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En Cuba o fuera de ella, no conseguimos librarnos del influjo de Fidel Castro. Fungimos de víctimas o victimarios, de adversarios o cómplices, de delatores y delatados...
CubaLibre22/02/2025 Luis CinoAl presidente español, Pedro Sánchez, le dio por dedicar los primeros días de 2025 a celebrar los 50 años de la muerte, en noviembre de 1975, del dictador Francisco Franco. Sería mejor que, en vez de dedicarse a perpetuar la memoria del tirano, hubiera esperado a 2026 para celebrar el medio siglo de la transición a la democracia. Pero es que a Pedro Sánchez, con las ansias autoritarias que ha demostrado en sus intentos de brincarse las leyes y maniatar a la prensa y al poder judicial, no le interesa mucho la democracia. Tal vez, en su fuero interno, hasta sienta envidia del poder que tuvo Franco y por ello no puede dejar de evocarlo.
Como fueron muchas las semejanzas entre los regímenes de Franco, el “Caudillo del Ferrol”, y Fidel Castro, el “Comandante de Birán”, ahora me da por pensar cómo sería si en 2066, cuando ya de una forma u otra debe haber terminado el castrismo y su secuela, el tardocastrismo, se le ocurra a quienes para entonces estén gobernando en Cuba dedicar el año a conmemorar el medio siglo del fallecimiento de Fidel Castro.
¿Volver, como hacen hoy los medios oficiales, al monótono recuento de sus hechos guerrilleros, sus larguísimos discursos y planes delirantes? ¿Para qué? ¿Para revivir las décadas de pesadilla que significó el régimen castrista y de sus continuadores? Sería, como empezaba la letra de Wither shade of pale, aquella vieja canción de Procol Harum, “mantener vivo el fandango” (“keep alive fandango”).
Si es que todavía, en medio de las penurias en que hoy viven, hay ancianitos nostálgicos del fidelismo que no se cansan de repetir que “con Fidel estas cosas no pasaban”. Jamás aceptan que el lodo de hoy viene del pasado fidelista. Están convencidos de que “los errores, las cosas malas, fueron porque Fidel no lo supo, que de haberse enterado…”.
Puede que algo de esa nostalgia la hereden los descendientes de los que se aprovecharon de las migajas del castrismo, y que hasta echen de menos el pasado comunista los compatriotas que, luego de que siempre el Estado-Partido-Gobierno pensara y decidiera por ellos, se sientan incapaces de administrar responsablemente su libertad. Ya me imagino los que se quejarán de que “antes no tenían que trabajar tanto”, tal como algunos emigrados se lamentan hoy de que “en La Yuma hay de todo, pero hay que trabajar demasiado”.
A los dictadores es mejor olvidarlos. Y mientras más pronto, mejor. Pero los que hemos vivido en dictaduras sabemos que no es fácil.
¿Para qué negarlo? Lo hayamos querido o no, todos los que vivimos bajo el régimen de Fidel Castro estuvimos en su película, siquiera como extras, mal pagados o gratuitos, a la cañona. Fue una fiesta de pobres en la que a la inmensa mayoría nos tocó bailar con la más fea mientras la nueva clase se comía los dulces. Si queríamos, según estuviera nuestro ánimo y capacidad de fingir y reptar, podíamos bailar, menearnos, cantar, tararear o seguir el ritmo de la musiquita con los pies o dando palmaditas. Al menos, hasta que nos metieran en la cárcel, nos largáramos del país o nos muriéramos de rabia, aburrimiento o tristeza.
No fue posible evadir a Fidel Castro. En Cuba o fuera de ella, no conseguimos librarnos de su influjo. Fungimos de víctimas o victimarios, de adversarios o cómplices, de delatores y delatados, de represores y reprimidos, de gritones y silenciados. Fuimos clavos, tornillos y tuercas. Y el “Máximo Líder”, poseedor del yunque, manejaba a su antojo el martillo, el destornillador y las pinzas.
Pasarán años del gran funeral y la sombra de Fidel Castro nos seguirá. Tal vez muchos no podamos zafarnos de ella. Tal vez nunca logremos una existencia normal. Los malos recuerdos nos acecharán. Lo más probable es que no consigamos olvidar. ¿Servirá de algo que se les imponga la remembranza de Fidel Castro también a nuestros descendientes?
Publicado originalmente en Cubanet.
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