y dinamita. Hay que conceder que Marx fue testigo de un período muy temprano y contradictorio de la evolución capitalista y el inestable despegue del industrialismo (la mal llamada Revolución Industrial) en Inglaterra, además de Francia y Alemania. Por ejemplo, entonces se permitía a niños de 10 a 12 años trabajar de sol a sol en minas o industrias insalubres.
Entre los herederos actuales de Marx, destaca la Escuela de Frankfurt, de carácter interdisciplinario. Allí se agruparon una serie de pensadores que iniciaron sus estudios en torno a la teoría marxista para, después, hacer una reflexión crítica sobre las sociedades industrializadas. Ponen en crisis el concepto de razón y la teoría tradicional, para dar paso a la denominada Teoría Crítica, de orientación marxista. Convierten en activista y dinamitero al filósofo que antes hacia una descripción contemplativa y abstracta del mundo, lo cual es un grave error científico. Y gracias a esto las universidades occidentales, hoy tienden a graduar comisarios políticos, más que pensadores .
En la Prusia del siglo XVIII, la mayoría de la población era iletrada. Con la Ilustración, los múltiples microestados prusianos comenzaron a apuntar a un nuevo paradigma en la Educación. Ya existía un sistema educación obligatoria en marcha desde 1763 por Federico El Grande. Tras la derrota en 1806 ante Napoleón (batalla de Jena), los mandatarios prusianos crearon (1807-1819) una educación pensada para formar ciudadanos “libres”, pero a la vez disciplinados y con cierto enfoque científico, bajo el influjo de Wilhelm von Humboldt (hermano de Alexander von Humboldt, el eminente científico, autor de Cosmos). El sistema apuntaba a la domesticación del pensamiento, favorecía la participación en la industrialización y a la vez también la militarización. Así, con su población disciplinada y sumisa, Prusia venció a Napoleón en la Batalla de Waterloo, y se encaminó a la reunificación alemana, con su ejército dominante en Europa hasta finales del siglo XIX. Ello luego retoña en el III Reich. Marx y Hitler son entonces producto de un sistema educativo militarista, adoctrinador, pleno de subjetividades.
Largo y tortuoso camino han recorrido darwinismo y marxismo. Sus encontronazos y abrazos, se derivan en la manera que nacieron y en la personalidad y circunstancias de sus fundadores. Pero cuando los segundos interpretan que lo que dijo Darwin: “La lucha por la supervivencia es la consecuencia necesaria del fuerte impulso a reproducirse que es inherente a todos los seres vivos”, se puede traducir en llamar los proletarios a eliminar los burgueses, dejando abierto el camino al asesinato masivo de guardias rojos, tal vez con su máxima expresión en Pol Pot, que su nombre asesino 50% de la población de Kampuchea.
El marxismo nació con un bajo control de calidad que es propio de las disciplinas humanísticas, mientras el darwinismo fue y es sometido a fuerte escrutinio científico (la duda sistémica o cartesiana), casi siempre un tanto apartado de los focos del teatro social. Destacamos que las ciencias duras tienen métodos numéricos y precisos (mapas, planos, algoritmos, formulas) para cribar lo falso y cultivar lo verdadero. Mientras en las humanidades (y dentro de estas el marxismo), prepondera la palabra, la lentejuela y el histrionismo.
El marxismo pretende ser científico en un nivel de organización de la materia superior: la sociedad, ecosistema mucho más complejo que los de la basal naturaleza. En parte por ello yerra de medio a medio, porque trata de explicar complejidades sociales que solo hoy podemos comenzar a discernir científicamente, cuando disponemos de múltiples computadoras, Internet y big data. A partir de ahora es que se puede hablar de ciencias sociales, no antes, ni en base a intuiciones de Comte, Dunkerhein, Marx, Lenin o Luckas.
Hoy, que internet y Google nos extraen inmisericordemente información personal y la procesan, se puede hablar de ciencia real y objetiva para analizar la complejidad social. Es por ello tan importante evitar que los métodos de control que está aplicando el Partido Comunista Chino (PCCh) se extiendan al resto de la civilización y conviertan al planeta en una colmena maoísta. Seríamos un mundo controlado científicamente por un Gengis Khan tecnotrónico omnipresente.
Hoy Darwin y Marx siguen siendo considerados, casi a la par, dos grandes pensadores. Pero Darwin leyó directamente el libro del mundo. De la vida, de sus extensos viajes y observaciones, muy meditadas y discutidas, extrajo sus teorizaciones, comprobaciones y conclusiones. Darwin es un lejano alumno de Aristóteles. Marx fue un filósofo europeísta, citadino, que abrevó en lo que otros pensadores (principalmente filósofos) habían expresado y pretendió que a golpe de palabra podía cambiar al mundo. Sus dislates los armó porque apenas salió de un entorno citadino europeo, burgués a su pesar, y sus conclusiones fueron aupadas por impulsivos activistas obreros, justamente luchando por cambios sociales pero con un muy pobre bagaje intelectual.
Una idea central en Marx es la dialéctica de Hegel (1770-1831). Este supone que la realidad está formada por opuestos cuyo conflicto produce nuevas situaciones. O sea, de la tesis (la concepción tradicional, resaltando contradicciones) se pasa por la antítesis y se arriba a la síntesis, nueva comprensión del problema. Este razonamiento fue central en el pensamiento de Marx en su interpretación de la historia y la sociedad. Marx asume que la historia humana es dialéctica de esta manera, pero reduciendo la historia a una linealidad atroz. Ello es una super-sobresimplificación. En los hechos la naturaleza evoluciona dialécticamente pero con múltiples entes participando (dinámica de ecosistemas) y tendiendo cada uno a la ramificación (sucesión ecológica). La linealidad del materialismo histórico (comunidad primitiva, esclavismo feudalismo, capitalismo, comunismo) que Marx pretendió, no es un método adecuado para representar la dinámica de la naturaleza y tampoco de las sociedades. Todo ecosistema (y una sociedad una ciudad o un país son ecosistemas), incluye diversas especies evolucionantes, que compiten e interaccionan entre sí y crean un todo superior a sus individualidades. Pero Marx invierte y pervierte el concepto y termino “lucha por la vida” de Darwin como una eliminación del depredador a su presa, y es lo contrario. Existen mecanismos en lao ecosistemas naturales para que la abundancia de la población del depredador descienda cuando su acción ha diezmado la abundancia de su base forrajera. De esta manera, es totalmente irracional y contra natura, lanzar la “clase proletaria” a eliminar a la “clase burguesa”. Los leones no odian a las gacelas ni las manos odian al cerebro. Y eso fue lo que pretendió como propuesta Marx y que cumplieron obtusa y sanguinariamente Lenin, Stalin, Mao, Pol Pot, y luego de manera menos sanguinaria (más hacia deportar) pero igualmente obtusa, Fidel Castro, Chávez, Ortega y otros por más de un siglo.
El marxismo, o sus variantes actuales buenistas, woke, igualitaristas, no son métodos para revelar como accionan los fenómenos naturales, por ende tampoco los sociales. Porque la ciudad o la sociedad han creado medio ambientes transformados, pero no lunáticos. Tienen que considerar su base natural, como se cumplen las leyes de la naturaleza e interactuar con estas inteligente y prospectivamente, no tecnotrónicamente ni transhumanamente.
Darwin y Marx fueron dos típicos y plenos representantes de eso que el escritor y matemático ingles Edgard Snow llamó por primera vez hacia 1959 como “las dos culturas”, la de base humanística y la de base científico-tecnológica, profundamente divorciadas y excluyentes entre sí, con notables perdidas para ambas y para la evolución humana.
La historia ha demostrado que es más racional permitir a elites científico-tecnológicas (cerradas y muy selectivas) hacer su trabajo (como hizo a partir de mediados del siglo XVIII el Reino Unido y luego los países occidentales que luego se industrializaron), que palabreramente acusar a elites pensantes de ser “pequeño-burgueses”, “explotadores”, “gusanos”, etc., apartarlos y diezmarlos. Eso de hacer que las manos odien al cerebro, lleva a los despeñaderos comunitarios de raigambre oriental, llámese Comuna de París, Soviets, Revolución Cultural o colectivos y comunas con Chávez.
Las verdades culturales son producto de concertaciones. No son inamovibles. Ello es muy aceptado, intrínseco y sólido si se les ve con la óptica de las ciencias exactas o experimentales (matemática, física, química, biología, geología), pero muy ralentizado, relativizado y relajado en las artes y humanidades, aunque suelen o invocar lo científico y mimetizarlo. Las ciencias palabreras o “blandas” (sociología, ciencias políticas, psicología) en realidad son muy intuitivas, subjetivas y pretendidamente humanísticas. Por ello con frecuencia, son solo teatro. Por ello, en las humanidades a veces podemos caer en lamdeshumanización. Y eso es algo que ocurrió con el nazismo-fascismo, el marxismo y lo que actualmente está ocurriendo en este mundo evolucionante hacia la flojera “wokista”, que en los hechos es marxismo disfrazado con piel de oveja.
¿Cuál es la relación exacta del darwinismo con el marxismo? Algunos pretenden que pasaron por similares pruebas y hoy se complementan. Ambos enfrentaron prejuicios y la natural inercia contra lo innovador. Se entiende que se impusieron, por un lado a los prejuicios de religión en el caso de Darwin y a los beneficiarios del modelo económico capitalista en el caso de Marx. Pero la cosa no es tan sencilla. Veamos.
Marx y Darwin no parece que llegaran a conocerse en persona, aunque vivieron en Londres, a unos cuantos kilómetros, durante cierto período. En diciembre de 1859, Engels había leído El Origen de las Especies y expresado “Darwin, a quien acabo de leer, es magnífico. (…) nunca ha habido hasta ahora un intento de demostrar la evolución histórica en la naturaleza de manera tan espléndida, al menos con tanto éxito”. Marx le responde al año: “En este libro se encuentra el fundamento histórico-natural de nuestra concepción”. O sea, Marx pretendió no diferenciar entre evolución biológica y evolución cultural o social. Principalmente el materialismo histórico.
Marx envía el tomo I de El Capital a Darwin, con dedicatoria incluida, y éste le agradece. Fallecido Darwin, se halló en su biblioteca (sin anotaciones) el citado libro, cosa extraña en Darwin. Se infiere no lo había leído. El texto estaba en alemán, lenguaje que no dominaba bien. Sin embargo, el propio Darwin dudó mucho en aplicar la selección natural a sociedades humanas, o sea, no aceptó sin dudar que política o sociología pudieran guiarse por sus propios conceptos como lucha por la supervivencia y selección natural. El darwinismo social, lo hace pero no con la expresa anuencia de Darwin.
En el entierro de Marx (1883), Engels dijo: “De la misma forma que Darwin ha descubierto las leyes del desarrollo de la naturaleza orgánica, Marx ha descubierto las leyes del desarrollo de la historia humana”. Esto es arrogancia intelectual en estado puro. La complejidad de la estructura social, impide que un individuo aislado comprenda su dinámica, mucho más si la formación de este individuo es filosofía del siglo XVIII. Pero además, ni Platón, ni Kant, ni Hegel pudo abrir jamás el pesado cofre de la sabiduría. Aún hoy, que ya disponemos de un sistema de internet que conecta grandes cantidades de datos (big data) es difícil determinar cómo se mueven las multiparametrales ecuaciones sociales.
Darwin y Marx, ambos pretendieron estar trabajando con métodos científicos. Pero su origen respectivo, los mediatizó. En ello el primero fue muy exitoso y prolijo, hizo cosas repetibles por otros investigadores, mientras el último quiso dominar el león a latigazos palabreros e inferencias que la vida luego ha rechazado. Sus pretendidas demostraciones son rejuegos de palabras, no fórmulas científicas.
En la medida que los ecosistemas sociales se han hecho más complejos (en ecología esto se denomina sucesión ecológica. Ello implica que no se pueda comparar la estructura social actual de EEUU o de Francia, con la existente allí en el siglo XVIII o con la existente hoy en los países de África), gracias a la industrialización, las formulitas sobre simplificadas de Marx se van convirtiendo en completamente invalidadas.
Aunque esto le duela a muchos académicos comprados, acomodados u obsoletos. Son evidentemente irreales y fuera de contexto sus teorías sobre la plusvalía, conceptos de valor, valor de uso y de cambio, precio, tasa de ganancia, circulación de mercancías, circulación del dinero, transformación de dinero en capital, la acumulación de capital, el capital originario, etc. En especial, su concepto de plusvalía parece hoy algo lunático. Sin embargo, muchos profesores de filosofía, sociología y de economía actuales las exponen a su alumnado sin una actualización y un análisis profundo. Tal parece que alguna entidad tiene interés en mantener estos exabruptos vigentes.
No es extraño que Marx muriera en la ruina, mientras Darwin acumuló una pequeña fortuna en base a sus aportes. Pero es muy extraño la inmensa profusión posterior a su muerte de las obras de Marx y las tiradas de miles de ejemplares por tantas editoriales de El Capital, colocándose entre los más citados por todo el mundo. El marxismo es una de las pocas ideologías que dieron forma al mundo moderno. El Manifiesto del Partido Comunista (1848) fue traducido a 100 idiomas, para ser el panfleto base ideológica del movimiento obrero internacional “Das Kapital” (1867) ha tenido miles de reediciones.
Darwin era un miembro de élite de la sociedad inglesa, de extensa tradición cientifizante. Por ejemplo, la Royal Society of London se había fundado en el siglo anterior. Él, viajando extensamente, pensó y analizo muy en detalle lo que observaba. Así pudo poner en un conjunto sistémicamente sus observaciones y estudios en el nivel biológico. Tuvo mucho cuidado de extrapolar sus observaciones hacia los sociológico, histórico y religioso. En todo momento, empleó sinceramente la duda sistémica (método científico), y fue cuestionado en vida por otros investigadores de las ciencias duras. Él personalmente no fue el principal expositor de su teoría (lo fueron Haeckel, Huxley y otros). Las evidencias científicas posteriores solidificaron su hipótesis: la evolución es un lento e intricado ascenso desde el mundo animal hasta llegar al homo sapiens.
Marx (1818-1883) era un filósofo fracasado y excluido de los suyos. No leyó en el libro del mundo. Su esquema de la sociedad consideró la historia humana arrodillada a un determinismo económico, pero su experiencia se concentró en Europa y Asia. Sus ideas eran evidentemente euro-céntricas, xenófobas y racistas. Ello es lógico porque el pertenece a la etapa histórica en que la cultura europea era el único referente, todo lo demás paisaje. Antes del racionalismo e iluminismo europeo, el mundo era vivido, no explicado. El Ser humano vivía su etapa sensorial. Luego comenzó una fase “racional”, aunque “la razón” a veces deviene totalmente irracional y desconectada de nuestras intuiciones. La razón, que fue tan irracional con los desmanes de los jacobinos, el ejército rojo ruso o chino, Pol Pot y que hoy se entrevé en el progresismo anidado en las universidades de occidente.
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